Las forasteras de los tópicos

«Espero que no te importe, fue lo peor. Podía habérselo ahorrado». Un texto de Helena González Sáez.

 

Tú siempre has sido un poco la oveja negra de la familia

 

HOLA, ME LLAMO Helena y soy rara.

Hay mucha gente que es muy amable y me dice que la rareza es una cuestión de grados, que todas las personas somos raras, que ser rara no existe…Sí, yo pienso igual, gracias, pero sé que soy rara y ya, a esta edad, me gusta. Sé que soy rara porque me lo han dicho desde pequeña. Me lo han dicho tantas veces que ya he encontrado la paz en ello. Y sobre todo: sé que soy rara porque  casi todo me parece raro, siempre me lo ha parecido.

Yo nunca quise estar aquí fuera, al otro lado de la raya, con las raras. Y las incertidumbres dolorosas que mi condición me han producido ahora son mi preferencia. Hasta hace bien poco pensaba que mi disidencia permanente era un síntoma de mi outsiderismo. Ahora pienso que es una ventaja adaptativa consecuencia de mi presencia outsider, un estilo de presencia con el que nací y  que he desarrollado finamente con los años. No quiero darme importancia, pero tampoco abundar en las ideas que describen lo outsider como algo inadaptado por incapaz, inferior, faltante, carente de cualidades positivas. A estas alturas pienso que las personas raras portamos una sobreabundancia de valores y de cualidades positivas. Es esta sobreabundancia de lo positivo lo que nos pone fuera de circulación. Fuera de la banalidad rampante que posee a la realidad, verdadero leviatán apocalíptico. Y que no me digan que este pacto llamado realidad es una chapuza necesaria e inmejorable, o que no se puede de otra manera.

Hay muchas razones, maneras y estilos de outsiderismo, de estar fuera. Hay quien nace, hay quien se hace, hay quien las dos cosas. Puede ser una posición voluntaria, una especie de destino moral. Puede ser algo que le pasa a una, algo de lo que alguien es víctima inconsciente. Ser diferente es muchas veces una ventaja y otras veces se lleva ventaja porque se es outsider sin querer. Y muchas, muchas, muchas veces la persona outsider representa nuestro fracaso para construir entornos sociales donde la convivencia sea inclusiva.

A menudo juego a un juego que me parece divertido. En las sociedades hay muchas periferias, y me da por pensar que estas son los verdaderos descriptores de nuestras sociedades y de nuestras culturas. ¿Qué situamos en los márgenes? ¿Cómo serían nuestras sociedades con otro tipo de outsiders? Imagino una sociedad en la que las marginadas fueran las personas que quieren hacerse multimillonarias, las personas codiciosas. Una sociedad en la que las personas marginadas fueran las personas egoístas, necias,  las que ignoran el sufrimiento ajeno, las personas prepotentes, las envidiosas, esas cuyos narcisismos floridos, enormes y espesos en ocasiones ensombrecen la luz del sol de nuestros días. Mandar al margen de una patada a las personas carnívoras, en sentido real y figurado, a las personas brutales sin propósito de enmienda y a las que no saben relacionarse más que a través de vínculos dominativos.  En este juego en el que yo invento los márgenes de la sociedad en mi medida y juicio de  rara outsider,  la sociedad que resulta también  fracasa, pero yo vivo mucho más contenta.

El outsider nunca está de moda, es más: la persona outsider es con frecuencia impopular. Por esto yo he preferido  concentrarme en ser transparente (una forma de invisibilidad), porque ser elemento discordante apareja la  permanencia en esta dolorosa impopularidad. Las  personas outsiders avispadas preferimos evitárnosla.

Yo tengo bastante experiencia en esto: soy una mujer rara. La primera en decírlo es mi madre. De pequeña era tan rara, que en el colegio era invisible. Antes del colegio ya era rara. Soy rara. Mi marido me dice «eres una mujer muy especial». Mis amigas me dicen: «eres rara, para bien». Soy como otras personas outsiders: heterodoxa, heterogénea, original, poco influenciable.

Como soy muy rara, vivo sumergida en el arte. El arte es el único lugar en el que mi rareza puede brillar sin más límites que los de mis posibilidades. El arte es la única dedicación en la que ser rara pasa por ser una ventaja más que un inconveniente. En el arte, hacer cosas raras está bien: se le prestan atención, tienen interés, son bellas. Y esta idea de que el arte es bello -más que la naturaleza-, porque proviene del espíritu es la idea con la que Hegel me engatusó a mis quince años y poco a poco fui a parar al huerto del arte.

[pullquote]La última parte de esta frase, ese: espero que no te importe, fue lo peor. Podía habérselo ahorrado.[/pullquote]

Trabajo para el arte y esto hace que no tenga que jugar a ser dueña de las derivas de mi pensamiento. Las contemplo, las exploro, las testifico, pero nada más. Puedo ser todo lo rara que quiera, es más: cuanto más rara, mejor.  Soy como una naufraga que, habitante de la isla de su experiencia, encierra sus narraciones en botellas y las lanza al mar de la realidad sin esperar nada ni a nadie.  Este es uno de los rasgos fundamentales de mi rareza. Una rareza tal que celebra encontrar botellas de otras raras náufragas, habitantes de sus raras experiencias outsiders. Intensamente rara, tanto que abrazo las rarezas como a árboles milenarios, para que me contagien su energía y su sabiduría.

