Los resplandores de la última luz

«La industria de las experiencias tenía una escala en la cual el huésped siempre decidía qué era lo máximo que estaba dispuesto a permitir que el usuario hiciera con su cuerpo y su conciencia.»

cerebroLA RESACA, O algo parecido, era terrible. Durante varias horas posteriores a la interacción una punzada constante en medio de los ojos le impedía realizar cualquier actividad. Ni siquiera podía darse el consuelo del sueño; al cerrar los ojos, los destellos azules y rojos impedían que su mente se relajara y le permitiera descansar. Siempre ocurría igual, pero de un tiempo a esta parte el tiempo de recuperación se había incrementado. Su contacto le había sugerido que ascendiera en la escala de servicios, pero ella se negaba de manera consciente. No podría vivir con más consecuencias de las que ya cargaba encima. Fue hasta el fregadero, llenó un vaso con agua y sacó las píldoras que le habían dado para calmar la ansiedad y el dolor. Tomó la píldora, sorbió un trago de agua, echó la cabeza hacia atrás y espero a que la paz la inundara. La paz, al igual que los efectos de la píldora, era artificial. Ella lo sabía y, lo que era peor, continuaba afectándola. Después de unos minutos el dolor persistió, pero los destellos se habían marchado. Pudo dormir. Esperó, en vano, que su descanso no estuviera invadido por los sueños. A estas alturas no podía distinguir cuáles eran suyos y cuáles de quienes habían habitado su conciencia en los últimos tres años.

 

Sé que es ilegal. Todo mundo lo sabe. Pero, como alguien comentó hace poco, no tardará en volverse una cuestión común y corriente. Por donde se vea es un excelente negocio. La única inversión es la tecnología que, por otro lado, cada vez es más accesible. Podría esperar a que la Compañía regule el acceso, pero nadie sabe cuánto tardará en hacerlo. Por otro lado, los que prestan el servicio saben a lo que se arriesgan. No se obliga a nadie. Se les paga bien, mucho mejor que si hicieran cualquier otra actividad de las que están autorizados a realizar. Por mi parte no creo afectar a nadie. Trabajo duro para poder conservar lo que tengo. No tengo vicios y, prácticamente, no salgo de casa. Respeto a los demás. Nunca he tenido problemas con la Compañía. Todas las ganancias que produzco van a las cuentas de ellos. ¿Qué les importa si por un momento me doy un gusto? Mañana iré por el equipo. Que se joda la Compañía.

 

―La tecnología comenzó a desarrollarse hace cinco años. Es relativamente nueva. Consiste en dos terminales: una alámbrica conectada a una consola integrada a la red y otra inalámbrica que funciona con cualquier módem hasta 20 kilómetros a la redonda. Esa distancia es garantía de que la terminal inalámbrica siempre estará conectada, obviamente no existe un espacio en todo el planeta en donde no exista un módem en ese rango. La operación requiere de dos operadores, es decir, dos personas, una ubicada en cada punto de la terminal. El primero, «el usuario», se conecta a través de cables que se introducen en los orificios auriculares y de una pantalla de opacidad variable que estimula el nervio óptico a través de los ojos. De esta manera establece una conexión orgánica con la red, controlando el flujo de información a través de impulsos neuronales que viajan a través ésta. La segunda persona, a quien llamaremos «el huésped», no requiere conectarse por cableado. Previamente se le ha implantado un receptor biodigital que interesa a las dos amígdalas cerebrales y a partir del cual se convierten en una especie de control maestro del cuerpo del huésped. Debemos tomar en cuenta que estas operaciones son muy delicadas y requieren de recursos médicos y de ingeniería que implican un costo elevado. Por otro lado, el receptor biodigital es permanente, por lo que alguien que haya accedido a un implante de este tipo no podrá retirarlo jamás.
―¿Quiere decir que esta tecnología facilita la comunicación entre dos personas a través de la red? ¿Cuál es el problema entonces? ―el periodista fija la mirada en el agente de la Compañía que ha convocado el enlace, a pesar de que la comunicación está mediada por las pantallas las miradas se mantienen atentas.
―No exactamente. La diferencia entre los comunicadores tradicionales, los mismos que se implantan de manera voluntaria en ciertas partes del cuerpo y se controlan de manera personal, y esta tecnología consiste en que la interacción no se limita a la comunicación entre dos personas, sino a la, digámoslo así, «toma de control» del huésped.

Los más de cien monitores que el agente observa en su campo visual se llenan de ojos fruncidos en un gesto de incredulidad o confirmación de sospechas. Se escucha el zumbido que antecede a la elaboración de una pregunta en un idioma distinto al elegido por la Compañía, cuando el zumbido cesa los audífonos del agente escucha la traducción hecha por el programa de comunicación.

