Recorrido de un poblado en medio del desierto
Texto por Guillermo Verduzco/ intervención: Enrique Urbina
CALLE
La calle se muestra vacía. Es probable que en algún momento del tiempo una franja de concreto pasara por aquí, pero el polvo ha cubierto todo con una capa gris y café. El viento ha borrado todo lo que hacía que una cosa fuera diferente de la otra.
Un automóvil abandonado. Las cuatro puertas abiertas. La ventana del lado del conductor está rota. El cristal estrellado brilla sobre el asiento.
Ésta es la casa de la familia Suárez. Ésta es la casa de la familia González. Ésta es la casa de la familia Arredondo. Ésta es la casa de la señora Rodríguez. Ésta es la tienda de abarrotes, la única que existía en el pueblo. Ésta es la choza donde vivía el Mudito, al que todos pretendían no ver. Ésta es la casa de la familia Maya. Ésta es la escuela. Veintinueve niños asistían a ella, edades entre los seis y los doce años. Ésta es la ferretería. Ésta es la casa de los Benítez, recién casados. Les daba miedo llamarse una familia. Les parecía demasiado pronto.
La puerta principal, de madera, está abierta. El cerrojo ha sido forzado, roto. Un gran peso fue echado contra la puerta. No hay ninguna luz encendida.
Cuando anochece, ninguna luz se enciende en ninguna parte del pueblo.
En la sala, la televisión yace sobre el suelo. Los muebles están volteados. Una de las cortinas está rasgada. Afuera puede verse la calle. Más allá, las montañas. El polvo ha empezado a cubrir el suelo de la casa. En cien años no quedará nada sobre este lugar.
HABITACIÓN
La cama matrimonial está manchada de sangre. Una gran mancha, casi redonda, que seguramente atraviesa el colchón. Sí. El suelo debajo de la cama también está manchado. La sangre, seca, se ha tornado de color negro. Ha pasado tiempo. No hay almohadas sobre la cama.
El espejo del tocador está roto, los cristales afilados reflejan el techo, las paredes. Dentro de los cajones hay ropa interior aún doblada. Un cepillo para el cabello, tres condones. Un collar de perlas falsas. Un billete de quinientos pesos, escondido en un pequeño bote para pastillas, en la parte trasera de un cajón.
Un olor a perfume flota todavía en la habitación.
CALLE
Los cables de un poste de luz se han roto, lo rodean caídos como cabello.
El calor crea un espejismo a lo lejos, plateado como espejos, móvil como agua.
En el suelo frente a la ferretería, pueden verse aún entre el polvo dieciséis casquillos de rifle, brillando dorados como monedas.
El polvo se ha tragado la sangre.
CASA
Incrustada en la pared norte de la sala, a medio metro sobre el suelo, puede verse una uña. La uña está pintada de verde. Lo poco que quedaba de carne en la uña se ha ennegrecido hasta casi desaparecer.
Alejándose de la pared, sobre el suelo, hay un rastro de algo que parece pintura negra.
La mecedora que adorna el centro de la sala no se mueve.
Te tenía miedo. Tenía miedo de ti y de tu capacidad para convencerme de que ibas a cambiar, de que dejarías de beber, conseguirías trabajo, dejarías de golpearme y de disculparte una y otra vez. Había hecho una pequeña maleta, sólo las cosas esenciales, la noche anterior. Esperaría hasta que salieras a trabajar por la mañana, y luego simplemente caminaría por la puerta y desaparecería. No sabía a dónde iría. Hasta donde me alcanzara el dinero. Me perdería en los caminos, en las ciudades. Intentaría sentirme feliz de nuevo. Sabía que existía la felicidad, que no era algo que le pasara sólo a otras personas. Alguna vez la experimenté en carne propia, y lo recordaba. Pero descubriste la maleta esa mañana. Vi cómo tensabas los músculos. En aquella habitación pude escuchar mi respiración, contenida en mi pecho. Dolía. Ambos sabíamos qué pasaría a continuación. Me pregunté si alcanzaría a llegar hasta la cocina, hasta el cajón con los cuchillos. Entonces se rompió el silencio. Escuchamos los gritos afuera de la casa. Hombres ladrando órdenes.
CHOZA
Un colchón sobre el suelo de tierra. Una cubeta para las necesidades básicas. Un pequeño espejo, quince centímetros por doce, colgado de una de las paredes hechas de tablones. No hay mucho más.
Múltiples agujeros atraviesan las paredes, el sol afuera dibuja constelaciones sobre el colchón a través de ellos.
CALLE
El esqueleto de un perro.
Un pájaro gira y gira en el cielo.
Una serpiente se guarece del sol a la sombra de un árbol. Su lengua emerge, prueba el aire.
En el árbol están talladas las iniciales de dos nombres. Más abajo, una mala palabra.
En la cocina, la estufa está encendida.. El gas se ha terminado hace tiempo. Sobre la mesa están aún los platos, la comida sobre ellos se ha podrido o ha servido de alimento a alimañas.
En el suelo de la sala, una fotografía enmarcada.
