Alex

Un cuento de Joselyn Silva

ALEX SE LAVÓ las manos y respiró profundamente; aún jadeaba después del pésimo encuentro minutos antes. Se miró al espejo del baño, un baño cualquiera en su universidad. Se fijó en su ceja (me arde), todavía con unas microgotitas de sangre en la cortada, en sus ojos con venas rojizas irritadas, en sus labios resecos (tengo frío). (¿Por qué? ¿Por qué?) ¿Debía reportarlo? ¿Con quién? (¿Para qué? No hacen nada).

Tres palabras resonaron en su cabeza antes de que pudiera contestarse. Es. Tu. Culpa. (Mi culpa…) Intentó contar mentalmente cuántos ataques había tenido ese mes. Intentó no emitir un insulto contra la mujer que la había agredido, no atacarla en su ser mujer. No pudo. (Pinche vieja).

Una mujer de unos cincuenta años y otra de unos sesenta la habían detenido en el baño. Alex usa el cabello corto, muy corto; lo rapa del lado derecho y deja caer unos mechones sobre el izquierdo. No usa aretes. No le gusta usar maquillaje, salvo por unas cuantas ocasiones que ella considera especiales. Nunca ha pintado sus labios de carmín. Le gusta usar blazers y corbatas; presume orgullosa que sabe hacer al menos cinco nudos distintos, uno más difícil que otro.

Alex enumera esto una y otra vez. La mujer de cincuenta había gritado. Que ése era el baño de mujeres. (Soy mujer). Que no podía pasar. (Me estoy orinando). Que el baño de hombres estaba enfrente. (Soy-mu-jer). La mujer la empujó hacia la puerta; Alex quedó entre sus manos llenas de anillos y el bote de basura. La empujó para librarse de ella –y para entrar a un cubículo a orinar. La mujer respondió abofeteándola. Uno de sus anillos le hizo daño. (Nomamesnomamesnomamesnomames) Alex la empujó sin mirarla y entró al baño más cercano. Cerró la puerta antes de que la mujer pudiera alcanzarla. Que iba a llamar a seguridad. Que no podía entrar ahí. Que seguridad. Que ella. Mujer. Que. No.

Alex cerró sus ojos y apretó los dientes. Golpeó la puerta de metal un par de veces. No iba a llorar de impotencia, no más. No quería pelear, no desde una vez que casi le rompieron la nariz por darse cuenta de que era una chica en vez de un chico. (Lesbiana. Lencha. Marimacha. Boo).

Se miró otra vez al espejo. Quería salir de ahí antes de que la mujer regresara, quizás con un poli. Respiró profundamente y se dijo, se obligó a tragarse el episodio amargo y seguir su día, como si nada.

Salió para toparse con la mujer de cincuenta, y la de sesenta, y un poli con radio. Que ese chico se había metido al baño de mujeres y la había golpeado. (Ay, no mame). El poli la interrogó. (Soy mujer. Me llamo Alex. Estudio Conta). Le enseñó su credencial, pero el poli la detuvo con un ademán de la mano. No hay problema, maestra (¡Para colmo es maestra!). (Poli, la señora me golpeó), le enseña la ceja herida. La mujer argumenta que Alex fue violenta. (Nomás entré a orinar). El poli le pregunta si quiere ir a equis sitio, para discutirlo y ver si hay una sanción para alguna de las partes. Ansiedad. Muerde. La maestra sigue reclamando. Ahora, que ya todas las ¿pruebas? (¿Neta necesito pruebas? ¿Sólo al mostrar mi credencial me creen que soy mujer?) la habían dejado desarmada, apuntaba su disparo hacia Alex violenta, Alex empujándola, Alex faltándole al respeto.

Alex le suelta un no mame, consígase una vida, ajusta su mochila y se va. Está cansada y no quiere romper a llorar frente a ellos. La mujer sigue reclamando, diciéndole al poli que no debería permitir ese tipo de abusos.

(¡Abusos!) La joven le cuenta el enfrentamiento a su hermana, Lorena. El rostro de Lore se enciende con un rojo intenso. Ella había estado en otras ocasiones para defenderla. Cuando una doña en los vestidores del gym le dijo que no podía pasar porque eran los vestidores de mujeres y que no iba a dejar que un hombre las viera desnudas. O aquella vez que se negó a comprar en una tienda porque a Alex no la dejaron probarse las playeras que había elegido por ser de hombre.

También reía con ella. Alguna vez Lorena compró una prueba de embarazo y Alex la acompañó. El vendedor sonrió al verlas, creyéndolos ellos en vez de ellas y soltó un “¡felicidades! Hacen muy bonita pareja”. Alex contuvo la risa hasta que salieron de la farmacia y juró que un día le contaría esa anécdota a sus sobrinos. También con cada vez que un mesero se equivocaba “joven, perdón, señorita”. Y con cada nuevo diseño que le hacían a Alex en la barbería –pasaba su mano por el pelo cortito cortito una y otra vez: “es que se siente rico”.

