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Un texto de Diego Noriega Mendoza
ME PREGUNTO CÓMO es posible la existencia de tantos escritores y tan pocos lectores. Es decir, la proporción tendría que ajustar, al menos, en condiciones de equivalencia: los escritores leen. Pero, más importante, los escritores escriben. Y muchos de los que se describen a sí mismo como tales parece que no están de acuerdo con esta tautalógica definición. Hay una premisa que explica de forma parcial la aparente contradicción: la idea de que vivir como escritor es más atractivo que la necesidad tácita de saber que tal profesión requiere del ejercicio continuo de la escritura. O como mencionó un colega alguna vez: “¿Quieres ser escritor o quieres escribir?”. Pareciera una trampa del lenguaje. Pero no lo es.
«Si la ocupación fuera un dato meramente estadístico, antes que Escritor yo tendría que responder: Novio, Fumador, Conductor, Operador de un Call Center al que llaman Agencias de Relaciones Públicas y Colaboradores Reclamando su Pago, Lector, Jugador de Jueguitos del Celular, Catador de Hamburguesas y Tacos, Microjardinero, Bartender, y muchas, muchas más. Por tiempo dedicado, quizá Escritor sería el décimo sexto o décimo séptimo lugar en la fila de mis ocupaciones. No es sólo que no tenga tiempo, sino que escribir me requiere tal cantidad de energía, que de buena gana no lo haría.» Ruy Feben nos cuenta sus monumentales writer’s blocks.
Tenía todo preparado. Los folios, a la izquierda. Bolígrafos, dos de cada color −rojo, azul y negro−, a mi derecha. El ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de la mesa, con el cojín para los riñones, dos paquetes de cigarrillos y un vaso de whisky con hielos. Así me imaginaba la mesa de un escritor, aunque todo revuelto. Caótico.