―¿Quiere decir que esta tecnología permite dominar el cuerpo de una persona? ¿Cómo si fuera un juego virtual de simulación?
―No sólo toma control del cuerpo. La conciencia del usuario toma por completo el control del cerebro del huésped. Se convierte en otra persona a través de la conexión. Desplaza los recuerdos, los prejuicios, las ideas y todo lo que la estructura inconsciente del cerebro pudiese alojar. Es, en la práctica, un trasplante de conciencia.

Los zumbidos se intensifican al grado de que el agente tiene que inclinar la cabeza y entrecerrar los ojos ante la molestia que le ocasiona. El zumbido cesa y una pregunta se hace audible.

―¿Qué pasa con el huésped? ¿Su conciencia desaparece? ¿Está dormido? ¿Se intercambia al cerebro del usuario?
―Por partes. El huésped no puede dormirse porque sabemos que esa acción sigue utilizando recursos del cerebro. Tampoco se intercambia su conciencia al cerebro del usuario, la actividad es unidireccional, sólo el usuario puede ocupar el cerebro del huésped y no al revés. Lo que pasa con la conciencia del huésped es que ésta se «muda» a un compartimento de contención que está justo en el receptor biodigital. En el entendido de que no puede desaparecer, la conciencia del huésped queda en estado de letargo alojado en el receptor. Puede atestiguar lo que pasa con su cerebro y su cuerpo, pero no puede hacer nada para evitarlo. Al menos si pretende conservar la vida.
―¿Qué quiere decir la última parte? ―la pregunta aparece sin zumbido previo, el agente lo agradece.
―Está comprobado que dos conciencias no pueden ocupar el mismo cerebro al mismo tiempo. Es una cuestión fundamental. El huésped cede los derechos de uso de su organismo en el entendido de que no puede arrepentirse: si lo hiciera su cerebro colapsaría y ello traería consigo el paro total. La muerte de la persona.

Tarde se da cuenta que ha utilizado uno de los términos con los cuales la Compañía pide tener un cuidado especial: «persona». Sin embargo, está dicho y no puede borrar la palabra de todos los receptores que lo están grabando en diferentes partes del mundo. El zumbido que lo pone alerta de nuevo le parece suficiente castigo.

―Cuando esto ocurre, ¿qué pasa con el usuario? ¿También muere? ―los ojos rasgados del entrevistador se fijan en la frente del agente que comienza a perlarse de gotas de sudor. Sin duda, la conferencia se ha extendido más de lo previsto.
―No lo sabemos. Nunca ha ocurrido algo así. Por lo general, el huésped prefiere cargar consigo las consecuencias de la conexión a  evitar lo que el usuario realiza con su cuerpo y su cerebro. Es una de las cosas que la Compañía quiere indagar antes de que pueda considerar la reglamentación sobre este uso de tecnología. En estos momentos la oferta que existe, como ya lo había mencionado, es ilegal. La persona que sea sorprendida realizando este tipo de actividades será castigada de acuerdo a las leyes vigentes en los territorios y espacios que la Compañía determine. En este sentido, no nos declaramos enemigos de esta forma de «entretenimiento» que emerge, pero sí queremos ser responsables acerca de la manera en cómo debe llevarse a cabo su desarrollo…

Las pantallas comienzan a apagarse de manera cada vez más acelerada. El agente continúa hablando acerca de responsabilidad, protección a la vida y demás cuestiones mientras la semioscuridad inunda el cuarto especial de conferencias. Alguien le avisa por el audífono que la conferencia ha terminado. El agente se relaja y desconecta su auricular. La oscuridad del cuarto le parece hermosa.

 