Lorena sacó el tema en la cena familiar. Nadie dijo nada por un rato, hasta que el hermano mayor, Luis, sentenció –como siempre lo hacía– “deberías ponerte aretes o maquillarte un poco para que no te confundan”. (No me digas. ¿En serio?) Alex volteando los ojos y Lorena buscando su mano.

Deberías ser más femenina. Es que la neta sí pareces hombre. Bueno, la maestra pensó que eras un chico y pues creyó que ibas a hacer algo. (!) Si fuera mujer yo también me hubiera sacado de onda. Hasta pareces lesbiana. Ningún chico va a querer contigo.

Lorena calló a Luis, aunque Alex no escuchó cómo. Seguía pensando en la maestra, en la doña del vestidor, en su imagen. Por un momento, como le pasaba a veces, creyó que debía cambiar, vestirse más femenina, dejar las playeras holgadas, dejarse el pelo hasta el hombro como lo traía en la secundaria, pintarse… Luego le valió madres. Pero el fantasma seguía ahí, mordiéndola, causándole ansiedad.

La chica intentó enfocarse en su tarea, pero el enfrentamiento aún la sacudía por ratos. Lorena entró a eso de las seis. Se aplastó en la cama de Alex y dio tres golpecitos sobre ella, invitándola a sentarse junto a ella. Alex sonrió y accedió.

—Hey, ojos tristes, ¿qué pasa?

—Bueno… Estaba pensando… Quizás tengan razón… (Sé que no, pero ya me harté) —algo se quiebra dentro, algo duele—. O sea, igual y si cambio me dejan en paz, no quiero tener broncas. Pero… (No lo entiendo).

—A ver, güey. Te ves chulísima así como estás. ¿A quién le vas a hacer caso? ¿A una vieja ignorante y al tonto de tu hermano?

—Es que… (Nomás tú me entiendes, ¿por qué no pueden verme como lo haces tú?)

—A ver, campeona —Lorena la tomó por las mejillas y le levantó el rostro—. No hay nada de malo en ti. ¿Oíste? Nada. Eres una mujer hermosa. Que no te gusta maquillarte, pues no te maquilles. Que te gusta así el pelo, chingón, así déjatelo. Güey, deja que ellos se hagan bolas. Tienen dos problemas si les molesta cómo te ves.

—Pues sí, pero…

—Alex, mi niña… A ver, te lo digo otra vez para que entre bien en ese coco terco tuyo —Lorena presionó la sien de su hermana con el dedo índice—. Eres hermosa. Eres una mujer que se ve diferente, ya, nomás. Que la gente se saca de onda, sí, pero ellos son quienes deciden si atacar o ser cordiales. Nada les quita decir “disculpa, éste es el baño de chicas, creo que te equivocaste” en vez de soltarte los putazos a la primera. El problema es de ellas, ellos, no tuyo.

Rabia. Lágrimas. Malos recuerdos. Señoras. Muchachos. Los puños apretados. Retos para besarla. La señora de cincuenta. La señora del gym. La cantaleta de que es una fase. Lorena. Alivio paulatino. Johnny el barbero esmerándose. Una corbata nueva en Navidad. El sastre.

Lorena bufó cuando dos palabras salieron de boca de Alex: menos mujer. La sarandeó hacia adelante y hacia atrás y volvió a tomarla por las mejillas. Jamás. Digas. Eso. (Pero es que así se siente…).

—A ver, güey, es como cuando el tarado de César te decía que por qué me decías hermana si somos medias hermanas. ¿Te acuerdas qué respondiste?

—Que no estás a la mitad, o sea, estás completa, no entendía por qué tendría que llamarte media hermana. No es como que te falte una pierna o algo así. Y ni así te llamaría media hermana.

—Pues así la cosa. No hay una escala de “mujeridad”. No se acumulan puntos para ver quién es más mujer. O más hombre —le apretó las mejillas—. Te quiero, babas. —La abrazó.

Alex podría hacer caso a su hermana, podría valerle madres lo que le dijeran y seguir con su estilo. Eventualmente alguien se enamoraría de ella. Podría cambiar su estilo por gusto propio, seguir experimentando. Podría aprender a reírse, a responder cordialmente y dar cachetadas con guante blanco. Podría ser, así nomás, ser.

Pero Alex también podría escuchar esa voz que le repite que es su culpa. Ceder. Ponerse aretes y dejarse el pelo largo aunque no quisiera. Agachar la cabeza cuando le dijeran que no podía pasar al baño o al vestidor de mujeres. Dar la razón cuando sentenciaran que es menos mujer, que nadie la querrá. Aguantar las preguntas hirientes sobre su género, su sexo, sus preferencias u orientación sexuales. Alex podría ya no ser, no vivir –en todo el sentido de la palabra.

A Alex no le gusta ponerse etiquetas, aunque a veces ayudan. Cuando anochece y vuelve a mirarse al espejo, la ceja ha sanado y no le duele. Tiene los ojos apagados; tiene miedo. Quiere explotar también y le gustaría que alguien aparte de Lorena le dijera que todo estará bien. Que ella está bien.

Está bien.

Eres hermosa.

Te quiero. Te abrazo.~

*Basado en un desafortunado encuentro en la Ibero (y otros más…)

No me atreví a decirle nada a nadie. Sólo G. me defendió.