Las brujas
Un cuento de Gerardo Ugalde
UNA TURBA IRACUNDA se reúne en el Coyuco para quemar a las hermanas Rodríguez Olvera. Rosa observa los rostros de sus jueces y ejecutores, todos los que están ahí las conocen. Sin importar esto a ella y a su hermana las tomaron del cabello, arrastrándolas como si fueran las dos un par de perras rabiosas. En el trayecto de la casa de su papá hasta el atrio de la iglesia, sufrieron de patadas, palos y piedras; hasta algunos escupitajos. Esperando el veredicto del sacerdote (quien atemorizado observaba la escena desde el campanario) la gente ya empezaba a decidir el castigo de Rosa y Dulce Rodríguez Olvera. Ambas eran acusadas de haber asesinado a su cuñada Beatriz y también de hacer lo mismo con el bebé de ésta, el cual sólo tenía tres meses de haber nacido. Para colmo de males los dos cadáveres fueron encontrados en fragmentos, mientras intentaban borrar huella de su crimen, quemando los restos.
El viejo que dio el grito de alarma era el principal promotor de que ambas debían morir ahí, en camposanto, devoradas por las llamas, purificando las almas de los verdugos que llevarían a cabo tal acción.
—Son unas brujas —gritó una señora, persignándose después.
Al escuchar esto Rosa miró a su hermana Dulce; gemelas, una era más gorda que la otra. Dulce comenzó a negar con su cabeza.
—La bruja era Betty —intentaba justificar su acción— nosotras la matamos para quitarle la maldición a nuestro papá; la bruja era Betty —luego, de su boca comenzaron a emitirse una serie de gritos y chillidos terroríficos. Los niños presentes huyeron inmediatamente al escucharlos. La señora que les había llamado brujas, tomó la cabeza a Dulce para golpearla con fuerza, obligándola a callar.
Luces rojas y azules resplandecían, entrando al pueblo, la policía llegaba justo a tiempo. La gente huyó, quedando algunos, sujetando a las hermanas y reportando a los oficiales lo ocurrido. En la patrulla iban calladas, mirándose los pies. El policía que conducía la unidad las observó, notó que eran gemelas. Había cubierto ya muchos reportes de asesinatos, pero ninguno como éste; francamente sólo deseaba dejarlas en la Procuraduría, le importaba poco lo que les pasara.
***
Ocultos detrás de sombras, los investigadores ante cuales Rosa se encontraba, poseían una voz casi demoniaca. Dos hombres y una mujer comenzaron a formular las preguntas de rigor.
—¿Nombre? —comenzó la mujer, que a pesar de su genérica condición no mostraba ninguna simpatía por la acusada.
—Rosa Rodríguez Olvera, para servirle señorita —uno de los policías al escucharla, pensó: “ni para coger me sirves pinche india.”
El otro policía harto las mismas preguntas, interrumpe el interrogatorio, golpeando la mesa y exclamando:
—¡¿Qué chingados fue lo que usted hizo, de que la acusan?!
—Pues mire señor mi hermano, que vive en Pachuca…
En la otra habitación, completamente iluminada, Dulce se encontraba sola, esperando a reunirse con su hermana o a que llegara un policía. Sin embargo tuvo que conformarse con una voz proveniente de un altoparlante, la cual, le ordenaba desvestirse. Petrificada a causa de la indicación Dulce creyó una broma lo que le acababan de decir. Sin embargo el altoparlante repitió la orden, era más enérgica. En ropa interior nada más, Dulce quedó de pie, cubriéndose con sus brazos los senos y su intimidad. Tres figuras alargadas, ataviadas con extraños trajes color rojo, entraron por la puerta. Presa del pánico la mujer se desmayó. Uno de los hombres la levantó, cargándola con suavidad, retirándola de la habitación.
El interrogatorio con la otra gemela continuaba en el ir y venir de preguntas y respuestas.
—Mi hermano por teléfono nos dijo que Beatriz tenía embrujado a mi papá. Que por eso, él nos había corrido de la casa. Y también que a ella le iban a dejar todo cuando se muriera.
