La virulencia de las malas palabras

El lenguaje crea mundos, y el éxito o el fracaso no existían hasta que el hombre los ha creado. «Sin querer, o queriéndolo, hemos convertido el mundo en una cosa, hemos convertido nuestros hogares en cosas, hemos convertido nuestras existencias en cosas, lo que hacemos, lo que amamos, tiene precio en el mercado. Nuestra vida va camino obtuso de volverse una cosa. Una cosa, y las cosas se compran, las cosas se gastan, las cosas se tiran.» Un texto de Leonardo Vergara.

 

silencioHE AQUÍ UN experto en fracasos. He aquí un experto en éxitos. He aquí un humano.

Ha sido tanto, he sido tanto, que no sabría, no podría saber, por dónde empezar. Quizá podría comenzar por alguno de los principios. Uno de ellos, ineludible, es el lenguaje. Éxito: voz tomada del latín exire «salir», formada por ex «fuera» e ire «ir» su significación latina puede asociarse sencillamente con «término», «fin».  Fue registrada en castellano en 1732, en el Diccionario de Autoridades, con su significado original, pero luego devino hasta su sentido actual de «salida feliz» o «resultado feliz» de algún negocio. En inglés, exit conservó su sentido original latino. Ignoro los vaivenes involutivo-utilitaristas del lenguaje que provocaron tal tergiversación. Como vemos, con el «éxito» ya desde el comienzo venimos mal.

Con el fracaso la historia es un poco menos entreverada: el francés, en el siglo XVI (fracasser), el portugués (fracassar) y el español (fracasar) tomaron del italiano: fracassare [1], verbo que, en sentido propio, significa romper, estrellarse. En latín, quassare quiere decir sacudir, agitar, dañar y es el iterativo [2] de quatere (batir, golpear). El primer uso del verbo en las variantes dialectales del italiano, parece que era con el significado de «quebrar algo en pedazos».

Como vemos, el éxito o el fracaso, no existían y no nos es necesario retroceder mucho en el tiempo para descubrirlo. El lenguaje crea mundos, entre muchos mundos posibles, ha creado este donde el éxito o el fracaso son posibles y por lo tanto determinantes de la vida humana. Haciendo caso de las posibilidades y de la mediocridad obvia de sumergirnos en un mundo tan ignaro como el de los hombres que aspiran al éxito y que temen el fracaso, me es preciso narrar mi primer éxito que es coincidente con mi primer fracaso. Yo nací, vine al mundo, eso es innegablemente el éxito más rotundo de mi humanidad, existir. Ahora bien, fui uno más, uno entre tantos, uno diferente sólo en ser remotamente igual a todos.  Mi éxito más reciente coincide también con mi mayor fracaso, estar sentado dedicándome a pensar, estudiando, coincide con el no estar conforme con lo que estoy haciendo ¿Fracaso?

Voy a sincerarme, no creo en estas cosas. No puedo negar el poder de las ideas, el poder de las palabras pero nada va a hacerme creer algo tan estúpido. Las palabras aparecieron con cierta lógica político-económica, están groseramente relacionadas con la génesis del capitalismo más bárbaro. Así se gestan los sueños de los hombres anulados, de los hombres-engranaje, de los hombres-tuerca. Hombres que funcionan como medios, hombres por los cuales el mundo pasa y no a la inversa. Yo podría mentirme a mí mismo, mentirle al lector, ponerme un poco romántico y hablarles de mi mayor éxito de ayer que fue mirar a los ojos a la mujer que amo, mirarla como si no la hubiera visto nunca, mirarla y descubrir que el mundo brilla detrás de sus ojos que se parecen al color del agua en las orillas del mar caribe. Podría mentirles, pero, dadas las trampas de las lenguas, me cuesta creer que existan las mentiras. Por ende, quizá la prudencia mande callar a aquellos que dudamos, a aquellos que desconfiamos de lo dado, de las cartas con las que jugamos, de las reglas del juego, que podrían ser otras (para mí eso está claro) pero que por ahora, sólo por ahora, son estas. Las del éxito, las del fracaso. Yo que ayer observé que el éter era tan celeste, era más celeste que nunca y no pude escribirle una poesía a ese cielo, a ese sol empequeñecido cegándome en los confines del jardín de la casa de mis padres. Cómo podría mentirme, cómo podría engañarme con cuestiones tan vacuas como el éxito o el fracaso. Podríamos claro, ponerlo por caso, ponerme a mí mismo por caso. ¿Dependerá mi éxito de cuántos libros venda? ¿Dependerá de ello mi fracaso? ¿Dependerá mi éxito de cuántos elogios reciba? ¿Dependerá de ello mi fracaso? Quizá «éxito» y «fracaso» sean palabras que atribuimos a lo que sentimos respecto de nuestra propia vida y la vida de ajenos. ¿Cómo medimos con los extremos? ¿Cómo mediamos  con extremos?

El mundo se ha vuelto un embudo simple habiendo sido un embudo complejo, el hombre va camino de ello sumido en la tiranía que sólo disfraza el dinero. Porque podrán intentar contarme cualquier cuento, yo ya no me creo ninguno. El «éxito» es el dinero y el «fracaso» la falta del mismo. Me permito expresarme: si las expectativas de vida están puestas en las expectativas del dinero, estamos hechos, todos queremos dinero, todos lo necesitamos, eso no nos vuelve especiales.

Sin querer, o queriéndolo, hemos convertido el mundo en una cosa, hemos convertido nuestros hogares en cosas, hemos convertido nuestras existencias en cosas, lo que hacemos, lo que amamos, tiene precio en el mercado. Nuestra vida va camino obtuso de volverse una cosa. Una cosa, y las cosas se compran, las cosas se gastan, las cosas se tiran.

Mi «éxito» y mi «fracaso» actuales  vuelven a ser coincidentes. Ahora dependerán de cuánto tiempo pueda permanecer, quien sea que haya estado leyendo, sin pensar en la relación dinero/tiempo, sin pensar en la relación dinero/éxito. Si al menos por cinco minutos pudo recordar que estaba vivo…~

 

Referencias:
[1] Según el diccionario de Ottorino Pianigiani, el prefijo italiano fra podría denotar “en medio”, entonces fracassare significaría “en medio de la sacudida”.
[2]  Verbo iterativo o frecuentativo indica una acción que se repite.