Amar da drama

«¿Y por qué da tanto drama? Amar es complicado, porque se trata de poner en juego las propias expectativas y ver qué tan apto es otro para llenarlas.» Un texto de Nadia Orozco / Colour lithograph by Kurt Dornig (Wellcome Library, London).

 
Colour lithograph by Kurt Dornig. Wellcome Library, London

COMO SE LO  quiera ver, al derecho o al revés, amar da drama. Es la institución occidental que más define a nuestra civilización, y es sin duda la que mueve al mundo. El amor y sus dramas inundan páginas y páginas de libros, están en las canciones de moda, se representan en películas y en teatro, son indispensables en las charlas de café y las sobremesas, y hasta son motivo de comidilla política. Uno puede ser todo lo new age que quiera, pero eso de que para amar basta amarse uno mismo es sólo para quien tiene vocación de monje budista, y como francamente eso no es para todos, uno se ama mucho pero siempre espera que alguien más le ame de vuelta y le sostenga la mano bajo la lluvia, por lo menos una vez en su vida.

No es culpa de nosotros: es lo que aprendimos. Desde que el siglo XVII hiciera del amor romántico el canon de las relaciones de pareja, parece que estamos condenados al amor: a buscarlo, a desearlo, a sufrir por él, y a hacer todo el drama necesario con tal de vernos en un final de «vivieron felices para siempre». Porque, seamos honestos, qué mierda nos vende Disney, pero en el fondo eso, y no otra cosa, es lo que todos estamos buscando. Amor, matrimonio y monogamia, esas tres aristas del mismo drama, le dan a nuestras vidas la sal y pimienta que adereza incluso nuestras relaciones con el resto de la gente que no es nuestro otro significativo. ¿De qué hablaríamos si no, cuando salimos con amigos a tomar un café?

¿Y por qué da tanto drama? Amar es complicado, porque se trata de poner en juego las propias expectativas y ver qué tan apto es otro para llenarlas. Es, dije ya en alguna otra parte, crear un personaje, ponérselo a una persona, y luego llorar porque esta se resiste a ser esa ficción. Qué injusto para el otro, me dirán, pero vaya: la vida no es justa. Y que no les vendan paraísos perdidos: el amor sin condiciones lo conocí por un perro al que le tuve mucho cariño y que murió luego de varios años de acompañarme. Entre la gente, eso no es más que una ficción que luce fenomenal en los estatus de Facebook, pero en la realidad nunca pasa: hasta mamá, el amor más fuerte y puro, tiene expectativas de nosotros, ¿cómo esperar que un perfecto extraño no las tenga?

Estas expectativas nos llevan a derroteros ridículos, pues muchos de estos dramas se deben a lo que uno supone que el otro diría o haría si uno hiciese lo que pensó, como lo pensó y no como se supone debería hacerlo, en el hipotético caso de que uno pensara en contarle al otro, o bien este se enterase por terceras personas, lo cual ya es en sí mismo motivo para otro drama. Pero, vaya, si no ha sido así de ridículo, tal vez no era amor.

Desde luego, el alimento del drama es vasto y variado: si me miró, si no lo hizo, si no llamó, si me mandó un mail, si no me contestó el whatsapp, si me dijo que sí pero no me dijo cuándo, si me bateó pero no entendí o será que lo entendí pero simplemente lo ignoré, si me agarró la mano pero no el brazo, si me acarició la cara pero no me olió el cabello, y un largo etcétera de gestos que todos estamos ávidos de interpretar, de las formas que más se acomoden a la fantasía que en nuestra mente tenemos con esa persona especial que hace que nos brinque el corazón dentro del pecho. Y, por cierto, un buen amigo o amiga, testigo silencioso del romance, siempre estará presto y dispuesto a dar fe y certidumbre de que nuestra interpretación de esa caída de ojos fue lo que fue, o bien de que no fue y lo que deberíamos hacer es dar la vuelta y mejor buscar por otra parte.

Amar da mucho drama. Si se tiene a alguien, si se está buscando, si estamos en un «quizás», si no tienes pero quieres a alguien, si tuviste, no importa. Siempre que haya dos personas (una de ellas, a veces, involuntariamente involucrada sólo por ventura de cierta afinidad sexual), hay un espacio amplio para que el drama del amor se desenvuelva. No hay remedio, y si lo hay, será que se llegó a ese punto en el que uno admite con cierta resignación que, bueno, lo que hay es lo que hay y ni modo.

Y pese a todo, el amor tiene que ser la emoción más arrebatada, fuerte, intensa y feliz del mundo cuando al fin, después de tanto drama, uno se mira en esos ojos que tanto ama, se reconoce como parte de alguien y, parando la trompita, se entrega al primer beso que es, en todos los casos, siempre el mejor. Hasta que sigue el drama.~