Las chicas sólo quieren divertirse

Un cuento de Bernardo Monroy. ilustración de Carlos Dzul

 

Life would be grand if it weren’t for the people.
—Alice Munro

—SÍ —DIJO OFELIA—. Alice Munro ganará el Nobel de Literatura en 2013. Yo la leí en la secundaria. Me gusta mucho su prosa, creo que la leeré ayer. Hasta luego, tengo que trabajar. No es sencillo ser cronoguardián.

Ofelia se despidió del niño y caminó por el centro comercial. Los colores neón y los mosaicos estilo dominó adornaban los locales, entre los que destacaba un videoclub, que anunciaba el formato BETA como lo más novedoso. El cine proyectaba Los Goonies, y como música ambiental sonaba el éxito del momento en español: Toda la vida, de Franco. Pero también Thriller de Michael Jackson. Muchachos con chamarras de mezclilla y muchachas que vaciaron todo el spray de aerosol en sus cabellos. Al fondo del centro comercial había un Mac Donald’s. No eran muy comunes esos restaurantes en México, faltarían décadas para que destrozaran la cadena mexicana que les hacía competencia: Burguer Boy. La década de los ochenta del siglo XX fue muy extraña, pensaba Ofelia. Aunque hubiera preferido que le asignaran otro periodo más apasionante, como el Londres Victoriano o la Francia de Luis XV. Desafortunadamente los cronoguardianes sólo debían vigilar las grietas en el tiempo, no permitir que nadie las atravesara y preservar el pasado, ellos no elegían la época, eso le correspondía a los directivos.

El Centro Comercial «Plaza San Miguel» tenía una grieta del tiempo considerablemente grande. No era precisamente del tamaño del Arco del Triunfo, como la que había en Mongolia al periodo jurásico, pero sí medía dos metros de alto por uno de ancho, lo suficiente para que alguna fanática de las Flans viajar por accidente al 2085 y se topara con internet y no con coches voladores. Había algo que no hacía a Ofelia diferente de los lanceros medievales, los trabajadores durante la revolución industrial y los Godínez del 2000: odiaba intensamente su trabajo. Debía estar en el mismo centro comercial, con atuendo ochentero y pasar allí 24 horas seis días a la semana vigilando que el curso de la Historia no fuera cambiado bajo ningún motivo. Cuando escuchaba a Cindy Lauper cantar: when the workin’ day is done, oh girls they wanna have fun, oh girls just wanna have fun… coincidía con ella, pues solo quería divertirse ya fuera en su época o en otro periodo menos estrafalario.

Caminó por una librería donde se encontraba uno de los best-sellers del momento: La hora del vampiro, de Stephen King. Escuchó a un muchacho de diecisiete años, de complexión musculosa, decirle al vendedor que el autor era divertido pero carecía de calidad literaria. «Si ese pendejo supiera que a King le van a dar el Nobel de Literatura, se iba de nalgas», pensaba ella. Si había algo que odiaba más que a su trabajo, era a aquel muchacho. Y tenía serios y justificados motivos para hacerlo.

Ofelia atravesó el área de comida rápida al ritmo de Soy un desastre y subió las escaleras eléctricas hasta llegar a las «¡CHISPAS!» que ni siquiera se les llamaba «Maquinitas» o «Arcade». Aún faltaban décadas para el Super Nintendo, y el anciano que atendía la caja del local con toda seguridad jamás viviría para ver ni el Kinect ni mucho menos los videojuegos pentadimensionales que Ofelia jugaba cuando era niña. Entró al local y cambió una moneda de 200 pesos que mostraba a los héroes patrios y al Ángel de la Independencia por cinco fichas que llevó hasta una máquina de Space Invaders. Introdujo la moneda y comenzó a jugar a lo largo de una hora. Al poco tiempo, un resplandor rosado apareció en el suelo, justo unos centímetros al lado de Space Invaders. Era una grieta similar a la de cualquier vieja casa que se empieza a venir abajo por falta de cuidado por parte de sus dueños, sólo que brillante, casi cegadora. Escuchó la voz de un hombre que con tono enérgico le decía:

—¡Agente López! ¿Todo bien? ¿Está vigilando la grieta correctamente? No debería estar jugando en horas de trabajo. Esto le puede garantizar una carta administrativa…

