IRREVERENCIAS MARAVILLOSAS: Eternos instantes previos

La fotografía —dijo el doctor Farabeuf— es una forma estática de la inmortalidad.

Salvador Elizondo en Farabeuf

 

Más allá del mínimo fragmento de historia retratado en una fotografía, las hay que son famosas por los trágicos sucesos posteriores (y en algunos casos también previos) a su realización, y son estos sucesos los que le otorgan un significado esencial. Los retratos de figuras humanas son representaciones precisas detenidas en el tiempo y la memoria, y desde hace varias décadas son una parte imprescindible de la vida. Son una puerta al pasado, claves cronológicas y piezas necesarias para acceder a lo distante e intentar comprender otras realidades.

Es común observar fotografías de personas que ya fallecieron cuando estaban con vida, pero existen numerosos casos específicos que muestran a la persona en cuestión poco tiempo antes de morir, siendo ésta consciente o no de ello. Lo impactante de esas imágenes, que podrían parecer ordinarias, es conocer el fatídico desenlace de su historia.  A diferencia de la fotografía postmortem, éstas no se definen con un término específico, y usualmente son improvisadas, a excepción de los casos de asesinatos y ejecuciones.

La dinastía Romanov culminó con el asesinato de Nicolás II y su familia por órdenes de Lenin, tras iniciar la Revolución rusa.  El mismo zar realizó un pequeño archivo de fotografías familiares de su vida cotidiana dos años antes de su ejecución (1917),  mismas que su hija María las entintó a mano.

En 1942 Margaret Miller, de 35 años de edad, estuvo durante 20 minutos en una de las cornisas del octavo piso del hotel Genesse, en Buffalo. Antes de que finalmente se dejara caer, varias patrullas y el fotógrafo de un periódico local, Russell Sorgi, presenciaban el acontecimiento. Fue él quien tomó la fotografía fracciones de segundo antes del impacto y muerte de Miller. El resultado es una impresionante imagen que la muestra suspendida horizontalmente a pocos metros de la acera, y su rostro refleja cierta serenidad y entereza respecto a su decisión.

[pullquote]The body of 23-year-old Evelyn McHale rests atop a crumpled limousine minutes after she jumped to her death from the Empire State Building, May 1, 1947. (TIME)[/pullquote]

Aunque en el caso de Evelyn McHale la fotografía se realizó tan sólo 4 minutos después de su muerte, la menciono por ese singular impulso de la belleza a buscar su final arrojándose al abismo. Conocida como «The Most Beautiful Suicide» (El suicidio más bello), la fotografía muestra el cuerpo de McHale tras saltar del piso 86 del Empire State en 1947, y fue tomada por un estudiante de fotografía que escuchó el impacto. En la imagen, aparece de espaldas, con los tobillos cruzados y la mano izquierda sosteniendo su collar. La posición natural del cuerpo, la vestimenta impecable y el apacible semblante ostentan su atractivo, y no se ve ningún signo de violencia, a excepción de que su lecho es la abolladura del techo del auto en el que cayó.

Una de las fotografías más conocidas de este tipo es la de Omaira Sánchez, una adolescente colombiana de 13 años de edad que fue una de las miles de víctimas de la Tragedia de Armero, un desastre natural producido por la erupción del volcán Nevado del Ruis en 1985, que derritió una zona del glaciar circundante llevando lodo, escombros y tierra a los ríos que descendían por la montaña y destrozando al poblado de Armero, donde más de la mitad de sus habitantes murieron. Una de las paredes de la casa de Omaira cayó sobre ella y su tía, sepultando por completo a ésta y atrapando las piernas de Omaira entre los escombros y la inundación, por lo que resultaba imposible rescatarla. Lo único que salía del agua era su cabeza y sus manos.  Amputarla no era opción por los riesgos que implicaba, y la bomba más cercana para extraer el agua tardaría varios días en llegar. Omaira fue noticia mundial en los medios de comunicación durante los tres días que estuvo agonizando hasta que murió por gangrena. Fragmentos de una entrevista y declaraciones hechas a los socorristas  son sus últimos testimonios, pero el significado de sus palabras se opaca por completo comparado con la profundidad de su mirada desahuciada, que refleja el cansancio de una espera terrible.

La última fotografía de Regina Kay Walters con vida, a los 14 años de edad, fue tomada por su propio secuestrador en 1989. Él era Robert Ben Rhoades, un asesino en serie estadounidense que se dedicó por años a viajar por su país matando gente en un trailer equipado con diversos instrumentos de tortura. Kay aparece con un vestido negro, a la rodilla, y tacones, y con el cabello muy corto. Su expresión refleja sufrimiento y desesperación, y sus manos y brazos se encuentran en posición de defensa hacia la cámara, tratando de evitar la catástrofe próxima.

Diversos asesinos seriales suelen fotografiar a sus víctimas antes y después de asesinarlas, quizá en un tétrico intento de preservar pruebas del encanto tanto de sus fatídicas pericias como de sus víctimas. Gracias a esta práctica, muchos han sido capturados. Específicamente, Harvey Glatman y Richard Bradford se hicieron pasar por fotógrafos profesionales para poder acercarse a diferentes modelos, llevarlas a parajes alejados o a sus propios domicilios y asesinarlas tras realizarles algunas fotografías. Una de estas víctimas fue Karen Sprinker, quien tenía 19 años cuando fue secuestrada en 1969 por Jerry Brudos y asesinada en su garaje, donde previamente la fotografió por última vez tras hacerla posar en sus prendas intimas.

Actualmente existe un registro digital de infinidad de fotografías de personas minutos o instantes antes de ser ejecutadas o linchadas, algunas de las cuales aparecen sonriendo. Incluso ahora hay diversos sitios que muestran selfies tomadas momentos antes de accidentes trágicos.

Farabeuf o la crónica de un instante (Premio Xavier Villaurrutia 1965) fue la primera novela de Salvador Elizondo (escritor, dramaturgo y traductor mexicano, 1932-2006). En ella, el autor relata la impresión que le produjo la fotografía de un mártir extasiado, misma que aparece en la página 145 del libro, donde se muestra la tortura previa a una ejecución china llamada Ling Ching o Leng T’ché, que en español significa «muerte por mil cortes». El extasis del hombre sentenciado a la pena de muerte no es otro que el causado por el opio que le fue suministrado momentos antes.

Fotografiad a un moribundo —dijo Farabeuf—, y ved lo que pasa. Pero tened en cuenta que un moribundo es un hombre en el acto de morir y que el acto de morir es un acto que dura un instante —dijo Farabeuf—, y que por lo tanto, para fotografiar a un moribundo es preciso que el obturador del aparato fotográfico accione precisamente en el único instante en el que el hombre es un moribundo, es decir, en el instante mismo en que el hombre muere.

Estas fotografías son excepcionales, entre diversas cuestiones estéticas y artísticas, por preservar, por inmortalizar un instante específico e irrepetible y permitir desarrollar, a partir de éste, un mecanismo de creatividad capaz de generar todo un cosmos con la impresión sensorial que suscitan los últimos instantes de vida de cualquier ser humano.~