Irreverencias maravillosas: Indagando en el abismo

Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse
a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo,
el abismo también mira dentro de ti.

Friedrich Wilhelm Nietzsche

Thomas De Quincey en su ensayo Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827) busca, a través de la voz mordaz de un joven homicida que forma parte de la Sociedad de Expertos en el Asesinato, analizar estéticamente al asesinato con la finalidad de conseguir un acto catártico, dejando de lado la agobiante moral para poder lograrlo.

El asesino es, entonces, visto como un artífice que exhibe sus creaciones a determinados espectadores críticos esperando cumplir ciertos parámetros estéticos e ideológicos y que, bajo esta premisa, le otorga la misma importancia al escenario que al cuerpo utilizado para culminar su obra. El asesino crea a través de la destrucción, de la posesión del cuerpo y la vida del otro.

De Quincey propone en su obra mirar de manera directa y penetrante al infierno personal del asesino; contemplar el tumulto de elementos adversos que han ido aumentando las llamas y cavando cada vez más en lo insondable de su dolor para encontrar el quid. Por supuesto que aún bajo estas premisas no todo asesino es artista y no todos los asesinatos son arte ni son dignos de permanecer en los anales sensacionalistas de la sociedad.

La historia está plagada de innumerables crímenes y homicidios y, para De Quincey, lo único que han hecho el progreso y el desarrollo, a la sombra de la ética, es otorgar las herramientas necesarias para perfeccionarlo. El asesinato debe aceptarse y comprenderse como una presencia intrínseca, instintiva y constante de nuestra enigmática mente, como una posibilidad latente, como una opción fatal y extremista de la tenebrosa naturaleza humana, perfilada incluso en el lenguaje común y las expresiones diarias.

La premisa de De Quincey es exhortar a los lectores para interesarse por la figura del asesino como si fuera la de otro ser humano común, a sentir empatía por una persona que por diversos y recónditos motivos ha realizado el acto supremo de subversión para así lograr comprenderlo, más no aprobarlo ni sentir compasión por éste.

El escritor venezolano Fernando Báez lo define de manera suprema: «Hay un instinto, una convicción en el asesino, que se cultiva a partir de las entrañas mismas del desasosiego, del asombro y de la sombra que llevamos en cada uno de nosotros, del rumor que nos signa, de los pasos que damos entre la oscuridad y la luz día tras día, de la incesante necesidad de afirmarnos como temblor, como intemperie y como olvido».

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ilustración de la Polize Gazette de Jack El destripador (1888)

El siglo XIX vio nacer la atracción hacia los detalles y pormenores de la transgresión del asesinato, fascinación legada hasta ahora. En The Invention of Murder. How the Victorians revelled in death and detection and created modern crime (2011), Judith Flanders encuentra la razón explicando que al poder presenciar la escena de un acto tan deplorable y conocer sus pormenores, el público crea un vínculo auténtico y único con el homicida, con aquel que en apariencia es su igual, lo que dota de un halo escalofriante al suceso. Flanders expone decenas de descripciones de asesinatos que llegaron a su clímax con Jack el Destripador. Con la figura del detective como protagonista y la gran cobertura por parte de la prensa junto con ilustraciones reveladoras (mismas que la policía criticaba) de estos hechos. La atención que se le brindaba a los homicidios era cada vez mayor, y esto era aprovechado por el periodismo para criticar severamente a los políticos y a la policía. Publicaciones escrupulosas y amarillistas eran el entretenimiento diario para una sociedad rodeada de tragedia y violencia de género, cuestión que no ha cambiado en absoluto.

A finales del siglo XX proliferaron las películas basadas en las vidas y los crímenes de diferentes asesinos seriales, reales o ficticios, como Kalifornia (1993, Dominic Sena), Copycat (1995, Jon Amiel), Seven (1995, David Fincher), American Psycho (2000, Mary Harron) o Monster (2003, Patty Jenkins). Mucho más reciente es la serie de NBC Hannibal (2013), donde el cadáver y la escena del crimen son convertidos en una obra artística, en una instalación que aguarda por sus espectadores.

Ed Gein (1906-1984), uno de los primeros asesinos en serie más famosos de Estados Unidos —país que actualmente cuenta con más del 96% de los asesinos seriales, entre ellos Albert Fish (1870-1936), Jeffrey Dahmer (1960-1994) y Ted Bundy (1946-1989)— inspiró la novela Psycho (1959, Robert Bloch), misma que fue adaptada al cine el siguiente año con el mismo nombre por Hitchcock, y que dio lugar a la precuela Bates Motel (2013), serie televisiva de A&E. También inspiró a los directores de películas como The Texas Chain Saw Massacre (1974, Tobe Hooper), The Silence of the Lambs (1991, Jonathan Demme), House of 1000 Corpses (2003, Rob Zombie) y varias más que intentaron ser biográficas.

Existe una larga lista de revistas y libros, tanto de ficción como de no ficción, con temáticas relacionadas con el asesinato. Algunos escritores como Pío Baroja o Benito Pérez Galdós quedaron fascinados con el crimen de la calle Fuencarral en 1888 en Madrid, y Truman Capote escribió la novela A sangre fría (1966) tras conocer la historia del asesinato de una familia en Kansas sin mayor motivo aparente. En La canción del verdugo (1979), obra galardonada con el Premio Pulitzer al siguiente año de su publicación, Norman Mailer ahonda en la vida de un exconvicto que reincide en el asesinato al poco tiempo de salir de la cárcel bajo libertad condicional.

En el ámbito musical, también hay una lista infinita de bandas con canciones inspiradas en estos hechos o en sus perpetradores tales como Mudvayne, System of a Down, Cradle of Filth, The Killers, Interpol, The Rolling Stones, The Police, Morrisey, The Flaming Lips o The Clash. Un caso específico es el de la canción «Suffer Little Children» de The Smiths, basada en la historia de la asesina británica Myra Hindley, quien, junto con su pareja, abusó y asesinó a 5 adolescentes en la década de 1960.

Infinidad de circunstancias y propósitos han orillado a un gran número de personas —que sigue aumentando a diario— a convertirse en parte de la historia con cualquiera de los dos papeles posibles: el de víctimas o el de victimarios. Aunque algunos son más propensos a uno de ellos que al otro, el de victimario tendrá siempre más adeptos que encuentren placer en el sufrimiento ajeno, que requiera del cuerpo del otro para acallar la conmoción del frenesí con un impulso cruento. Y es que el asesinato confiere un lugar divino en el universo particular, convierte en atribuladas deidades fugaces a aquellos mortales que arriesgan su propia existencia para destruir la de alguien más.~