—¿Por eso la mataron? ¿Y por qué al bebé?
—No la queríamos matar…al principio no. Mi hermana no creía en nada de lo que le decía. Decía que las brujas no existen. Pura invención. Entonces fue cuando vimos al diablo.
—¿Al diablo, lo vieron las dos? —el policía intentaba contener la risa. No era la primera vez que escuchaba una historia parecida; pero ésta vez, observando el rostro de la mujer, terminó de convencerse sobre la locura de ella.
—Una noche antes de matarlos, íbamos yo y Dulce por la calle, al pasar por la esquina; frente a la casa de mi papá. Mi hermana vio entonces una sombre en la pared. Yo vi que se detuvo, temblaba de miedo, aunque también hacía frío. Yo vi lo que ella veía. Era la sombra del diablo en la casa de mi papá. Entonces ahí Dulce me dijo: “Si decías la verdad, Betty es bruja…” Entonces al llegar a casa, decidimos que había que matar a Betty. Sabíamos que mañana, o sea hoy, mi papá iría a Pachuca a recoger una camioneta. Yo no pude dormir, pensando en lo que nos haría Beatriz al intentarla matar. Si era bruja sus poderes nos paralizarían o peor, convertiría en gallinas, para luego comernos —la risa de los tres investigadores estalló, retumbando en toda la habitación, a Rosa esto no le importó; segura ella de lo que contaba prosiguió su relato: —Dulce vigilaba la casa, esperando a que mi papá se fuera, luego me avisaría. Yo preparaba lo que necesitaríamos para matarla; en una funda de almohada metí una soga, un cristo, un rosario, agua bendita del templo y un libro de oraciones. Dulce llegó a la casa, estaba sudando, temblaba; le pregunté si tenía miedo, ella me dijo que sí, que tenía mucho miedo, que Betty era bruja y nos haría algo malo. Cuando llegamos a la casa sentimos mucho frio, como si estuviéramos a punto de morir. Todavía conservaba la llave para entrar a la casa. No había nadie en planta baja. Dulce por delante, escalón por escalón, subíamos al encuentro con la bruja. El corredor de la planta estaba vació, el silencio era total. De pronto el llanto del bebé nos señaló donde estaba la maldita bruja. Ambas corrimos gritando hacia ellos. Dulce empujó a Betty, cayendo las dos al suelo, forcejeándose, jalándose el pelo, mordiéndose, rasguñando sus pieles; eran dos gatas matándose. Yo comencé a lanzarles agua bendita mientras rezaba un padrenuestro. Dulce se le encimó como pudo, entonces yo con el cristo, golpee la cabeza de la bruja hasta que ésta muriera; sonaba como una perra atropellada. Las manos de mi hermana cogieron su cuello, era tanta la fuerza con la cual la ahorcaba, que la lengua salió de la boca, como si fuera una serpiente. La matamos, pero aún quedaba su cuerpo en ésta vida. Fui al patio por las herramientas de mi papá, regresé con la segueta e intente cortar los brazos y piernas, pero la cuchilla se tronó. Dulce y yo cogimos el cadáver, íbamos a bajarlo, en eso el chiquillo comenzó a llorar muy fuerte. Dulce lo tomó para luego arrojarlo contra la pared. Bajamos las dos al patio, ahí fue que se me ocurrió quemarlos. Así el hechizo se le quitaría a mi papá… Lo demás ya se lo saben. ¿Dónde está mi hermana?
—También la interrogan, para conocer su versión de los hechos.
***
Desnuda, encadenada a una pared, era torturada. Sus senos habían sido quemados con velas. Las uñas de sus pies arrancadas con tenazas de acero. Su espalda, cortada; sin embargo su respuesta a la pregunta era la misma
—¡Betty era la bruja, Betty era la bruja! ~
Cómo! Así se acaba? Necesita la segunda parte
Me tocó leer otros relatos de este escritor. Esta un poco tocado pero sus historias me agradan. Creo que aún queda talento en los escritores mexicanos, lastima que aqui casi nadie los apoya