Los hipopótamos de Pablo Escobar, y otros poemas

Texto e intervención: Javier Moro Hernández

 

Fútbol

Jugábamos con una vieja pelota que pateábamos
a lo largo del patio
de los abuelos,

mientras los tíos nos observaban cansados

desde el pórtico de la casa.
Los goles
los cantábamos imitando el vuelo de un avión.

Jugábamos con el sol en la espalda,
sin preocuparnos por el marcador.

Jugábamos con una vieja pelota
que pateábamos
a lo largo del patio
de la casa de los abuelos.

Jugábamos en el patio de los abuelos
mientras ellos nos observaban cansados
con la mirada de los viejos que ya lo han visto casi todo.

 

Mañana

1
Llévelo, llévelo, cd con 300 éxitos de rock en español.
Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta.

Ciudad subterránea,
Ciudad sangre,
Ciudad que se extiende bajo nuestros pies,
Sin fin, sin conocer el sol.

Historias que se entretejen en el subterráneo
En las catacumbas: amores que mueren,
Sexo en los vagones finales.
Caricias seductoras en medio de empujones.

Ciudad que crece y se retuerce.
Ciudad de trazos inexactos, inconexos.
Ciudad de amores ciegos.

Sabemos que el futuro no existe,
Sangre sobre sangre
Banquetas, edificios cada vez más altos,
aislados, en medio del ruido infernal.

Estás atrapado,
la ciudad es una jaula y tú una bestia sedienta de sangre.
Adentro como vaca,
Afuera como cerdo.
Vas un paso adelante,
Cuerpos que se aprietan, se mezclan.

En este sistema nada está hecho para funcionar,
Eres un número, una huella, un boleto.

5:20 de la mañana, el camión que te lleva al metro Indios Verdes viene
hasta su madre.
5:45 de la mañana sigues parado en el mismo lugar,
atrás de ti un tipo te golpea las costillas,
Otro te quiere robar la cartera.
Dos pasos más allá un cabrón manosea a una chavita de secundaria.

7:20 de la mañana, no puedes entrar al metro.
7:30 de la mañana, no puedes entrar al metro.
7:40 de la mañana, no puedes entrar al metro.
7:50 de la mañana, no puedes entrar al metro.

8:30 de la mañana, llevas media hora de retraso,
el calor es insoportable.
9:00 de la mañana. Te bajas en Patriotismo y corres,
ya vas tarde, pero aún es posible inventar una mentira.

 

Los hipopótamos de Pablo Escobar

Pienso en los hipopótamos de Pablo Escobar,
esa pareja de gordos y malolientes hipopótamos
que el capo de capos hizo traer desde algún país de África
para mantenerlos en cautiverio en su finca Nápoles,
allá por los rumbos de La Dorada, Caldas.

Hipopótamos negros y gordos.
Hipopótamos negros, gordos y espaciosos
que pensaban que el clima colombiano les sentaba muy bien.

Hipopótamos negros que iban y venían bajo las aguas mansas de algún río,
mientras su dueño se dedicaba a asesinar a medio Colombia.
Me preguntó en que soñarían los hipopótamos mientras navegaban sumergidos bajo las aguas:
¿Sonarían con la vida de sus ancestros africanos?
¿Pensarían en faraones y negros hutus y bantúes?
¿Soñarían con leones y elefantes, con el sabor agrio de la sabana?
¿Con ríos más estrechos, con lodo sulfuroso?
Un buen día, después de que el capo de capos había muerto, después de  que medio país había sido desangrado, después de que nadie se ocupaba de ellos, abandonados en lo que era su casa, la hacienda Nápoles, los hipopótamos abandonaron la tranquilidad de su río y se fueron a pasear

Atravesaron montañas, pueblos, caseríos y ciudades en busca de un nuevo rincón en el cual guarecerse, en el cual alejarse de los humanos.
Siguieron una ruta desconocida.

Se escondieron bajo una sombra y descansaron alejados de la vista humana.

Tal vez pensaban que nadie se acordaría de ellos.

Tal vez pensaban que nadie los iría a buscar: su dueño había muerto abatido por las balas del bloque de búsqueda en una azotea de un barrio de clase media de Medellín,

¿Quién se iba a preocupar por ellos? ¿Quién los necesitaba?

Ellos no querían a nadie.

Eran felices.

Vivían solos y alejados.

Pero la raza humana no perdona. Ni siquiera a los hipopótamos de un capo asesinado.

Había que buscarlos y atraparlos, traerlos de nueva cuenta hasta la hacienda abandonada, dejarlos morir ahí, si fuera posible.

Y los buscaron, por agua y tierra.

Se contrataron expertos cazadores,
se armaron bloques de búsqueda,

Se recurrió a la ayuda de la CIA y el FBI,
se utilizaron fotos satelitales,
se armó a los campesinos y a los pescadores:

Los hipopótamos eran tan peligrosos como sus dueños, decían los noticiarios de las diez de la noche.

Había que atraparlos, vivos o muertos.

Detenerlos y enjuiciarlos, preguntarles cuál era su situación migratoria, cómo habían entrado al país, qué papel jugaban en los negocios de su dueño. Tal vez ellos sabían de los tratos del capo con políticos y militares, tal vez ellos, los hipopótamos negros y gordos, conocían los secretos más sucios del país. Había que detenerlos, cazarlos,  interrogarlos, torturarlos.

El primero de ellos cayó abatido en una redada en los límites del río Cauca y el Magdalena: se resistió  al arresto, fue la versión oficial. Estaba armado y era peligroso.

El segundo estuvo escondido, a salto de mata, en pequeños riachuelos, en selvas y barrancas. Pero hasta allá lo encontraron. Tres tiros le dio la policía. Murió defendiéndose, dijeron los oficiales que lo enfrentaron y lo redujeron.

 

Miedo

Vengo de un país en guerra,
En el que la sangre fluye como ríos negros.
Una tierra asolada por el fuego,
Por las ráfagas de las ametralladoras.
Vengo de un país cortado en pedacitos.

Un país sin nombre, adolorido, golpeado.

Un país ciego.

Voy a un país de carreteras vacías.
Avanzo de noche, sigiloso,
Rodeado de matorrales,
Con la línea de cemento de la carretera
brillando como única guía.

Camino por pueblos abandonados,
Pueblos de casas quemadas,
Vacías,
En donde aún puedo verlas velas apagadas
en los altares a la virgen y a san Juditas.

Voy a un país en donde nadie dice su nombre.

Un país que no sabe su nombre,

Que se lo ha guardado en el pecho.

Un país abandonado a su suerte.

Un país de noches siniestras,

En donde lo único que se escucha
son las ráfagas del viento.

Un país en donde la sangre no vale.

Un país en donde nadie sabe nada:
ni quienes son los hombres de rostros cubiertos,

De mirada furiosa,
de sonrisa afilada

Que avanzan por las calles en sus camionetas.

Voy a un país en donde lo que queda es esconderse,
Quedarse quieto y pedirle al tiempo que pase.
Que todo pase y nadie me vea,
Nadie me encuentre.
Voy a un país en donde el miedo lo es todo.