Los raros

Un texto por y para los raros, de Moisés Martínez Ayala/ Ilustración ‘She could be sweet’ de Juan Astianax.


 

«SER ES SER percibido», decía George Berkeley. Su argumento agregaba que todo aquello que vemos existe dependiendo de la percepción de una persona. A la distancia, alguien de estatura alta, puede verse diminuto, pero cambiar al irse acercando. ¡Vaya manera de hablar de la relatividad! El filósofo irlandés también decía que las cosas existen, aunque no las percibamos, porque Dios las percibe. De este modo es como todo depende de la percepción, es decir, es la existencia desde la percepción.

Quiero señalar que no es la única manera de percibir las cosas. La percepción es de cualquiera de los sentidos, sin embargo, como dirá Aristóteles, es por la vista desde donde con mayor facilidad podemos aprender. A este punto se sumará luego Da Vinci al escribir el Tratado de la pintura, o Tommaso de Campanella en su Civitas Solis. Años más tarde llegará Michel Foucault y agregará el aspecto desagradable de la mirada, la cual está al servicio del poder. Por lo tanto, la mirada entra en juego en la existencia de las personas.  Además, es la mirada lo primero que viene a la mente cuando se habla de percepción. Incluso en el ejemplo que da Berkeley de la relatividad que hay en la percepción, se habla de la mirada.

Cuando pienso en Berkeley y en las tribus urbanas sólo pienso que el filósofo tenía mucha razón en varios de sus postulados. Sin ánimos de generalizar puedo decir que todos buscamos ser percibidos, de una u otra manera. Cada tribu urbana crea sus patrones, sus estereotipos, sus modos de ser, de comportarse en la sociedad, aunque sea desde el choque de la percepción misma, desde lo normal y establecido.

Es aquí donde entran los raros, los extraños para la masa. Su principal característica es no ser percibidos. Estas personas buscan a toda costa pasar como los invisibles, como los que no son, como los que nadie recuerda. Siempre hay un raro por todas partes, perdido en el salón de clases, caminando por la calle con la mirada al suelo, viajando en el metro oculto en la esquina… Esas personas no hablan y no se ven, no existen para la mayoría. Nadie los recuerda.

Algunas veces esas personas son vistas como los nerds, o sólo como unos idiotas. Eso me recuerda mucho a Richard Matheson cuando describe a Jules, en voz del médico, como alguien que podía ser un genio o un idiota, y quien resultó ser un idiota. Es cierto, muchas veces esas personas silenciosas son unos genios pues se refugian en la lectura, en el estudio, en la creación. Me quedaré con estas personas, porque hay que reconocer que también existen los otros, los que durante toda su vida se mantendrán como desapercibidos, como los que no son.

Antes de escribir este texto pensé de inmediato en los Cronopios de Julio Cortázar, luego en muchos de los grandes escritores, en los científicos… en la gente que me rodea. Pocos son las personas que conozco que se dedican a la ciencia, al arte, a la creación, que no sean raros y que en su infancia y adolescencia siempre fueron los no visibles, los que se escondían a la hora del recreo para evitar golpear con su rostro el puño de los bravucones, de los que se quedaban con el dinero para comprar el lunch. Quizá estas personas en sus años de bachilleres seguían ocultos, pero ya formando pequeños círculos de amigos, amigos con los que seguirían creciendo aunque los caminos tomaran diferentes direcciones.

Entonces, ya para la universidad esos raros entrarían en un ambiente propicio, dado que encontrarían a más como ellos, con similares manías, con los mismos temores, pero también gustos, pasiones, lecturas, caminatas… Entonces habría una modificación a su rareza. Ahora esas personas que pasaban desapercibidas serían el foco de atención de sus áreas de estudio. De la oscuridad pasarían a la luz, a la luminaria, al micrófono, a la explicación de lo que pasa en la sociedad, a la transformación social. Pero, aún cuando eso pasa, aún cuando están en el centro de la percepción, los raros no dejan de ser raros. Ellos siguen amando no ser el foco, pues prefieren el silencio para pensar, para escribir, para investigar, para crear.

Esta breve descripción la he hecho porque me llama la atención un fenómeno que pasa con las generaciones menores a la mía. Ahora veo que está de moda ser raro. Muchos visten como vestían los raros, los cuatro ojos de la infancia, los silenciosos, los que no compraban ropa sino que la heredaban. Veo grupos enormes de hipsters vistiendo como Julio Cortázar, simulando estar en el fondo de un lugar escuchando jazz, simulando ser un cronopio. Veo a miles asegurando tener depresión, llamándose bipolares, fingiendo amar leer, investigar, escribir. Veo a muchas personas que se crean una imagen para ser raros. Pero como decía Kierkegaard: el que duda, lleva a máximo la duda y nunca sale de ella; el que tiene fe se mueve en el mismo movimiento. Es decir, la rareza, el buscar ser desapercibido es algo que siempre se desea por parte del raro. Sus fobias son reales, así como sus miedos, así como sus inquietudes. No es que se busque parecer ser raro, sino que es el no encajar en el mundo lo que hace del raro al raro. De hecho, en cierto sentido, es un no estar en el tiempo, lo que hace que el raro sea raro.~