Un lunático llamado Teodore Signut

La vida y obra de Teodore Signut Jr., personaje ficticio muy parecido a Kurt Vonnegut. Un texto de Carlos Dzul /ilustración de Rubén Prieto.

Niño bonito y aplicado en la escuela, Teodore Signut Jr. fue lo que algunos llamarían «una ternurita». Le llevaba flores y manzanas a las profesoras y si algún compañero le hacía una maldad, él en respuesta le componía una cancioncilla, lo que sólo provocaba que le hicieran más maldades; cuidaba de su higiene personal hasta un extremo casi destructivo (se limpiaba las orejas hasta hacerse sangre, por ejemplo) y nunca se tocaba la cara.

Estudió química en la universidad. De hecho, provenía de una familia de químicos prestigiosos. Henrry Domenico Signut, su abuelo, había inventado en el siglo XIX una solución de plata y yodo «para hacer llorar a las nubes», que fue desechada por la Sociedad Científica, por demasiado poética, si bien después encontró algún uso entre los agricultores. Teodore Signut, Sr., su padre, fue diseñador de pesticidas (nunca le aclaraban qué clase de peste debía combatir, tampoco él hacía preguntas) durante la primera guerra mundial, al concluir la cual emigró a los Estados Unidos (él era alemán), más específicamente al estado de Indiana, donde nació Teodore Signut, Jr, en 1922.

Pretty Boy, como de hecho lo llamaban, combinó sus estudios de química con la escritura. Fue editor y principal colaborador del periódico universitario The Indiana College Tribune, donde sus primeros artículos trataban sobre la vida diaria en el campus: una exhibición de fotos de animales, un concurso de experimentos científicos, una lluvia intensa que azotaba las ventanas de un salón de clases. Por instruirse en temas literarios, comenzó a leer poemarios y novelas. Más tarde escribiría: «fue un gran error que jamás debí cometer, la literatura sembró en mí la duda, no, quizá la duda ya estaba sembrada en mí, como en cualquiera, y la literatura vino a ser como un chorro de agua, como un puñado de fertilizante».

Cuando Estados Unidos entró en la Segunda Gran Guerra, Teodore se alistó de inmediato; «quiero luchar», escribió en su diario. Su miopía y el hecho de que tuviera una pierna ligeramente más larga que la otra lo salvaron por un tiempo de ser llamado a filas. Pero combatió, a través de sus artículos, en los que tocaba temas de envergadura cada vez mayor: la Democracia, la Libertad, La Paz. Con mayúscula. Pronto se granjeó una cierta fama de filósofo político que en el fondo le complacía. Fue asistente de un senador y tuvo una novia de la que se enamoró como un becerro y con la que pronto se comprometió. Se llamaba Laura McMillan, de oficio secretaria.

La besó exactamente en 37 ocasiones y una vez le tocó un pecho, a la luz de la luna, mientras cruzaban un puente. Laura tomó la mano de Teodore y le dijo, sin decir nada, «tócame más» (todo esto consta en 37 besos: mis tardes con T. S., artículo redactado por ella veinte años después); Teodore apartó la mano, la colocó sobre su espalda (de él) y no la quitó de allí el resto de la noche. «No es que fuera tímido, era un ser noble, demasiado noble, cuando yo lo conocí –explica Laura– Me compuso tres canciones que estuve repitiendo de memoria por mucho tiempo. Hasta soñaba con ellas y me las cantaba yo misma cuando él no estaba, sobre todo cuando él no estuvo por causa de la guerra. Pero un día las olvidé. Quise tararearlas y no pude, ya no estaban. En el fondo, fue mejor así».

La familia Signut (sus padres y su hermana Karina) adoraba la sencillez de la muchacha y la consideraron siempre como un miembro más, aun cuando el compromiso no llegó a consumarse.

La guitarra con que Teodore le cantaba aquellas tres canciones se encuentra actualmente en el Teodore Signut Museum.

La invasión a Francia en 1944 obligó a los aliados a echar mano de todos los recursos disponibles. Teodore, que no había disparado un arma en su vida, como no fuera el arma literaria, fue llamado a combatir.