En lo relacionado con el arte, las personas que pintamos y dibujamos y producimos objetos fuera de la regla nos situamos –también– fuera de la academia. Yo me creía una artista normal, fuera esto lo que fuera. Mi idea de ser artista incluía otra idea: todas las personas artistas somos raras porque el arte en sí mismo es una actividad outsider… (En fin, no me voy a poner filósofa ahora.) Yo, Rara, he cursado cuatro años de Artes y Oficios, más una licenciatura de cinco años en Bellas Artes; he dibujado copias al carboncillo de otras copias en escayola de estatuas griegas y de sus copias romanas hasta desfallecer y he asistido a académicas clases de dibujo del natural, como  lo hacen todos los días la mayoría de aquellas personas no raras, main stream y perfectamente adaptadas, que se interesan por el dibujo y la pintura. El caso es que estaba tan tranquila con mi ignorancia hasta el día en el que un amigo mío, un escultor muy sesudo, me dijo: «Helena he dado una conferencia a unos alumnos de ingeniería y he puesto tus dibujos como ejemplo de arte outsider, espero que no te importe.» La última parte de esta frase, ese: espero que no te importe, fue lo peor. Podía habérselo ahorrado. ¿No está implícito en ese espero que no te importe su sospecha de que podría sentirme molesta?  Y yo pensé para mí: o sea que a este sesudo escultor le parece que mi trabajo es outsider, pero el suyo no se lo parece y eso no es molesto, claro está. Y me rebelé contra esta idea. Ser outsider no era algo de lo que estar orgullosa, ya me lo decía mi madre.

Detalle de un fanzine, de Helena González Sáez

Me rebelé y he vivido en rebeldía durante mucho tiempo. Siendo parte de este juicio de outsider, no he acudido al llamamiento de mis barruntos y he vivido años queriendo ser normal. Años sufriendo por esta misión imposible de adaptarme a esta realidad infumable. He vivido dolorosamente sublevada contra mí misma, esforzándome en no rendirme y aceptar un rasgo, un hecho que todas las personas que me quieren admiran en mí como algo extraordinario, fuera de lo común: soy rara. Y soy rara para todo, y mis creaciones artísticas también lo son. Outsider. Lo fueron entonces por primera vez.

Las personas outsiders que nos dedicamos al arte no estamos dispuestas a someter nuestras producciones al juicio de ninguna sociedad de expertos. Nuestras producciones son fuertemente idiosincrásicas. Son personales, individuales, radicalmente subjetivas, tanto que conectan con otras subjetividades saltando convenciones formales y sociales, porque apuntan a la importancia de la profundidad humana y pasan de soslayo por los aspectos más culturales. Nuestras producciones no están interceptadas por el  discurso de la realidad, o al menos no son rehenes de esta.  Nuestro hacer permanece  independiente de una demanda, o del cumplimiento de un circuito simbólico sobre el que cerrarse que no sea el circuito simbólico original y propio de la creación artística: la adaptación a la vida, dotarla de sentido, inventar relatos compartibles que nos ayudan a convivir desarrollando los aspectos más bonancibles de nuestra humanidad

En resumen: las personas raras, outsiders, discordantes, las forasteras de los tópicos, las extrañas, los bichos raros… somos fascinantes.

Es gracias a los talleres en los que llevo trabajando tiempo (desde el año 1998) que he podido reconocerme y reconciliarme con mi outsiderismo. He comprendido que podía ponerlo al servicio de una mejor comprensión de los aspectos más intrincados de la sociedad,  los aspectos más cercanos al alma humana y sus brillos estelares y a sus sufrimientos. Gracias a mis elecciones raras,  sigo  planteándome preguntas con una franqueza poco frecuente, considerando hipótesis, revisando tópicos, desmenuzando nudos culturales intentando comprender, preguntándome siempre. Gracias a esta reconciliación con mi rareza he podido valorarla como algo positivo, como un regalo para mí y para los que me rodean.

Estos talleres de creación artística  sin otra metodología que la forma de hacer de las personas que participan en ellos, en los que la Academia del Arte y la Historia del Arte son solo unos instrumentos más a favor de esa metodología, han sido y siguen siendo un yacimiento vivo y a cielo abierto  del hecho artístico y de las delicadas evoluciones del alma. Gracias a ellos, al hacerlo en compañía de personas que son muchas veces ejemplos de superación y de humanidad, he podido entender muchas cosas en relación al arte, a su origen y su importancia en nuestras vidas. Ahora, después d
el tiempo de tormenta, cuando oigo la palabra outsider salto, doy un paso al frente.

Queridas raras y raros, outsiders, desconocidas, extrañas a los asuntos de la realidad, personas incógnitas, bichos raros del mundo entero: ¡felicitaros y salid del armario, el mundo nos necesita!~

 

forasteras tópicos rarosSer outsider, rara, elemento discordante, es de personas delicadas y valientes. Comprobadlo echándole un vistazo a la serie Outsiders, que el  legendario programa  Metropolis (rtve 2) dedicó a este asunto y del que el Taller de Arte de Zubietxe (TAZ) y esta forastera de los tópicos que escribe aquí, somos coprotagonistas.