EL CASTILLO DE IF: El universo en una (o varias) hoja(s) de papel

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

Pero sólo parasitas un poquito a cada uno de los seres que te escuchan, que te leen, que ven o viven tus actos… Y ellos también hacen lo mismo con los demás, tú incluido. Esa impronta, esos piojos, los vas sembrando en los otros y ellos en ti. Dependiendo de la capacidad y medios que tengas para sembrar tu esencia, seguirás existiendo, porque los que te asimilaron también buscarán perpetuarse… Y así, por generaciones, te seguirás transmitiendo… Si lo haces bien y tienes suerte, serás eterno.

Édgar Omar Avilés, Efecto vudú

LA LITERATURA FANTÁSTICA es un género que en México no ha corrido con la suerte, y el prestigio, que ha alcanzado en otras latitudes. A pesar de que muchas de las obras que se consideran como puntales de la tradición literaria mexicana (baste pensar en Pedro Páramo de Juan Rulfo o en Aura de Carlos Fuentes), la mayor parte de las obras que aluden a cuestiones sobrenaturales o que no ocurren dentro de lo que se da en llamar “la realidad” quedan marginadas y vistas como una curiosidad. Así ha pasado con la obra de grandes fabuladores que, merced a la preminencia que tiene el realismo dentro del canon mexicano, ha sido puesta aparte y, en cierta medida, expulsada de los territorios de la trascendencia (cualquier cosa que eso signifique). Autores como Amparo Dávila, Emiliano González, incluso algunos trabajos de Juan José Arreola, son pasto del olvido. Es en fechas recientes que el reconocimiento merecido ha comenzado a encontrar ecos.

Sin duda, uno de los impulsores más entusiastas de esta recuperación y del propio reconocimiento de la literatura no realista como parte de las inquietudes y producción de muchos escritores mexicanos es Alberto Chimal. A partir de una serie de ensayos y reflexiones con respecto de quienes se dedican a escribir fuera de los límites, siempre ambiguos, del realismo ha acuñado un concepto que pretende agrupar a esas manifestaciones: literatura de la imaginación. El concepto, con entusiastas y detractores, ha puesto sobre la mesa de discusión uno de los temas más añejos de las polémicas literarias, sólo comparable quizá al establecido entre civilización y barbarie. No exagero. La disputa entre el realismo y la fantasía (o la imaginación, como le gusta denominarla a Chimal) desnuda las filias y fobias de quienes constituyen el escandaloso pero reducido universo de las letras mexicanas. Es una disputa que seguirá durante algún tiempo pero que, se prevé, ganará un lugar dentro de las clasificaciones y los modos de abordar, desde la crítica y la academia, la producción de textos que hoy se consideran en los márgenes.

Estas reflexiones me vienen a la cabeza después de leer Efecto vudú (Ediciones B, 2017) de Édgar Omar Avilés (Morelia, 1980). Es quizá este libro uno de los que definen y describen de manera más cercana aquello que Chimal denomina “literatura de la imaginación”. Emparentado con otras obras como Gente del mundo del propio Chimal, o con las reinterpretaciones de universos preexistente que desde la ficción realiza José Luis Zárate en medios electrónicos y redes sociales, y quizá con los mundos planteados por Gerardo Sifuentes en libros como Planetaria, Efecto vudú toma muchos de los temas abordados en ese corpus de autores “raros” (por el momento) y construye algo que se define como novela, pero que no casa con las características habituales que uno está acostumbrado a reconocer en los libros ubicados bajo tal clasificación genérica.

