ocho aproximaciones al asombro
1. El pasatiempo favorito de este hombre es asombrarse. No existe siquiera un bicho que no lo emocione hasta el éxtasis, y nada le divierte tanto como esos brincos de panza que dan las sorpresas. Tanto le gustan, que un día decide ponerse a buscar el asombro más grande del mundo. Resuelve que tal será su misión en la vida. «¡Esto será asombroso!», piensa, con demasiado júbilo, que por otra parte es el júbilo de siempre.
2. Decide buscar algo que de verdad lo haga perder el piso. ¡Un fantasma, claro! En este mundo debe haber tantos. Renta la casa más embrujada que encuentra en el periódico. Meses después se acostumbra a las apariciones pavorosas, y los horribles gritos nocturnos ya no le parecen más divertidos que una tubería ruidosa.
3. Elige otra forma de asombrarse: viajar. Los medios convencionales le parecen triviales, sin embargo. Opta mejor por teletransportarse. Sus destinos, previsiblemente, se agotan pronto. Otra vez se harta cuando, por un error de medición, uno de sus brazos termina en Jordania y no en Odessa con el resto de su cuerpo.
4. Se inscribe a un curso de magia negra. Y pronto es capaz de convertir a cualquiera que lo moleste en bicho o en fantasma; se divierte cantidad, así que pronto encuentra pretextos cada vez más irrisorios para transformar una y otra vez a sus cercanos. En pocas semanas, ya ninguno de sus amigos se atreve siquiera a estornudar frente a él: nadie quiere terminar convertido en perro, casa o ruleta.
5. Letrado en artes ocultas, se fabrica un compañero. Uno monstruoso, con carne humana y partes robóticas, de vida idiota pero sumisa. Nada más terminarlo, se aburre, pero sobre todo se percata de que fue un capricho inútil. Indiferente, le deja la puerta del taller abierta, para que se pueda ir a hacer lo que quiera. Ver en las noticias los crímenes de su monstruo no logra sobresaltarlo: cada vez se sorprende menos y menos.
6. Espera por las noches la llegada de naves extraterrestres. Repasa emocionado lo que podrá compartir con los alienígenas, que seguro serán tan fácilmente asombrables como él. Sobra decir que la nave nunca llega. «O no hay vida fuera, o a esa vida le intereso tan poco como a mí lo que pasa en este planeta», se dice. Es la última vez que mira el cielo.
7. Nada ha tenido éxito. Tiene una última opción: volver a lo simple, a los temblores humildes pero sinceros. Risas de niños, vuelos de aves, atardeceres. Es vano: ha perdido su asombro original. Así envejece, aburrido, plano.
8. «Bastará con morir», piensa, arrugado, «algo inimaginable, absolutamente excitante debe pasar después». Reflexiona eso por años, pero sigue viviendo, viviendo, viviendo. El asombro final nunca le llega o le pasa de largo; nunca llega a percibir un éxtasis que le anuncie que ha muerto, que es hora de afrontar los sobresaltos y las maravillas que ocurren pocas veces del otro lado.~
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