[diafonía 3] => => Noctívagaullante

Cuento e #intervención de Iliana Vargas

ELVIRA NOLESPIK HABÍA entrado a la noche como se cruza una cascada de hojas secas en el umbral de un bosque salino: el roce de su cuerpo –o de lo que ella consideraba su cuerpo–  con las aristas de cada elemento que configuraba a ese pedazo de noche, se dejaba oír como el oleaje de escamas cristalizadas en pleamar: el choque de la escafandra en su libre exploración de arrecifes atiborrados de costra/cáscara/ostraco/punta y crrrackkk… el quiebre.

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Era el quiebre de la encabalgadura entre esa noche y

la inconmensurable maraña de luces, remolinos de ingrávida piedra y tormentas de gas que llevaba años cruzando, tratando de alejarse del centro de ese laberinto oscuro que tan insistente se hacía pasar por noche

lo que Elvira Nolespik buscaba al asomarse a aquella casa; despacio, sigilosa entre la ventana y la cortina que abiertas se ofrecían a la calle.

ilust_Pasado

Descubrió, entre vibraciones de fuego fatuo, la algarabía de un sillón rojo y una pecera habitada por plantas azules y ambarinas. Al fondo de esa habitación que guardaba la noche

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//porque todo lo vivo guarda una noche a plena luz del día: la boca cerrada del depredador, el avispero en la fachada de una casa solar, la guarida de pequeños oasis al borde del desierto incandescente, la fiebre de la garganta en plena construcción gutural//

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encontró rastros de piel y sangre fresca.

Se sobresaltó al descubrir que aún era capaz de sobresaltarse, de mantener la brutalidad de los sentidos latentes, de percibir aquello que le resultaba inexplicable: la piel fresca, suave, tersa: fragmento de jengibre rebanado con la tintura del tatuaje impresa, incorruptible a pesar de no ser más parte del cuerpo vivo. Un tatuaje y una sangre y una piel que latía por sí sola.

Elvira Nolespik reconoció la imagen dibujada con líneas gruesas: el símbolo etrusco que representa la agonía de un pez violáceo aleteando sobre la mesa entre restos de agua enlamada: la agonía de esperar a que cada partícula del cuerpo termine de morir… Entonces reconoció también la noche a la que había entrado. Era la séptima del viaje, pero en realidad la primera; la noche en la que nació su condición de noctívagaullante, de discordia ritual, de provocadora del caos:

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DESOLLAROS LOS UNOS A LOS OTROS Y ENCONTRARÉIS MURMULLOS EN LA CARNE VIVA, LAS VOCES DE LO INAUDIBLE PARA LA PIEL QUE NUNCA DESPIERTA, era la consigna para que naciera el alba del Ciclo Saturno: siete navegantes debían ser desollados por siete sedentarios.

ilust_se7enCada uno era elegido durante el desmembramiento de la Ancrasia, libélula emplumada que emprendía un vuelo particular durante esa noche, cuando era designio de su naturaleza elevarse hasta rebasar las posibilidades de la altura y la presión dentro del cuerpo. Con el límite llegaba la explosión, expandiendo sus restos de tal forma que al descender, caían como marcas sobre los catorce enseres del ritual. Elvira Nolespik recibió no una, sino tres puntas de ala sobre su hombro derecho. Pero ella, navaja en mano, con las flores cosidas al cuerpo, con la desmesurada esencia de aceite de ayioja circulando entre sus canales sanguíneos para potencializar el golpe, se quedó inmóvil ante la piel que le ofrecían. Los cantos regurgitaban más estridentes y su sangre se había convertido en un torrente de escarabajos al vuelo.

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La euforia y el fuego que emanaba de su piel vibrante la impulsaron a ejecutar la incisión y levantar la epidermis de un solo tajo. Su epidermis. Su pierna entera. La mano de Elvira Nolespik sobre el propio cuerpo. El ritual había sido obnubilado por el inminente caos, pero ella no alcanzó a advertirlo: al momento de separar la piel de la carne, una implosión abisal la absorbió hasta el centro de sí misma y la escupió al estero del trance en el que flotaba desde entonces: el trance de la muerte que no terminaba de llegar a su cuerpo/pez.

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La corriente de aire amenazaba con arrastrarla a la orilla del sillón rojo impregnado –ahora lo veía– de los coágulos amoratados de aquella sangre que era y no era la suya: era un hombre el que yacía sobre el sillón, con la navaja en una mano y el pecho en carne viva, desbordado de ese líquido espeso del que estaba ya casi vacío. A pesar de que la navaja contaba con suficiente filo, el corte había sido bastante irregular y las incisiones demasiado profundas. Sin embargo, el dibujo estaba completo, y la reafirmación del caos, ineludible:

gif_Fractal

Elvira Nolespik se había desdoblado en una travesía de dimensiones/fractal:     su acto                                                                                                                                   furibundo había quedado suspendido en un portal de sombra que asediaba, sin posibilidad de descanso, a todo espécimen nacido entre los reflejos flamígeros del momento en que ella había quedado en trance:                                                               la vida

                                                                                                                                                              de cada uno de los infectados transcurría de lo más normal y estructurada hasta que sin aviso, sin seña, asomaba el canto de la sombra como una dentellada:          el aullido

                                                                                                                                                             errante buscando la noche en que lograra restaurar el orden; arrancar esa piel tatuada, reproducida en todos los seres que, incendiados por la estela de Elvira Nolespik, vivirían bajo el destino manifiesto de desollarse a sí mismos.~

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