Efecto vudú narra la vida de Ychi. O quizá sólo una de ellas. La que tiene que ver con un niño revivido por su madre hechicera a partir del conocimiento de las artes del vudú en el Haití de las migraciones forzadas de esclavos y de los tiempos oscuros de la dictadura duvalierista. Ese es uno de los hilos que se pretendería seguir como lector de tramas tradicionales a lo largo del libro. Pero lo que ocurre apenas el lector es atrapado en la propuesta (cuesta trabajo sintonizarse de inicio, valga la advertencia; pero si se consigue, la retribución es generosa) es la asistencia a una explosión de flashes, escenas e historias concatenadas que nos hablan de un Ychi que es y no es, al mismo tiempo, aquel que pretende adueñarse de una trama central. No existe trama central.

Ychi se convierte en la encarnación de muchos de los mitos y temas que la literatura fantástica y de ciencia ficción ha ido construyendo de manera consistente a lo largo de su ya prolongada tradición. Ychi reelabora el mito del inmortal, del eterno, de aquel que sabe, y su conciencia lo hace más sabio, que no morirá. A través de los siglos, antes y después de nuestra propia ubicación en el plano temporal, Ychi muda de formas, de función, de destino, dentro del devenir de eso que llamamos universo. Y he ahí otra de las naturalezas que adquiere, la de la transmutación: convertirse en cualquier cosa (y cuando digo cualquiera, no exagero): ser humano, animal, planta, roca, palabra, figura de origami, pensamiento fugaz, estrella. Esas formas con conciencias propias son descritas por un narrador que también es esquivo, a veces omnisciente a veces testigo, que llenan de curiosidad e incertidumbre a aquel que lee. Si el lector asume el contrato que de entrada se le ofrece, Ychi puede ser cualquier cosa susceptible de ser imaginada, la lectura es una experiencia más que fructífera.

Efecto vudú es, además, una historia de ciencia ficción. Hay el relato de una sociedad, o lo que queda de ella, que sobrevive al apocalipsis del futuro de la mejor manera posible. Pero no sólo en eso se puede fundamentar la naturaleza de anticipación de la prosa de Avilés. Hay una tesis que atraviesa la totalidad del texto: la de los universos paralelos. Ychi no habita, o no tiene porque hacerlo, un universo de manera exclusiva a la vez. Si se hace un esfuerzo, sí: de imaginación, las historias relatadas pueden ocurrir en universos distintos al mismo tiempo. Y esos universos no tienen que ver, necesariamente, con el plano de los referentes reales. En una insinuación que se refuerza por las viñetas de ilustración presentes a lo largo de todo el libro y en la portada misma, Ychi existe en un universo de algún aficionado al origami, ese antiguo arte japonés de representar el mundo a partir de construir figuras que aluden a la realidad a través de dobleces de hojas de papel. De tal forma que todo lo que hemos leído se convierte en la fabulación de un autor absorto frente a la multitud de figuras de papel puestas frente a él, en una mesa y a las cuales, a través de la palabra, la ficción y la imaginación otorga vida. Una vida que requiere de la participación del lector para ser posible. El lector, en esta novela (?) en particular, es un ente activo. Un jugador. Alguien que deberá juntar las piezas de un rompecabezas para armar algo que puede ser, muchas veces, una figura que sólo habitará en la imaginación de aquel que lee.

De esta manera, Édgar Omar Avilés nos entrega una propuesta arriesgada dentro de las tendencias actuales de la literatura mexicana. Una obra que apuesta por la inteligencia del autor, por la posibilidad de pensar una manera distinta de contar historias y por la multiplicidad, casi infinita, de éstas. En un futuro, no de Ychi sino nuestro, y si la propuesta de Alberto Chimal sobrevive, Efecto vudú será considerada una de las obras más representativas de la literatura de la imaginación mexicana. Tiene, y en cierta medida resume, muchas de las características que se le atribuyen a tal categoría. Pero ojo, no es un libro que dependa de ésta. Al final, y de manera venturosa, es un texto que cuenta historias fantásticas de manera entretenida y que lanza el reto de convertir en jugador al lector. Que lo invita a tomar una hoja de papel y tratar de construir(se) su propio origami. Recomendable, por supuesto.~