El escaparate de los sueños
«Mi sueño sería vivir en un país de felicidad impoluta, absoluto respeto a los derechos humanos y resplandor alegre en los ojos de sus habitantes.»
MI SUEÑO SERÍA vivir en un país de felicidad impoluta, absoluto respeto a los derechos humanos y resplandor alegre en los ojos de sus habitantes. Precisamente eso fue lo que le dije a una amiga, en una conversación sobre inhumanidad, en inglés, en una terraza en Taksim, barrio proeuropeo y conocido por sus aires progresistas en Estambul, también conocida como «la ciudad de la libertad» en Turquía.
Le expliqué a mi amiga que había llegado recientemente a Estambul, en concreto, hará un mes, con un sueño cumplido e incumplido, creo, desde Euskadi. Respecto al satisfecho, haber acabado mi primera novela; personas marginadas-silenciadas-excluidas en el denominado conflicto vasco y el apodado también proceso de paz. En cuanto al segundo, el sueño incumplido corresponde a querer-desear ese «me gustaría» ver la tierra en la que nací alejada de la violencia, disputas sobre fronteras geográficas y falta de empatía entre muchos. Mi sueño hubiese sido que cada ciudadano se hubiese puesto en el lugar del coetáneo, que hubiese sentido, que se hubiese aproximado un ápice al sufrimiento engendrado por las raíces no tratadas de un conflicto que a mí a veces me resulta una auténtica paranoia.
En una conversación con una persona a la que apenas se conoce, es extraño (y milagroso, de ahí que diga amiga) comprobar el cruce de sueños cumplidos, incumplidos, insatisfechos que se producen. Mi amiga me dijo que su sueño sería que Fatih Gülen (supuesto rival islámico del actual primer ministro turco Recep Tayyip Erdogán) desaparecía del mapa y al mismo tiempo comprobar cómo el primer ministro pierde poder en las elecciones municipales (supuestos casos de corrupción que han dañado considerablemente su imagen y sutileza extrema a la hora de intentar islamizar el país) y, en especial, así lo enfatizó, poder mantener una relación afectiva abierta y sin tapujos con una persona del mismo sexo. Al parecer, según relata, la última novia le había dado plantón por la presión social. Imagino que debió de decirle que no era capaz de enfrentarse a sus familiares y amigos, tenía miedo de qué pudieran decir de ella. «Soy lesbiana, es un secreto», bajó la voz, en un inglés entrecortado, sujetando un cigarrillo entre sus dedos, dientes algo amarillentos y ojeras pronunciadas, como si arrastrara cansancio.
Asisto constantemente a la expresión cansada en las personas, eso pensé. No tienen horarios marcados de comida, se acuestan muy tarde, duermen poco, y sueñan muchísimo al despertarse, con un cigarrillo entre los dedos, un té o un café esperándoles. «La vida en Turquía es dura», me advirtió la misma chica. Debe ser cierto, yo misma lo percibo, y eso que tengo la suerte de haber nacido dentro de las fronteras de la Unión Europea: en Turquía los salarios son bajos (me refiero a la mayor parte de la población, sin contar a los escasos ricos que existen en todas partes), los alquileres son altos, deduzco entonces que el nivel de vida no se corresponde con el nivel salarial (¿ocurre lo mismo en España?), no se tiene una conciencia de derechos laborales (¿se ha perdido en España?), apenas se tiene conciencia de nada, concluyo; situación de los gays, mujeres, hombres, juventud.
¿Cuál es mi sueño?, pensé en frente de mi amiga, ambas reposando en silencio. Hace dos meses hubiese contestado: aportar un granito de arena a la construcción de una memoria colectiva en Euskadi. Y en Estambul, me cuestioné de nuevo: ¿Cuál es en realidad mi sueño? ¿Escarbar continuamente en la oscuridad de las naciones y las sociedades? ¿Sueño con vivir en la soledad que eso conlleva? ¿Por qué no sueño, intento, me esfuerzo con todas mis energías en apagar esa alarma que en mí se enciende cuando algo me chirria en ojos y oídos?
Veo a niños tocando en la calle, están sucios, son pequeños, pasan frío; las personas se paran, los graban en vídeo con esa perspectiva de «mira qué monos, qué bien tocan». Entonces pienso dónde quedan los sueños de estos pequeñuelos, los de sus padres: la escuela, la educación, buscar una salida. ¿Por qué soñamos con los ojos vendados? Observo a las mujeres que pasean por las calles, en especial, las cubiertas, no solo el velo, las mega-cubiertas, a algunas solo se les ven los ojos, a otras los ojos y la nariz, la boca no, para no hablar. ¿Qué pensarán ellas cuando me ven? ¿Han soñado desde pequeñas llevar esos atuendos, cubrirse de esa manera o se trata de un acto libre que yo intento no juzgar pero sí lo hago? ¿Cómo viven las mujeres en Turquía? ¿Cómo se relacionan entre ellas? ¿En qué situación se encuentran? Me paseo por las calles de Estambul, la ciudad de la efervescencia, no duerme, no descansa, jamás se apaga. Las miro, hay de todos los tipos: melenas al descubierto, alguna que otra minifalda, tapadas, con velo, con burka…
Personas gays que aparecen muertas y en su mayoría «ejercen» su propia sexualidad en un acostumbrado secreto, no vayan a informarles a su entorno de su inclinación sexual y cotilleen sobre ellos/as, entonces la mirada ajena cambia, el desprecio se impone. Eso me contó la chica con la que, tomando un café, intercambié sueños pasados, presentes y futuros, inconclusos y satisfechos. Los hombres, el agobio que debe generar comportarse como machos, pagarle todo a la novia o futura mujer, el servicio militar obligatorio, el rechazo que les produce a muchos de ellos pensar en tener cualquier tipo de relación con un arma.
Los jóvenes sueñan con vivir algún día en Europa, eso me dicen. Estambul se encuentra a las puertas de la Unión Europea, no sé si se trata más bien de una maldición o una bendición, el Gobierno de Erdogán no termina de decidirse, hacia la UE u Oriente Medio; y los jóvenes, los no islámicos, los que asimilan su vida a los principios de «libertad» de la Unión Europea (esclavitud a la invisibilidad de mercados financieros) se ahogan entre el patriotismo y la necesidad de salir, en la mayoría de los casos expectativas insatisfechas. La dificultad de conseguir un visado es tremenda, ya no un permiso de residencia, un simple documento para tomar una bocanada de aire fresco en la Unión Europea; cinco días, diez días.
Al final del café, no me queda claro si soñar es un derecho humano, algo elitista o forma parte de la condición humana. Pero cabrea la oscuridad que genera la acumulación de sueños quebrantados. Me cabrea ver el rostro cansado de mi amiga. El mundo fuera de la Unión Europea, en algunos países, es un auténtico tortazo en la cara. Mi sueño sería que el tortazo se produjera en el rostro de cada uno de nosotros, al menos así el sueño de abandonar la Unión Europea se apagaría. Sentiríamos entonces la impotencia, la rabia y el dolor que generan los sueños insatisfechos de nuestros coetáneos.~
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