«El cielo es de un azul acuático que invita a distender las alas y tirarse un chapuzón –anota Kurt Polans, personaje de la novela semiautobiográfica The Moon, en su diario, y luego, treinta páginas después: –. Hice 20 amigos en el viaje de ida (aquí anexa una lista con sus nombres). Todos murieron ayer. Ignoro si habrá un viaje de vuelta, francamente no me importa».

Perdido, sin nadie a quién seguir, sin nadie que le diera órdenes, sin destino, vaga un par de días en Francia, eludiendo a los alemanes, a quienes de hecho no les ve ni la sombra. Finalmente encuentra un grupo de soldados norteamericanos, franceses y británicos, con los que forma un pelotón de desesperados que en su mayoría morirá durante el bombardeo de Kunstburg.

Esta experiencia le dio tema para escribir The Rat, una de sus novelas mejor vendidas y peor leídas. En ella relata cómo un soldado de Kentucky («un tal Bernard, pecoso, de canas prematuras, nariz de lechón y dentadura de caballo») se autonombró Rey del Pelotón de las Ratas y cómo increíblemente encontró adeptos: «Nos obligaban a cazar comida para ellos y a cocinarla. Yo una tarde preparé un conejo a la jardinera que les cayó mal. Recibí por ello treinta latigazos (…). Hubiéramos acabado por masacrarnos los unos a los otros de no ser porque fuimos capturados por los nazis. Recuerdo que el rey y su séquito les comenzaron a gritar: ¡gallinas, puercos, culebras! Los alemanes los fusilaron sumariamente. Fue su único momento de gloria».

El batallón fue trasladado a pie hasta Kunstburg, muchos murieron de cansancio en el camino. Al resto los aprisionaron en un sótano que antes había sido una porqueriza y donde aún había restos de puercos a medio podrir. Como no les daban de comer, algunos prisioneros tomaron de aquella carne y murieron entre horribles contorsiones. El soldado nazi que los vigilaba, un tal Max, se encargaba de leerles a diario varias páginas de poesía nazi, en realidad poemas de autores alemanes del siglo XIX y leyendas germánicas. Las palabras penetraron la cabeza de Teodore no como balas ni como gritos, que hubiera sido lo deseable, sino con la calma y la cadencia de pájaros, «¡de malditos pájaros playeros!».

Cuando no había poesía lo que inundaba la porqueriza, además del tufo de los cuerpos putrefactos, era una oscuridad demoledora, peor que diez granadas juntas. Nadie sabía si los iban a matar o qué. Un soldado (alemán) se suicida. Otro intenta absurdamente escapar a empujones a través de una pared, que por supuesto no cede, y muere de un paro cardiaco.

El 3 de abril de 1945 inicia el bombardeo sobre Kunstburg. Se prolongará tres días y barrerá con toda la ciudad museo. Palacios, castillos, parques, conjuntos escultóricos, pinturas, y otros tantos tesoros historiográficos desaparecerán para siempre. Una sección del edificio donde estaban los prisioneros, cayó; mejor dicho, fue pulverizada y con ella cientos de soldados de todas las nacionalidades.

Teodore Signut sufrió heridas que a la postre lo llevarían a perder una pierna. Salió del edificio arrastrándose y presuntamente fabricó una muleta con los restos del célebre órgano de la catedral de San Tito. El escenario de Kunstburg después del bombardeo, que pasó una semana contemplando, lo dejó marcado como con hierro candente e influiría de modo notable no sólo en su vida personal sino también en su vida literaria. En todas las novelas que escribió, sin excepción, el paisaje lunar de la ciudad desgarrada, de la ciudad hecha trizas hasta el extremo de lo inhumano, de lo totalmente despojado de sentimiento, será una imagen recurrente. En The Moon es el espacio geográfico donde suceden las aventuras y desventuras de sus personajes, en The Rat es un sueño que obsesiona al soldado Robinson Gallager, en The Giants of Fire, es una pintura valuada en setenta millones de dólares (que resulta ser falsa), en The Fire Solitude, su obra menos exitosa, en términos de ventas, el panorama desértico de la luna es el cutis facial de un asesino.