Un hombre que ronda los sesenta años sonríe a la cámara. Frente a él está un pastel, con múltiples velas pequeñas y encendidas. Detrás de él, una joven de cabello oscuro, vestida con un vestido blanco, lo rodea con los brazos. Sobre la mesa, a la derecha, se encuentra sentado un gato negro de ojos verdes.
El cristal de la fotografía está roto, la humedad ha empezado a devorar el papel debajo.
Tenías miedo de morir, eso me dijiste. Sentías que habías envejecido casi de un día para otro. Una mañana descubriste que te dolía orinar. La espalda te molestaba. Te asustaste la tarde que te llamé desde la cocina y no me escuchaste, la tarde que supiste que habías perdido la audición en el oído derecho. Me he convertido en un viejo, dijiste. No sé cómo ocurrió, dijiste. De un día en un día, te contesté. Vivíamos solos. Mamá había muerto cinco años antes. El cáncer es una cosa horrible, dijiste, pero esto de hacerse viejo no sé si sea mucho mejor. Te preocupaba mi futuro. Sentías próxima la muerte, aunque eso me pareciera una tontería. No tienes ni siquiera setenta años, te dije. Eres casi un niño. Ese día sólo comiste una rebanada de pastel porque te preocupaba el consumo del azúcar. Habías dejado de fumar diez años antes. Te preocupaba mi futuro. Me amabas. Una semana después, mientras le daba de comer al gato y tú dormías en el sillón de la sala, escuché el primer disparo.
RESTAURANTE
Sobre una de las mesas hay una cerveza a medio tomar.
La comida que aún quedaba sobre los platos se ha podrido, es sólo una masa negra e informe. Ni siquiera hay moscas ya..
Una muñeca de ojos vidriosos mira fijamente hacia el techo. Nunca volverá a cerrar los ojos.
En una esquina de la cocina, una enorme mancha negra sobre el suelo. Las paredes que se intersectan en ese ángulo están cubiertas de agujeros. Sobre el suelo, entre cazuelas de barro rotas, cincuenta y cinco casquillos brillan como monedas.
TIENDA
Sobre los estantes detrás del mostrador, las latas y los frascos siguen acomodados. La materia orgánica dentro de ellos ha empezado a fermentar.
Los estantes con bolsas de frituras han sido tirados al suelo. Varias bolsas se encuentran reventadas.
En el suelo, cerca del mostrador, una serie de tajos verticales. Un hacha fue usada aquí, con gran fuerza.
Sabías que vendrían. Ya ni siquiera sentías miedo. Lo arruinaste. Intentaste robarles. Intentaste hacer algo por ti mismo. Querías escapar del pueblo. Pero nadie les roba. También sabías eso.. Estabas desesperado. Tu padre agonizaba en casa. Escuchabas su respiración desde tu habitación. Su respiración sonaba como una bolsa de papel inflándose y desinflándose. Querías que muriera. No lo odiabas; sólo querías que descansara por fin. Y tú querías huir. Ver algo más que desierto. Escuchar algo más que sus camionetas patrullando durante la noche. El pueblo entero les temía.. Pero tú no.
ESCUELA
En el patio central, la bandera todavía descansa en la punta del asta. El viento a veces juega con la tela, pero hoy no. Es lo único que todavía se mueve a veces por aquí.
Un salón con seis pupitres. Las mochilas abiertas descansan a los lados de las sillas. En el pizarrón, una suma sencilla, y en la esquina superior izquierda, una fecha ya pasada. Sobre el escritorio junto al pizarrón un libro de texto permanece abierto.
Un salón con cuatro pupitres. El pizarrón está completamente vacío. En una de las esquinas del salón, una concentración de hormigas ennegrece el suelo.
Un salón con ocho pupitres. En el pizarrón, una palabra en inglés. Sobre el suelo hay veinticinco casquillos que brillan como monedas..
SÓTANO
En una esquina del sótano se encuentra la pila de cenizas. Tiene casi un metro de altura en algunos lugares. Abarca casi de pared a pared. Entre las cenizas, algunos restos sobrevivieron al calor. Fragmentos diversos de cráneos, dientes de todos los tamaños, siete fémures casi enteros, algunas falanges, compactas como balas. Fragmentos de ropa medio carbonizada. Doce hebillas de cinturones.
Los botes de gasolina, vacíos, están acomodados en la pared contraria del sótano.
La puerta al sótano ha sido dejada abierta. De vez en cuando una pequeña brisa entra desde afuera, hace bailar las cenizas. En algunas ocasiones un poco del polvillo finísimo sale del sótano, flota hacia arriba.
No rogaste, sólo cerraste los ojos.
CIELO SOBRE EL POBLADO
El cielo sobre el poblado es tan azul que parece morado.. El sol brilla hiriente. No hay ni una sola nube.
Una mota de ceniza sube y sube hacia el cielo, cargada por aire caliente, empujada a veces por aire frío, se desplaza cada vez a más velocidad, cada vez más arriba, se aleja del pueblo, se aleja del cielo duro y del sol frío, cargada por el aire deja atrás el desierto, cargada por el aire nunca baja, se mantiene durante años allá arriba, girando y danzando, lejos del mundo debajo, lejos.~
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