Poemas de Juan José Rodinás

Poemas de Juan José Rodinás. Selección de Jesús García Mora

 

Koan shostakovich en la lección de kyudo

Adiós, pañuelos. Cielo azul. Adiós, cielo.
Más allá, la mente, un hilo de huesos.
Y tú, qué velocísimo, hablas de la muerte.
Y elevas el arco.
Así, tu ojo derecho sostiene el yu hasta que algo se desprende.
una crisálida en la hierba (no shunsho no tienes un jardín),
un microcircuito de la mente de un dios pájaro,
un pájaro, sí, un pájaro que se parece a Tolstoi.
Todo duerme en el blanco que ocupa el centro del jardín.
el yumi elevado en la mano que eleva tu mano transparente.
Ver no es ver el blanco. En la cabeza del arquero, el centro blanco.
Círculo, cerrar círculo de arquero hasta un pliego de aire
es apuntar a una cabeza cuando el mundo no existe.
Déjame pensar: un demonio. Déjame pensar: alguna revelatio.
Un vacío. ¿Un sueño agujereado?
Río que sube en contra tuyo,
pero déjame penetrar el diseño visual de este jardín con árboles.
déjame revolcarme: ser transparente en lo blanco
de lo que hablas: abandonarse.
dormido en: no, no, no.
Sube
hasta la corteza cerebral con larvas de cometa,
a la estrellas magenta del buda.

 

Joy. segundo sueño. ¿final? septiembre 2011

Ella corre por el pasillo y no mira.
Ella huye del asesino serial, del poeta serial, huye.
La muchacha sube a la terraza y dice:
ves esa casa, juanjo, allá está el cielo
y allá también estamos muertos.
Yo no veo la casa y estoy muerto, pero
son palabras para elevar una casa y están muertas, pero
sólo dije que ella podía volar ese día sin morir.
Las campanas del amanecer crujen como papel quemado.
Todo el papel quemado no alcanza
para trazar un círculo sobre el amanecer.

 

Parque de Monjas II Jet Lag

Junto a la cancha de fútbol,
si no dices paso del tiempo, dices:
he vuelto a ver la mañana sobre el corazón de los niños perdidos.
Junto a la cancha de fútbol,
si tú dices “frontera amanece”, una pelota gira
bajo la mesa blanca del vecino. Aunque
no he sabido de mí hace años, cuando era pequeño
y múltiple,
y múltiple rasgaba el vientre de una hormiga
con una piedra finísima. Desde el dibujo
donde transcribo al niño paisaje invalidez,
él esconde un robot de cartulina
y lee mi rostro de polvo contra su propia habla
perdida.

Desde allí
oro por mí a una distancia donde no hay dios,
pero hay milagro: taxis que viajan sólo
por las orillas de la ciudad, sin transportar
pasajero ninguno.

Pero éste no era el pacto, monsieur gorrión.
Esta velocidad donde voy,
mientras sueño en tiempo presente
muchos tiempos presentes sucesivos,
incluso uno
donde yo jugaba con granizo de nuevo
mientras alguien traía una pelota
para empezar el partido.

 

 Parque de Monjas II confesión del paciente

Quiero borrar este último sueño.
Borrar, contra mi mente,
al menos la mente que tenía de niño
y el sol en pausa,
limpio como el manubrio de una bicicleta.
Doctora, claro, objeto desechable
y uno puede pasar la vida recordando ¿qué?
Sí, doctora, el viento del páramo sobre la hierba
y la lluvia sobre los ratones búlgaros,
mientras corro
sobre un archipiélago de piedras:
extraña imagen de otras adivinaciones.

Claro, doctorantidoctora,
salud es cuerpo adulto,
salud es fruto seco,
salud es silencio: yo, desde luego, doctora,
empiezo a sentirme abandonado por alguien
cuyo rostro se amenaza a sí mismo con herirse.
Tomo cápsulas que nunca sirven
y las imágenes flotan sobre mí
como un suero de erizos
que no puedo evitar sin anularme:
este tiempo es un hueco
donde la mano de mi abuela oculta
un país mío
disuelto en la pila de lavar.

 

Autopista a Cayambe: confesión y revelación del paciente

IV
Este paisaje es una niña aymará cantando en la habitación de nieve que es el mundo.
Realidad es proceso.
Realidad es reality show de un río transparente.
Realidad es un vencejo que se clona a sí mismo hasta ser su parvada en la célula cortada por los genetistas.
Realidad es antipájaro, es reposo de un pájaro sobre el punto débil de la rama colgante.

 

Intermezzo Velocidad Thom Yorke

Desordeno el espacio donde la mente tiene lugar. Este espacio que es toda mente: una larguísima hilera de postes telefónicos: de avisos. Da forma esa hilera a una colina donde los niños androides paranoicos suben para mirar la ciudad estallada. Sopla el viento del páramo y las ánimas sonsopladas y soplan sobre un bosque de cadáveres filmados desde todas direcciones por los ojos del aire y, a lo lejos, los niños miran y dicen: no podíamos destruir, no podíamos salvar destruyendo este espacio que es el largo corredor de la mente, pero al final, donde las neuronas desposan al pájaro mutante, a su anillo nupcial en la garganta, alguien aguarda mi despertar.

 

Pequeño páramo: un montaje final de materiales: Chambo

Este momento es para el ojo y ofrece una colina y un paisaje de polvo. El eucalipto ausente es producto del trueque de un cielo por la fotografía de un cielo, para que así lo real sea más útil en ausencia. El sol propuso allí, lo sabemos por la foto siguiente, a una niña con un poncho azul de rayas blancas. El paisaje editado, para ambas versiones, casi es la mirada: ahora el aire es (más) aire y las cosas son (más) cosas. Sobre el lente, un colibrí —que imita fugazmente a un demonio— gira su cráneo sobre las flores del arbusto imantado: se pierde, iluminó. Ahora, junto a mi jeep, el tiempo no transcurre: el reloj transcurre sobre una calle en polvo donde el sonido del bosque es todas las afueras de un cielo sin mundo.

 
 

poeta_Juan José RodinásJuan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979). Su último libro de poesía se llama 9 grados de turbulencia interior (Guadalajara, 2014). Ha publicado varios ensayos sobre cultura, semiótica y estudios literarios. Formó parte del comité editorial de la revista de poesía Ruido Blanco y fue director de la editorial del mismo nombre. Ha obtenido algunos premios literarios. Actualmente vive en Leeds, Inglaterra y trabaja en la traducción del poeta irlandés Pat Boran.