Después de una caminata que él describe en tonos legendarios, arriba a Florencia, donde una familia de criadores de puercos (que por el momento no cuenta con puercos que criar) lo ayuda a recuperarse de las heridas que le han inflingido el bombardeo y la caminata, y después lo emplea como factotum. Teodore es feliz allí, según su propio testimonio. De día se dedica a recorrer la propiedad de los Vasari, haciendo pequeñas reparaciones, ayudando a las mujeres con la comida, jugando a la pelota con los niños. Por las noches, utilizando un lápiz gigante «de juguete», sobre unas hojas que los Vasari emplean (o empleaban) para envolver carne, escribe. Las palabras brotan con facilidad. La letra es unas veces microscópica y apeñuscada, otras gigantesca; de cuando en cuando, inserto entre los párrafos, aparece un tosco dibujo: la nariz de un cerdo, un muñón, un grupo de árboles. En tres años, casi sin esfuerzo, concluye cinco novelas: A Girl From Outer Space, My Invisible Leg, My Invisible Hogs, Florence y The Shadow Empire.

Cuando la guerra concluye, mejor dicho, cuando la noticia del fin de la guerra llega a los oídos de Teodore, éste no experimenta precisamente regocijo.

«Sentí, al despedirme de los Qualmadore –son palabras extraídas de The Moon– que más que una despedida aquello era un desprendimiento, un desollamiento. Yo me despojaba de un disfraz, que era mi piel auténtica, y así, desollado como un conejo, con el corazón al aire, lastimado a cada instante por la menor de las brisas, desnudo (desnudado) hasta hacerme sangre, tenía que volver a la tierra a sonreír, a ser homenajeado, a fingir que nada me dolía».

El 3 de abril de 1950, en el aniversario del Gran Bombardeo, le son otorgadas la medalla al valor, la medalla al mérito, el corazón púrpura, el corazón amarillo, el tulipán de hierro…

«Puestos a dar medallas me hubieran dado también la medalla al Soldado Más Fotogénico –bromea en una carta, escrita poco antes de su muerte, a su editor Ferdinand Cowei–. Estaba quince kilos por debajo de mi peso, tenía el pelo cortado a rape y completamente blanco y me faltaba una pierna. Así me había dejado la guerra, hecho un catrín».

El 6 de abril del mismo año, por la madrugada, intenta suicidarse. Cuando está por jalar el gatillo recibe una llamada telefónica:

«Tu hermana –era la voz de Pete, mi cuñado– acaba de saltar por la ventana.

–¿Cómo que saltó por la ventana? –le pregunté: yo no entendía nada porque estaba concentrado en mi propio suicidio.
–Se mató –dijo Pete–, gritó que no podía más y…

Pete colgó y yo salí corriendo a casa de mi hermana. Llegué tarde, los encontré a los dos en la banqueta, parecían pasteles aplastados. Luego supe que ella tenía cáncer. No la culpo. Con cáncer o sin él, ¿quién querría estar vivo? Sólo un tonto, mi estimado Ferdinand. El problema es que ella y Pete tenían siete hijos.
El suicidio de mi hermana me salvó, es todo. Ríete si quieres».

En 1953 acepta un empleo como jefe de relaciones públicas de una compañía automotriz internacional, hoy inexistente (la famosa Dunlop) y apenas le alcanza para mantener al ejército de hijos de su hermana Karina, al que ha decidido adoptar. El mayor, Carl, tiene quince años y nunca dice una palabra, aunque de vez en cuando sonríe. Los demás le hacen preguntas de su pierna y de su pelo todo el tiempo:

«–¿Cómo la perdiste?
–No la perdí, se la comió un lagarto. Cuando la quiera de vuelta, sabré donde buscar.
–¿Cuántos años tienes?
–548, bueno, en realidad 648, pero no se lo digan a nadie, no quiero que piensen que soy un viejo» (tomado de The Fire Solitude).

Vilma Langerloff, una trabajadora social, asidua lectora de Whitman, asidua concurrente de las reuniones de AA (donde es voluntaria) lo ayudará con la crianza y la educación de los niños y a la postre se enamorará de él.

