La puerta a la literatura

«Lo que tienen los cuentos es que son ideales para iniciarse en la literatura, y a veces, para seguir en ella, cuando el tiempo o la vida no dan para dedicarle tiempo a las grandes ficciones que requieren toda nuestra atención por largos periodos de tiempo.» Un texto de Nadia Orozco, donde nos cuenta porque los cuentos son la puerta a la literatura.

 

Para Carlos, con amor.

TENGO UN RECUERDO de mi padre que últimamente me persigue: es el recuerdo de verlo sentado al borde de mi cama, leyéndome cuentos antes de dormir. Recuerdo sus manos con dedos largos y delgados pasado las páginas, recuerdo sus bigotes bailando sobre sus labios mientras sus ojos se paseaban por las palabras de Andersen y de los hermanos Grimm, por libros de cuentos cortitos e ilustrados, o por un grueso tomo de cuentos clásicos que todavía debe andar por ahí. Recuerdo bien que mi imaginación volaba con las historias, con los personajes, mientras casi podía mirarlos en las sombras que la luz de la lámpara proyectaba en la pared. Era de las partes más emocionantes del día: esperar a que mi papá apareciera al anochecer, todavía con traje y corbata, y que se sentara conmigo a leer cuentos.

Los cuentos son en cierto modo el umbral hacia la literatura. Quizá si mi padre no se hubiese tomado el tiempo de leerme antes de dormir, no habría hecho mía esa costumbre. Tan mía es que hoy todavía encuentro reconfortante el leer algunas páginas antes de dormir. Pero todo empezó ahí: con los cuentos infantiles que todos hemos leído o escuchado una y otra vez. Y pese a ser una puerta a la literatura, los cuentos son en sí mismos un universo entero. Alguien me dijo que Borges dijo que son el género perfecto (tal vez sí lo dijo y de ahí que sea el mejor cuentista de habla hispana que yo haya leído jamás): tienen las palabras justas y necesarias para decir qué pasó y cómo, sin más ni más, y tienen la capacidad de sumergirte en un microcosmos en el que cualquier cosa puede pasar.

Quien no haya fantaseado con Un cuento de Navidad de Dickens, seguramente nunca llegó a enamorarse con La dama y el perrito de Chejov; nunca se frustró por la absurda muerte de Nena Daconte en El rastro de tu sangre en la nieve de García Márquez; jamás le mordió la curiosidad con Una rosa para Emily de Faulkner; tampoco lloró por el Príncipe Feliz de Oscar Wilde; nunca se estremeció con el Chac Mool de Carlos Fuentes; nunca murió de angustia con El Corazón Delator de Poe; no llegó a indignarse con La muerte tiene permiso de Edmundo Valadés; y desde luego no se dio permiso de perderse en El Jardín de senderos que se bifurcan de Borges.

Lo que tienen los cuentos es que son ideales para iniciarse en la literatura, y a veces, para seguir en ella, cuando el tiempo o la vida no dan para dedicarle tiempo a las grandes ficciones que requieren toda nuestra atención por largos periodos de tiempo. Para quienes no se han aficionado a la lectura, los cuentos son las migas de Hansel y Gretel que le llevarán de vuelta a casa: de vuelta a la imaginación y a la capacidad de emocionarse, de preguntarse y de conmoverse. Y para quienes ya de por sí amamos la literatura, los cuentos son una especie de respiro, de bocanada de aire fresco en dosis justas para seguir fascinados con la lectura.

Otra ventaja de los cuentos es que siempre es posible descubrir cuentistas nuevos, no porque sean necesariamente nuevos, sino porque habían permanecido ignorados y como ocultos. Recién he descubierto con deleite que Roberto Bolaño, quizá el autor más de moda en los últimos tiempos, es, además de un genial novelista, un cuentista fabuloso, o al menos la lectura de Putas asesinas así lo revela. Y acaba de caer en mis manos Mala índole de Javier Marías, y hasta ahora, a poco menos de la mitad de su lectura, tiene cuentos que se antojan  fascinantes. Tal vez las grandes novelas, esas que suman cuartillas y cuartillas de gruesos tomos, intrincadas tramas y personajes complejos, se irán convirtiendo en literatura selecta: en una especie de bienes de lujo sólo accesibles para los lectores fanáticos. Pero los cuentos, creo, siempre estarán accesibles al gran público: serán, y son, por así decirlo, la literatura del pueblo.

Los cuentos son la puerta a la literatura. El recuerdo de mi padre leyéndome cuentos antes de dormir me persigue ahora que tengo a mi propia hija, a quien quiero llevar de la mano a través de ese umbral, para que descubra ese mundo siempre fascinante que es la literatura. Los cuentos son la puerta a la literatura: qué mejor que cruzarla desde niños, de la mano de nuestros padres.~