EL CASTILLO DE IF: La Gran Marcha es una Larga Marcha
Un texto de Édgar Adrián Mora
EN ESTAS ÉPOCAS en las cuales el ánimo ciudadano se encuentra más que caldeado a raíz de los cambios que el gobierno ha impulsado desde lo denominado genéricamente “reformas estructurales”, me gustaría reflexionar un poco acerca de diversas ideas sobre la manifestación y uno de sus mecanismos: la marcha.
La idea de caminar en conjunto es una de las ideas que han prevalecido en la militancia contemporánea como una de las formas de resistencia pacífica más eficaces que han existido. Quizá el “marchante” más célebre sea Mohandas Gandhi, cuya organización de la “marcha al mar” para protestar por el impuesto que los británicos habían decretado con respecto de la sal a los indios (de India) fue uno de los puntos más altos de la satyagraha que culminó con la independencia de su país. La lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos tuvo también varios puntos álgidos y definitivos en las marchas organizadas por personajes como Martin Luther King.
Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser, ubica esta idea un poco más allá. De entrada remite al contexto del campo socialista-comunista de la Europa de mediados del siglo XX y a la contradicción que representó defender los principios del socialismo contrapuestos a los eventos fascistas impulsados por los soviéticos: los asesinatos del régimen estalinista y la invasión a Checoslovaquia. Ante esto, Kundera antepone la idea de la Gran Marcha. Un concepto que parte de reflexionar sobre su definición del kitsch político y que interesa de manera específica a la izquierda militante e intelectual dentro de la izquierda real y política. Anota el gran escritor checo:
La Gran Marcha es ese hermoso camino hacia delante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá, a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran Marcha. […] ¿Dictadura del proletariado o democracia? ¿Rechazo a la sociedad de consumo o incremento de la producción? ¿Guillotina o supresión de la pena de muerte? Eso no tiene la menor importancia. Lo que hace del hombre de izquierdas un hombre de izquierdas no es tal o cual teoría, sino su capacidad de convertir cualquier teoría en parte del kitsch llamado Gran Marcha hacia adelante.
La idea del Progreso, tan cara al positivismo decimonónico, dejó una huella tremenda dentro del imaginario político de Occidente. Ya Ricoeur cuestionaba, en Tiempo y narración, la manera en cómo tres ideas de la modernidad se convirtieron en faro de la interpretación histórica narrativa: la idea del tiempo nuevo, la noción del tiempo acelerado y la comprensión del hombre como sujeto de la historia.
La Gran Marcha en la cual se inscriben las manifestaciones que de manera cotidiana hemos atestiguado en estos días, no ha mudado su concepción con respecto de los militantes que participan en éstas. Se marcha, se camina, por un mundo mejor. Un mundo, no obstante, en donde lo que anima la manifestación es el interés particular y no el, ya no digamos interés de clase, sino la visión de una sociedad como colectivo. En estos tiempos hemos perdido, o hemos construido de manera aislada y fragmentada, la idea que existía acerca de un “adelante” de la historia. El nacionalismo ya no es un motor efectivo, no digamos la solidaridad. La Gran Marcha se construye con la suma de las acciones individuales que protestan por la afectación de sus intereses particulares, por el desequilibrio de sus pequeños mundos.
La Gran Marcha ha fracasado en tanto la definición de sus objetivos ha sido rebasada por la inmediatez de los reclamos particularizados. La clase media en pauperización constante es el núcleo de esas protestas. Las redes sociales, su caja de resonancias. La aparición constante y dinámica de contradicciones, su principal característica. No hay proyecto, plan de acción, ni reclamo claro. No hay, tampoco, destinatario de todo esto.
La Gran Marcha y las manifestaciones fragmentadas que la constituyen hoy en día resultan ineficaces porque la interlocución es inexistente. No hay nadie del otro lado. Las marchas de Gandhi, de Luther King, incluso las que animaron el apoyo al EZLN en las postrimerías del siglo pasado, resultaron efectivas por su naturaleza de colectivos con identidad clara: la nación india, los negros norteamericanos, la sociedad civil mexicana. Y porque los interlocutores concebían aún a la ética, al comportamiento ético entendido en función del bien público, como parte de la política. Hoy eso, al menos en la sociedad mexicana, no existe.
La clase política mexicana ha mudado en casta política y de ahí en un colectivo que funda su identidad y sus mecanismos de sobrevivencia en mantener sus privilegios. En ese sentido, no hay manera de que consideren como opción la modificación del estado de las cosas si esto implica, en cualquier sentido, afectar sus propias condiciones de vida. Habrá que considerar, además, la manera en cómo esta misma clase política ha generado mecanismos para que la conservación del poder sea más “organica”: la aparición de los “juniors de la política”, las sucesiones familiares (que parecen dinásticas) y la conformación de grupos de interés en áreas económicas específicas. De ellos, de la mayoría al menos, no vendrá ninguna respuesta a las demandas y las protestas de la ciudadanía.
Las marchas quedarán, en todo caso, como una posibilidad de hacer catarsis ante los muros sordos de los edificios y la negativa de operatividad de las instituciones. Pero, bueno, yo soy pesimista. Tal vez la Gran Marcha sea efectiva y no esa Larga Marcha (la de Stephen King) que yo prefiero imaginarme.~
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