Juntos pasarán penurias. Asistirán a eventos culturales a saquear las mesas de bocadillos, robarán en los supermercados, con la ayuda de sus siete hijos, latas de atún y bolsas de pan, hasta que una noche Vilma descubre la maleta donde Teodore ha estado guardando los manuscritos de sus novelas.

No sabía que fueras escritor, le dice. Está bien, responde él, sin dejar de mirar la tele.

«Esa noche discutimos amargamente –relata Vilma en Un extraño visitante: mi vida con Teodore Signut–. Le sugerí que tratara de publicar sus novelas, pensando que la idea le encantaría. El gran idiota se molestó. Dijo que NUNCA, que me olvidara de eso. Insistí en que tenía talento, en que seguramente sus historias venderían bastante. Me llamó puta y luego se fue a encerrar en el baño. A media noche regresó a la cama y me abrazó; fue un abrazo extraño, como todo lo que el hacía, demasiado fuerte y al mismo tiempo débil como una súplica. Está bien, dijo (tenía la voz muy grave), encárgate de todo, yo no tengo fuerzas. Al día siguiente salí a buscar un editor. Nunca nos volvió a faltar el dinero».

Su primera novela publicada, The Shadow Empire, se agotó en siete días y tuvo poco menos de treinta reimpresiones en los dos años subsiguientes. La portada de la primera edición mostraba la silueta de un castillo, sobre un fondo rojo, con banderas nazis en cada torre, pese a que en la novela no hay un solo castillo ni una sola bandera nazi. Fue a traducida a cinco idiomas.

Florence curiosamente fue publicada en italiano, antes que en inglés, y luego traducida a nueve idiomas. Es el único libro actualmente inencontrable de Signut. Fue un best seller durante aproximadamente diez años. Cuenta la historia de una ciudad que por motivos humanitarios y por consenso internacional concentra en sí misma todas las guerras del mundo.

Después vinieron las tres novelas que, junto a las dos anteriores, conforman lo que algunos críticos han dado en llamar el Ciclo de Florencia.

El éxito comercial de su obra literaria, sin embargo, no provoca en Teodore Signut la esperada euforia ni el previsible ensoberbecimiento. Sólo escribirá cinco novelas más hasta su muerte en 2007 y acudirá lo menos posible a congresos literarios y a reuniones de veteranos. Las pocas veces que asiste, no obstante, pronuncia discursos de media hora en torno a temas como la libertad y la opresión, la guerra y la paz, el amor y el odio. Al final de los discursos hay siempre un monólogo cómico.

Todos sus hijos asisten a la universidad. Dos de ellos, Carl y André, escribirán libros acerca de su vida con Teodore Signut.

The Moon, publicada en 1989, marca el fin de su carrera literaria y el comienzo de su carrera como artista gráfico. «Escribir me resulta cansado y penoso, Ferdinand, y te diré algo, no creo ser el único escritor de éxito (odio tener que usar esas palabras para hablar de mí) al que le sucede. Estoy seguro de que la mayoría sigue escribiendo por inercia y por negocio y porque en realidad no saben hacer otra cosa. Bola de inútiles. Dicen «sólo sé escribir» como si esto fuera motivo de orgullo. Al diablo. No pienso andar por ese camino».

Su obra gráfica está compuesta por 983 cuadros de papel Bristol de medio metro por medio metro que muestran dibujos (hechos con marcadores de agua) de penes, anos, vaginas, ropa interior, banderas de países, extremidades mutiladas y autorretratos en donde siempre aparece fumando un cigarrillo y con los ojos rodeados de lágrimas/abejas. El trazo es brusco e infantil.
Cualquier persona interesada, y con al menos cien mil dólares en el bolsillo, puede adquirir estas obras vía Internet.

En el 2000 Teodore Signut cumplió con el trámite de casarse con Vilma Langerloff. En la ceremonia estuvo presente un poco numeroso grupo de amigos, entre los cuales se encontraba Laura McMillan. El reencuentro fue cordial.

En 2005 apareció en televisión, anunciando una tarjeta de crédito especialmente diseñada para veteranos de guerra.

En 2007 se pegó un tiro en el corazón.

Desde 2010 se lleva a cabo, en Indiana, presidido por su viuda, el Festival Internacional de las Artes Teodore Signut.~