Yoda se equivoca

«Hay una escena en la Guerra de las Galaxias en la que Yoda le dice a Luke algo parecido a “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”. Cuando escuché esta frase por primera vez, pensé bastante en ella.» Sara Barberá Sánchez reflexiona sobre los fallos y el corto plazo cuando se intenta hacer algo nuevo.

Yoda_origamiHAY UNA ESCENA en la Guerra de las Galaxias en la que Yoda le dice a Luke algo parecido a «Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes». Cuando escuché esta frase por primera vez, pensé bastante en ella. Al principio me pareció una frase cargada de razón pero, a medida que pasaba el tiempo, la encontraba más absurda. Al parecer, para Yoda en la vida se podía triunfar o no hacer nada. El fracaso no entraba en sus planes. Intentarlo y no tener éxito no era una opción válida. ¡¿Cómo?!

Puede que, a priori, parezca hasta lógico. ¿De qué sirve intentarlo si no se consigue? No parece tener mucho sentido. Sin embargo, Edison necesitó mil intentos antes de inventar la bombilla y nunca los consideró un fracaso. Citándole: «¿Fracasos? No sé de qué me hablas. En cada descubrimiento me enteré de un motivo por el cual una bombilla no funcionaba. Ahora ya sé mil maneras de no hacer una bombilla». Es inmediato pensar que sí, falló, tan solo consiguió triunfar con aquel intento mil uno pero, ¿no fueron acaso parte de aquel triunfo los mil fracasos anteriores? ¿No lo consiguió, finalmente, a base de intentarlo?

Pese a ser opuestos etimológicamente, de algún modo, triunfo y fracaso se encuentran intrínsecamente ligados. No se entiende el uno sin el otro. Es más, para acceder a uno es inevitablemente necesario estar dispuesto a conocer al otro. Sin embargo, todos tenemos miedo a fracasar en la búsqueda del éxito. Se nos ha inculcado la idea de que solo merece la pena luchar por cumplir nuestros sueños si triunfamos al hacerlo, cuando lo cierto es que muchas veces el fracaso forma parte de un proceso de aprendizaje que lleva al éxito.

Steve Jobs es un claro ejemplo de esto. El fundador de Apple nunca terminó una carrera universitaria. Comenzó sus estudios en el Reed College pero, seis meses más tarde decidió que no quería continuar y dedico el resto del curso a estudiar asignaturas que realmente le interesaban. Así fue como estudió caligrafía, recurso que diez años más tarde utilizaría para diseñar la tipografía de su primer Mac. En su discurso de Stanford contarían esta anécdota señalando: «Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y los ordenadores personales carecerían de la maravillosa tipografía que llevan.» El fracaso universitario de Jobs le llevó a aprender algo que, años más tarde, formaría parte de su éxito.

Por eso no hay que temer el fracaso. El fracaso solo está al alcance de quien lo intenta, de quien reúne el valor para iniciar un sueño porque ha tenido la capacidad de imaginarlo antes. Nadie que carezca de inquietudes o metas tendrá la oportunidad de fracasar porque jamás intentará nada. Vivir la vida bajo las directrices de otros nos evita el fracaso, pero también nos aparta del éxito.

Lamentablemente vivimos en una sociedad cortoplacista, una sociedad que solo valora el resultado, no el camino recorrido para lograrlo. Mario Alonso Puig lo describe así: «Si no alcanzamos el objetivo, parece que nada de lo que hemos hecho para conseguirlo importa. Ni lo que hemos aprendido, ni lo que nos hemos desarrollado como personas. Nada.»

Esa mentalidad es la que nos lleva a pensar que nada de esto es fácil. Buscamos resultados inmediatos y, por ello, pensamos en acciones radicales. Nos rendimos antes de intentarlo porque no visualizamos un resultado inmediato.

Pero nadie dice que sea fácil y menos aún rápido. En una entrevista en la que se le preguntaba por su motivación a la hora de interpretar un personaje, Will Smith dijo que él nunca se planteaba construir muros. No se proponía construir la pared más grande e imponente que se hubiera construido jamás. En lugar de eso, él se proponía colocar un ladrillo, de la manera más perfecta que un ladrillo pueda ponerse. Y lo hacía cada día. Pasado un tiempo, tenía su muro. Esa y no otra es la clave del triunfo: construirlo ladrillo a ladrillo.

Amancio Ortega, fundador de Zara, tampoco pensó «Voy a construir un imperio textil». Comenzó trabajando como empleado en una tienda de ropa a los catorce años. Hasta los 27 no fundó su compañía de confección de batas, semilla de la que doce años más tarde nacería la primera tienda de Zara. El hombre más rico de España tardó veinticinco años en alcanzar el éxito. No fue, desde luego, un triunfo a corto plazo.

La mayoría de las veces, triunfar requiere tiempo y sacrificio. Por establecer un símil, para triunfar hay que ahogarse. Cuando nos estamos ahogando, solo pensamos en respirar. Atrás queda cualquier otra cosa que en su momento hubiera podido parecer importante. El trabajo, las reuniones, los proyectos… en ese momento lo que nos importa es vivir. Conseguir oxígeno. Esa es la sensación se tiene cuando realmente queremos conseguir algo. No hay excusas para quien lucha por sus sueños. No hay cansancio. Pero tampoco hay plazos o limitaciones. No hay palabras de desanimo. Cuando realmente queremos algo, lo conseguimos. Cueste lo que cueste y tardemos lo que tardemos. Si no estamos dispuestos a sacrificarlo todo para lograrlo, no lo deseamos tanto. Tal vez debamos replantearnos si realmente ese es nuestro sueño.

Es por ello necesario entender el fracaso como un indicativo del éxito. Quien fracasa no se rinde hasta la adversidad. Persigue su sueño hasta las últimas consecuencias y esa es, sin lugar a dudas, la actitud necesaria para triunfar. En palabras de Woody Allen: «El 90% del éxito se basa en insistir». Así que insistamos. Y fracasemos tantas veces como sea necesario hasta que lo hayamos conseguido.  Está claro, Yoda se equivoca.~