La Madonna de las Dunas
Un cuento de Jorge Jaramillo Villarruel
Ellos están juntos en la
AL DESPERTAR SINTIÓ la piel húmeda a su lado. Ante la luz del cielo tormentoso de las 3:00 am y de la pista de aterrizaje, su cuerpo era invisible. Las sombras y la luz suave transformaban su cuerpo en un paisaje de geometrías extrañas y oscuras, captadas sólo por el tacto y el olfato y por el rabillo del ojo. Al oírla respirar mientras dormía, salió del cuarto, poniéndose su chaqueta negra de cuero. Luego, salió del apartamento que habían compartido los últimos meses. La pista abandonada más allá de las dunas antiguas y mudas, formaba una escena ambigua que le recordaba la noche cuando se conocieron, y la mañana posterior a su propia liberación. Caminó hasta el amanecer.
madrugada antes del final
Cuando despertó, él ya había vuelto. Ella fue a la habitación principal y observó lo que él había clavado al pizarrón: (1) Los rostros de dos billetes de MX$500.00 mirándose el uno al otro; (2) Una página arrancada de un libro de J.G. Ballard, que era el único autor que él seguía leyendo; (3) El cuerpo atado y desnudo, grotescamente irreconocible, de Unica Zürn, acompañado por la leyenda de tinte necrófilo: ‘Tenir aus Frais’; (4) Una impresión de alta resolución de Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas; (5) Su título de doctorado con los bordes quemados. «Ésta es la materia de la que los sueños estaban hechos cuando era joven», explicó él cuando la vio hacer una mueca de desagrado a su colección. «Ahora es la materia de la realidad».
de los sueños y la oscuridad.
Al caminar en los senderos de grava del parque abandonado, con su escultura de Beethoven, que era la única estructura que los terremotos no hicieron caer ni tambalearse, pensó que había visto a alguien siguiéndolo, aunque podría tratarse de él mismo, imágenes remanentes de la culpa y el recuerdo, deseos primitivos reprimidos. Mañana pálida, sol pálido, maquinarias del alma sobrecalentadas. El sudor corrió por su rostro, lágrimas de su cuerpo cansado. Se ocultó en el tranvía abandonado, ruina urbana, restos de naufragio en el sedimento rebosante. El interior era húmedo y cálido, el sol no quemaba ahí, era un buen lugar para esperar el fin del mundo, un diluvio universal de información vaciada de sentido. Su máquina cerebral se inició, arrojando chispas a los paisajes imaginarios de arena y sol ardiente. Gozaba de sus propios pensamientos, que lo abrumaban y lo hacían temblar de emoción.
Se deslizan
«¿Qué es eso?», preguntó ella con una sonrisa falsa. Él ignoró la pregunta y siguió con la limpieza del tranvía. Removió liquen y moho, colocó una mesa de madera a modo de escritorio, pulió las hojas de acero, reparó las luces y la instalación eléctrica. Quitó lo que quedaba de los asientos, que no era más que alambres oxidados y resortes que habían perdido su flexibilidad después de décadas bajo el sol y la arena. También instaló una antena de metal, no muy seguro de si recibiría señales del espacio exterior o del interior. La monstruosidad mecánica estaba mejorando su condición, pero el aire acondicionado estaba más allá de cualquier reparación. Ella preguntó de nuevo, olvidándose de sonreír: «¿Para qué quieres eso?» Él la miró del mismo modo en que un médico mira la tomografía de un tumor benigno. «Me gusta imaginar que soy un artista», dijo, «quiero inventar la realidad aquí».
hacia los paisajes serenos
Había estado pasando cada vez más tiempo dentro del tranvía y a sus alrededores. Fue convertido en un estudio desde donde era capaz de leer la realidad como un libro abierto de significado claro, escrito con símbolos en lugar de letras, y de poner por escrito sus observaciones. Cada evento relevante del mundo, pasado, presente y futuro, era un símbolo de un alfabeto arcano de significado profundo. Ella trató de acercarse de nuevo a él, atraerlo de vuelta a las noches compartidas cuando el cielo era cálido y el tiempo corría de prisa. Se sentía fuera de lugar, sola, en las lentas horas de la tarde, cuando el sol abrasivo hacía a las dunas bailar, Isadora Duncan en un escenario vacío. Un día, él le entregó una fotocopia de baja calidad de A través de las aves, a través del fuego, y no a través del vidrio, de Tanguy, y le dijo: «Somos nosotros». Y se fue.
del cristal y del acero
A través de sus pinturas, el Doctor Fernando Antero diagnosticó a Frida Kahlo con el síndrome de Asherman, que significaba que se habían formado cicatrices en el interior de la cavidad uterina. Esta enfermedad había aparecido después del incidente. Un tubo de metal atravesó el abdomen de la pintora, dejándola paralizada durante meses. El trauma dañó severamente estructura ósea y órganos internos. Incluso cuando, contra toda probabilidad, sobrevivió, el trauma le habría de causar problemas durante la edad adulta, como en su capacidad de procrear, además de hacerla vivir con terribles dolores. Pero esto detonó su interés en representar sus paisajes interiores en la pintura. La pintura siempre tiene más dolor que arte.
de las ciudades muertas y olvidadas.