El dolor por fin se fue. Sabe que algo malo está pasando dentro de su cabeza. Se toca la parte superior de la nariz, justo en medio de los ojos y no puede sino pensar en el objeto que trae detrás del hueso, la piel y la gelatina ocular. Cuando se lo implantaron nunca le previnieron que los dolores se incrementarían con cada interacción. Al principio lo hizo por la misma razón que todos: dinero. La habían despedido del trabajo y los pagos de la casa se habían acumulado. Así funcionaba la industria de las experiencias. Los sacrificados siempre eran los más pobres, los más necesitados. Lo que le pagaron por la primera interacción le bastó para cubrir todas sus deudas e, incluso, darse algún gusto. En ese entonces no tuvo molestias de ningún tipo. Pero el dinero se acabó, los gastos continuaron y el nuevo empleo nunca apareció. Le ofrecieron otra interacción, ahora con mayor nivel de riesgo. La industria de las experiencias tenía una escala en la cual el huésped siempre decidía qué era lo máximo que estaba dispuesto a permitir que el usuario hiciera con su cuerpo y su conciencia. El tipo de experiencias variaba entre cuestiones tan básicas como atreverse a abordar a alguna persona, mantener relaciones sexuales que el usuario nunca se atrevería a tener en la vida real, participar de peleas callejeras, «vestir» el cuerpo de personas de un sexo distinto, participar en competencias motorizadas en donde los riesgos de muerte eran latentes, asaltar por diversión algún establecimiento comercial o poner a prueba la fidelidad de la persona amada al cortejarla con una identidad distinta. Ella siempre había mantenido el nivel de interacción de las experiencias en un perfil bajo. Nada que implicara demasiada atención de la Compañía. Sabía de huéspedes que ahora debían de vivir escondiéndose porque habían permitido que los usuarios fueran más allá de lo que era prudente. Sus vidas estaban destruidas por  hacer algo que no pudieron controlar y para lo cual el pago recibido ni siquiera lo justificaba. Siempre le gustaba que los términos de uso de sus interacciones fueran claras y, hasta ahora, le habían funcionado a la perfección. Sin embargo, el dolor ahí estaba; se hacía cada vez más fuerte y persistente. Sabía que, de subir el factor de riesgo de su interacción, las ganancias podrían ser mayores y, si elegía bien, probablemente podría vivir con tranquilidad durante algún tiempo. La idea germinó en su cabeza y la tentación de ganar un poco más de dinero se hacía evidente conforme los días pasaban y las necesidades materiales se revelaban. Acudió a su contacto con la idea. Éste le preguntó la causa, ella decidió no hablar de los dolores de cabeza y prefirió decirle que había decidido hacer un viaje largo que requería mucho dinero. El contacto no le creyó, pero tampoco era cuestión que le importara mucho. Después de meditarlo, o de fingir hacerlo, le mostró en la pantalla un prospecto. Era un hombre de mediana edad que buscaba un huésped para una interacción y que estaba dispuesto a pagar el nivel más alto entre las experiencias ofertadas. Eso implicaba, por supuesto, cuestiones fuera de la ley y que podrían traer futuras consecuencias al huésped. El pago, sin embargo, le permitiría a éste sobrevivir durante un largo tiempo sin tener que conectarse. Ella calibró los riesgos. Miró la fotografía del solicitante. Algo le dijo que podía confiar en él y que era probable que, ni siquiera, se atreviera a realizar algo radical. Oficinista, ligado por obligaciones laborales a la Compañía, alto grado de estudios. En apariencia sólo un aburrido, no un psicópata. Decidió dejarlo entrar a su cabeza. La transferencia del pago se realizó sin mayor contratiempo y ella aceptó desde su lóbulo frontal los códigos que autorizaban la conexión al receptor inalámbrico. La interacción se realizaría al día siguiente, por lo que decidió ir a dormir a casa un rato. Al llegar se derrumbó en la cama y se durmió profundamente. No hubo destellos, ni sueños propios, ni pesadillas ajenas.

 

No he dormido por la emoción. Después de tanto escuchar las experiencias que otros han tenido, por fin podré vivirlo. El huésped parece bastante estable. Una mujer. Eso no debería importar, al menos no para lo que pienso hacer. Una interacción de doce horas. ¿Qué se puede hacer en doce horas con un cuerpo ajeno, con una voluntad sometida? Algo se me ocurrirá. Sólo espero que la experiencia valga en realidad lo que he pagado por ésta. Han venido a instalar esta tarde el equipo. Revisé que todo estuviera en orden y que la interfaz funcionara de manera correcta. No quiero freírme el cerebro porque alguien se quiso ahorrar unas monedas. El diagnóstico de simulacro ha salido perfecto. Mañana a esta hora seré otro. Más bien el mismo pero en otro cuerpo, en otra conciencia. Intentaré dormir.

 

