BEBER POR NO LLORAR | Mentir como estilo de vida
En Beber por no llorar, Mentir como estilo de vida, de Jon Igual Brun.
DECIR LO QUE uno piensa es un arte que muy poca gente domina, por no decir nadie. Los niños, tal vez, sean los únicos que pueden presumir de ello. Hay quien dice que los borrachos también, pero yo no las tengo todas conmigo. Y es que hablar mucho no tiene por qué ser sinónimo de decir la verdad. Más bien todo lo contrario. No hay nada más sospechoso que alguien que no para de hablar.
Tampoco es de extrañar esta manía nuestra de ocultar nuestros verdaderos pensamientos. Imagínate si siempre dijésemos lo que pasa por nuestra cabeza, sería un desastre. La sociedad, tal y como la conocemos, se derrumbaría. Hoy a la mañana he llegado al trabajo y una compañera me ha saludado con el típico «¿qué tal?», a lo que yo he respondido «bien». Por supuesto, era mentira. Nadie está «bien» un lunes a las ocho de la mañana cuando llega a la oficina. Pero he mentido sin pestañear porque cualquier otra respuesta habría dado pie a una conversación que ni ella ni yo queríamos tener. Si viviésemos en una sociedad que siempre dice la verdad, en cambio, te arriesgas a encontrarte respuestas como «pues he dormido fatal y estoy deprimido porque este trabajo es una mierda además creo que mi novia me está siendo infiel pero he mirado en su teléfono móvil y no he encontrado nada…» etcétera.
No somos conscientes de lo indiscreta que es la pregunta «¿qué tal?». No podría ser más entrometida. Incluso responder «bien» puede considerarse de mal gusto. Inspiraría demasiada envidia y rencor entre los demás seres humanos que no están «bien», que serían la gran mayoría. Porque, admitámoslo, siempre encontramos alguna excusa para quejarnos. Si no tienes trabajo, porque no tienes trabajo. Si trabajas, porque cobras poco. Si cobras mucho, porque no tienes novia. Si tienes novia, porque no estás soltero. Así somos. De hecho, pensándolo detenidamente, dudo muchísimo que alguien pudiese responder, con total sinceridad, que está «bien». No sé, puede que algún monje budista que haya alcanzado el nirvana, o que haya aprendido a levitar. Quién no sería totalmente feliz sabiendo levitar.
[pullquote]Por supuesto, era mentira. Nadie está «bien» un lunes a las ocho de la mañana cuando llega a la oficina.[/pullquote]
Fijaros cuantas preocupaciones tendríamos solo por preguntar a una persona qué tal está. Y eso es solo la punta del iceberg. Así, a bote pronto, se me ocurren problemas mucho más graves si no pudiésemos mentir. Profesiones enteras desaparecerían de la noche a la mañana, como la de comercial de telefonía móvil, o la de publicista. Por no hablar de los políticos. Si dijesen lo que piensan de verdad, su trabajo carecería de sentido. «Hola señor candidato, ¿qué medidas propone para crear empleo?» le preguntaría el entrevistador de turno, y el político, incapaz de mentir, no le quedaría más remedio que responder algo como «voy a robar todo lo que pueda». «¿Y sobre el sistema de pensiones? ¿Qué opina usted?», «voy a robar todo lo que pueda», «luego, no lo ve sostenible a largo plazo ¿cierto?» insistiría el entrevistador, «voy a robar todo lo que pueda», volvería a obtener como única respuesta.
En fin, menos mal que vivimos en una sociedad donde mentir está a la orden del día, la de disgustos que nos ahorramos. De lo contrario, nos sumergiríamos en el caos. Nos quedaríamos sin políticos, y a ver que hacemos entonces. Quién sabe, puede que hasta acabásemos gobernados por gobernantes.~
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