El horizonte infinito la puso triste, la falta de definición no le permitía diferenciar la tierra del cielo, pero la escultura era lo que capturaba más su atención. No le decía nada en absoluto. Una estructura ajena de metal y tela, inmóvil contra un silencio frío sin fin. Era todo cuanto era para él, un conjunto de ángulos lejanos. «Somos nosotros», había dicho, dirigiéndose a los sueños que suplantaban la realidad. Se sintió incómoda contemplando la reproducción en blanco y negro, una representación inexpresiva del océano o del desierto de un mundo alienado, demasiado parecido al mundo del que ella se sentía prisionera. Al fin comprendía por qué una fotografía en escala de grises, de Siqueiros en Lecumberri, lo había obsesionado tanto antes de las pruebas y el internamiento, mucho antes de su escapada. El encierro, no importa cuán imperfecto, es una forma de libertad. Y la libertad dota de significado a una realidad que principalmente carece de sentido.
Un vientre despoblado es
En el frío anochecer, cuando el cielo parecía de lluvia, ella le explicó por qué había dejado de sangrar. Él comenzó a dar largos paseos más y más lejos en el laberinto de sus paisajes mentales, buscando el lugar elusivo donde podría hallar significado y realidad, su antigua celda, lejos más allá de la descuidada ciudad desértica, anhelando ser libre de su encierro abierto. Ella le habló, sus palabras vaciadas de sentido. Su voz iracunda era sonido puro, el balbuceo primitivo de los tiempos pasados y por venir, la música sin significado de los cuásares y las estrellas muertas. Pero él no pareció oírla.
Un océano de corales fósiles,
Un aborto espontáneo no era el fin del mundo, él le hubiera pedido que lo hiciera, de cualquier modo; traer niños a esta Tierra desolada debería ser un crimen. Una tormenta eléctrica los despertó temprano por la mañana. Él se inclinó contra la ventana, mirándola. Ella permaneció en la cama, tapada con una sábana de un marrón pálido que se parecía a las olas del mar de arena del desierto cuando el viento soplaba. «Ven a la cama», le pidió. Más tarde ese día, una tormenta de arena cubrió los paneles de las ventanas con el mismo tono de marrón. Un día el mundo entero quedaría cubierto de polvo, se volvería un paisaje oceánico seco sin ninguna forma de vida, el reino de la inmovilidad, atestiguado por los rostros mudos de las pinturas y los carteles publicitarios.
organismos minerales rojos y blancos
Para entonces, se había mudado permanentemente al tranvía, que ahora parecía una nave espacial, una manera de explorar las profundidades del espacio interior. Cuando ella despertó, halló su expediente psiquiátrico en la cama. Después de desayunar, se atrevió a preguntarle: «¿Qué es esto?» «Una carta de despedida«, dijo él. Más tarde, se puso la mochila y la llevó a dar un paseo por las antenas de radio y el cementerio de torres, estructuras sepultadas por la arena, un bosque de árboles de metal muerto. Su lugar favorito de ambos. Ahí podían estar solos, lejos del mundo irreal que el resto del tiempo se hacía pasar por el verdadero. Bajó la mochila, se arrodilló frente a ella y les dio un beso de despedida a ella y a su vientre vacío. Después regresó a su nave espacial.
que prevalecen en este mundo muerto.
Su cuerpo yacía inmóvil en lo alto de la duna, pálido y hermoso como una piedra de las profundidades del mar o un sueño fosilizado hecho de piedras. Sus líneas suaves, mecidas por la arena tibia, un coral de carne y hueso. Un pasamanos sobresalía de sus entrañas, como una antena extraña enviando su música a las estrellas. El Doctor Hernández contemplo la instalación con asombro y repulsión. Después de un tiempo, sobreponiéndose al horror y la fascinación, entró al tranvía. Había libros y hojas de papel con notas para apocalipsis estético. Sobre la mesa, los rostros de Frida y Diego, dándose la espalda, era todo cuanto quedaba de los mapas semánticos. «La realidad finalmente ha reemplazado a la imaginación», dijo en una exclamación de comprensión. Cuando el Doctor Hernández regresó a su oficina en el hospital, él lo esperaba usando un casco de astronauta. Sobre el escritorio, el expediente psiquiátrico perdido con una foto de Siqueiros en la cárcel, unida por un clip. «Libéreme».~
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