A media mañana sintió el impulso eléctrico que le avisaba que la conexión había iniciado. La tomó por sorpresa justo mientras se aseaba y su desnudez le pareció inapropiada. Al final me convino que el huésped fuera mujer. Qué hermosa es. Se ve en el espejo. Más bien ve en el espejo cómo el que está dentro de su cabeza la mira. Su rostro reflejado saca la lengua y después la pasa por los dientes. Siempre ocurre algo así, sobre todo si el usuario es principiante. Una forma de confirmar que se tiene el control. Ella puede sentir todo lo que el otro siente, ver lo que el otro ve, escucharlo en la misma medida. Como un espectador dentro de un sueño. Todo está en orden. Por lo pronto habrá que comer algo. Salgamos al mundo. Este guardarropa es un asco. Ojalá el dinero le sirva a esta chica para comprarse algo más adecuado. El usuario mira sus camisetas, toca con auténtica curiosidad su ropa íntima, siente cómo los músculos de las mejillas se ponen en movimiento para dibujar una sonrisa. Elige una camiseta que a ella no le gusta tanto. Se le complica vestir los pantalones ajustados. ¿Cómo hace para que entrar en esto? Es incómodo. Pero no se ven mayores opciones y no pienso ponerme ninguno de esos vestidos. La brisa le golpea el rostro al salir del diminuto apartamento. Se detiene en un local de comida rápida. El usuario añade un aderezo púrpura a la comida que ella odia. Siente cómo el sabor repta hasta las neuronas y el sabor ácido le genera algo que podría ser un escalofrío si estuviera en su cuerpo. Esto es muy desabrido. Creí que la comida, probada desde otro cuerpo, sería diferente. Pero no. Es la misma sensación. Al menos la vista es agradable. La mirada clavada en una chica de cabellos decolorados al otro lado del restaurante. El usuario guiña un ojo y la chica se da cuenta. Desvía la mirada, apenada, y se sonroja. Esto es más divertido. En mi cuerpo me habría dirigido una mirada de desprecio. Debería trabajar un poco los músculos, o ir a un cirujano que les dé un aspecto menos desagradable. Esta chica sí que debe hacer ejercicio. Siente sus manos, controladas por el usuario, tocar sus piernas y detenerse en las nalgas. Aprieta los glúteos y se queda durante un momento embebido en esa acción. Del otro lado del local la chica sonrojada la ve ahora con un gesto de extrañeza. Deja unas monedas sobre la mesa. Voy a seguirla. Veamos qué pasa. La chica que ha dejado el local camina de prisa por la acera. El usuario acelera el paso y está decidido a alcanzarla. Comienzan a escucharse los latidos del corazón. ¿Qué pretende?, se pregunta ella. Ahora pagarán por todas las veces que me han rechazado. Si tiene que ser así, que sea. Ha entrado en ese edificio. La puerta entreabierta. El usuario sube la escalera corriendo. Entonces ve a la chica, forcejea con las llaves y la cerradura de lo que parece su casa. El usuario se acerca y le tapa la boca antes de que pueda gritar o pedir auxilio. Caen los dos dentro del apartamento mientras la puerta se azota. La chica se ha golpeado la cabeza contra el suelo y no se mueve. Ella, la huésped, pierde la sensación auditiva. Todo es un vacío de sonido que la inquieta de sobremanera. Ahora sí. Estás a mi merced. ¿Qué se siente? ¿Eh? ¡Responde! Una bofetada hace que la chica entreabra los ojos. ¡Eso! ¡Despierta! ¡Quiero que sientas lo que voy a hacer! ¡Que seas consciente de lo que va a pasar! El usuario se desabrocha el pantalón y se detiene en seco. Luego echa a reír. Ella no puede escuchar la risa, pero sabe que él está riendo. Después toma a la chica por el pelo y la arrastra hasta el centro del cuarto. Algo se nos ocurrirá para resolver el inconveniente. Se sienta en un sillón desde el cual puede ver el surco de sangre que se ha dibujado en el suelo del apartamento. La chica está sangrando por uno de los oídos. La huésped intenta que el usuario mire hacia otro lado. Un intenso resplandor rojo la desconecta de manera momentánea de la señal visual. ¿Y ese zumbido? No voy a arriesgarme. Terminaré esto y romperé la interacción. Al menos por esta vez. La señal visual regresa. Una mano que hurga en el cajón de los cubiertos en la cocina. Un cuchillo. La mano blandiéndolo como si se tratara de una espada. Regresa a la sala. La chica se mueve y el usuario se arrodilla a un lado del cuerpo. Pone dos dedos en el cuello de la mujer y percibe el latido débil de la sangre que sube a la cabeza y que sigue saliendo por la herida. La huésped es sacudida por una sensación que nunca había experimentado. Antes de que la señal visual se corte sólo puede ver el cuchillo acercándose al cuello de la chica. ¡NO!-¿No qué?-¡NO!… Resplandores rojos y azules, luz blanca. La última sensación de un cuerpo cayendo sin control, sin vida. Una mano que deja caer un cuchillo que refleja los resplandores de la última luz que la huésped percibe. El silencio.

 

La conferencia de prensa que la Compañía ofrecería el día de hoy se ha suspendido. El vocero encargado de dar seguimiento al proceso de regulación de la oferta de experiencias de interacción fue encontrado sin vida en su casa. Al momento de morir estaba conectado en una interacción que la Compañía ha comenzado a investigar a fin de localizar a los responsables. Esto interrumpe, de manera indefinida, las discusiones acerca de legalizar esta industria. Las imágenes que se han visto muestran al agente con los cables y pantalla de conexión todavía sujetos a sus oídos y ojos. Éstos se encuentran inundados de sangre, misma que se ha desbordado por los párpados dándole al rostro un aspecto por demás grotesco. Pocos reparan en la inquietante sonrisa congelada.~