—Haber estudiado Matemáticas Aplicadas a los Viajes en el Tiempo y graduarme con el mejor promedio de mi generación sólo para trabajar en esta mierda de subempleo. Tengo veinticuatro años y ya valí. A la verga —susurró Ofelia y de inmediato subió su tono de voz—. Lo siento, licenciado. No volverá a pasar. No es mi culpa que la grieta esté ubicada en un negocio de maquinitas…

—Las grietas pueden ubicarse en cualquier parte, la inestabilidad espacio-temporal es un fenómeno natural, como los tornados o terremotos, pero los físicos no lo descubrirán sino hasta mediados del siglo XXI. Ahora haga su trabajo. Sabemos que el muchacho que estaba platicando debe consumar sus crímenes. Y no vuelva a darle pistas a la gente de los ochentas sobre su ubicación y empleo, como hizo con ese niño.

—¿Y qué tal si inspiro a ese niño y se vuelve escritor de ciencia ficción?

—No discuta conmigo, agente. Vaya a hacer su trabajo.

Ofelia suspiró, salió del local permitiendo que los invasores espaciales destrozaran su nave de ocho bits. En realidad, a veces se sentía como un personaje de John Cheever, Raymond Carver o Alice Munro… siempre jodida e inundada hasta el cuello en la cotidianeidad. En la rutina. En la mediocridad. Ser una viajera a través del tiempo no era tener muchas aventuras con el doctor Emmett Brown en un De Lorean volador. La realidad era más deprimente, aburrida, lineal y carente de encanto. La realidad supera a la ficción, cierto. Pero a veces es más simple. La música que ahora se escuchaba era Corre por el Boulevard, de las Flans. Literalmente, la persona con quien se iba a topar correría por el bulevar.

Era viernes por la tarde. En su época, seguramente todos estarían divirtiéndose en algún bar en Marte o teniendo sexo con su videoconsola. Pero en 1987 se sentarían frente al televisor a ver El Auto Increíble… y otros cometerían un acto de pedofilia.

Ofelia salió del centro comercial y observó al muchacho y al niño que se había topado hacía apenas unos minutos. Eran alrededor de las siete de la noche, las luces de neón de la década y un mundo donde el cáncer de pulmón a causa del tabaco y el sida apenas empezaban a verse. El muchacho llevaba de la mano al pequeño, quien no tendría más de seis años. Lo alejó de la gente hasta encontrarse en la parte trasera del centro comercial, donde se tiraba la basura y se descargaba la mercancía diariamente. Ofelia los fue siguiendo con extrema discreción. No se acercó demasiado pero su campo visual lo observó todo claramente. El muchacho tapo la boca del niño con la mano y se bajaba los pantalones. Después, hacía lo mismo con la prenda del niño. Le inmovilizó las manos y comenzó a friccionar durante pocos minutos, que seguramente para el niño fueron horas. Después se subió los pantalones y le hizo la advertencia, que ya era lugar común, de todo violador:

—Si dices una palabra te encuentro y mato a tu familia.

Ofelia quiso ayudar al niño, quiso denunciar al muchacho… pero un viajero a través del tiempo no podía intervenir. Llamar a un policía o haber impedido el acto podían acabar con el universo. El Efecto Mariposa era más importante que la dignidad de un pequeño.

El muchacho se topó con ella y la saludó con una cortesía tan sobresaliente que nadie hubiera sospechado lo que acababa de hacer. Y lo peor era que no se trataba de la primera vez: diez niños habían sido sus víctimas.

—Buenas noches, señorita. Dios la bendiga.

El muchacho empezó a correr y Ofelia regresó al centro comercial. Debía cumplir con la rutina: esperar a que cerraran y seguir allí durante toda la noche, vigilando la grieta. Debía estar al pendiente de que no se hiciera ningún cambio, porque a la burocracia del tiempo no le importaban las emociones humanas sino la estabilidad. Entró al centro comercial sintiendo el júbilo y la alegría de una época que aún no se enfrentaba a las guerras del siglo por venir. Esta vez, se escuchaba a Michael Jackson cantar: You’ve been hit by, you’ve been struck by, a smooth criminal…

Los ochenta fue una década repleta de cambios… pero había momentos de mucha simplicidad. Momentos en que las chicas sólo querían divertirse y los criminales no siempre eran suaves.~