PERSPECTIVAS: Dosis de irrealidad, o como gobernar a los amigos
El trabajo era aparentemente sencillo: regular las actividades productivas de la compañía y crear una serie de políticas que normaran dicho trabajo. Al final resultó que hacer una política es bastante más complicado que eso: debe ser lo suficientemente genérica para que todos los comportamientos entre en su alcance, flexible para que las distintas interpretaciones del proceso sean validas pero rígida para que las excepciones no existan y se cumpla a rajatabla el objetivo del proceso. Vamos. algo abstracto que la Oficina de Cumplimiento de la empresa en cuestión quería poner en concreto.
Yo, consultor en jefe de esos proyectos papel en los que decía que era experto, era el responsable de sacar adelante al engendro. Entre supuestos e ideas sin concretar, a media semana comencé un plan para tener más creatividad y es que, al final, el problema era de creatividad. Pura falta de creatividad pura.
Había que ser creativos para inventarse las reglas del juego que ya existen, y poderlo controlar. La pregunta importante era ¿qué es lo que queremos controlar, el proceso, el jugador, el resultado o el juego en si? En esta empresa, el resultado. En la vida normal, es decir, la política nacional, la política de la que hablan los periódicos, eso es impensable. ¿Controlar el resultado?, imposible, ¿no? Bueno, da igual. No se debería buscar controlar nada, sino regular y, en todo, caso engrasar la convivencia y poner el marco de normas a favor de los ciudadanos. Pero volviendo a mi perfecto plan para ganar creatividad, reuní a unos amigos para hacer una tormenta de ideas. Entre ingenieros, marketinianos, abogados, filólogos y amas y amos de casa segura salía algo, pensaba.
La reunión una vez iniciada parecía que rendiría frutos. Todos opinaban, daban ideas y hablaban de las excepciones, pero la cosa acabó mal. Los ingenieros pedían que la política fuera más concreta, si se podía, definirla en un grafo de actividades con estados y crear métricas de desempeño. Los marketinianos hablaban del que el producto debía ser atractivo y enfocado al target. Debía cumplir con las cuatro P’s y de paso pensar en el plan de comunicación. Los filólogos pedían énfasis en el texto y contexto. No era lo mismo una palabra que la otra, y menos el conjunto. Las distintas interpretaciones podían hacer que las excepciones se cumplieran y las reglas no. Las amas y amos de casa pedían practicidad, flexibilidad y menos retórica.
Yo apuntaba las recomendaciones de unos y de otros y de vez en cuando me echaba un trago de vino al gaznate. Las posturas se fueron radicalizando, y pase de legislar a labores jurisdiccionales. A los ingenieros les pedí más flexibilidad, luego la exigí y terminé imponiendo un proceso de control sobre la creación de métricas. A los marketinianos les reduje el presupuesto de publicidad, cambié el briefing de la campaña de promoción y exigí una mejor definición del target. A los filólogos les impuse restricciones de palabras y aumenté las palabras extrajeras. Y a las amas y amos de casa les hable de los beneficios que tendría a largo plazo si les aumentaba el gasto generado por esta política.
Así, todo mundo mal y de malas, y yo cada vez mas borracho. Di un descanso de diez minutos donde se generaron planes de conspiración y derrocamiento en mi contra. Hubo una pelea entre los filólogos y las amas de casa por que este ultimo grupo le estaba echando el ojo a un grupo de extranjeros de la mesa de al lado y usaban cada vez más palabras extranjeras para hablar en vez de mirarlas a ellas. Los ingenieros se dedicaron a crear un sistema para desviar el vino de la botella hacia sus copas, y el camarero del lugar pedía que le pagara las botellas que habíamos tomado, que sino lo hacia en los próximos veinte segundos, me tendría que atener a las consecuencias. Y del concretar la política de gobierno que tenía que entregar a la empresa cliente, nada.
La cosa no podía ir peor, así que hice lo impensable: disolví la reunión. Tire unas bolitas de papel a las amas de casa para que pusieran atención. A los ingenieros los encerré en el baño por andar tomando más vino de lo normal. A los marketinianos los mande a crear publicidad engañosa. Y a los filólogos a inventar palabras que nadie entendiera para escribir la política. Todos a casa.
El texto del documento salió adelante dos días después. Por supuesto no le sirvió de nada a la compañía que lo tenía, pero una tercera le dio un reconocimiento por normar la calidad de sus procesos. Mientras, yo, me quedé sin amigos pero eso sí, los tengo a todos controlados: unos encerrados, otros bajo lluvia de bolitas de papel, unos más inventándose historias y otros, palabras. Menos mal que esto solo pasa en las empresas y no en la vida normal. Es impensable, así que tranquilo me voy ahora a leer el periódico, para darme una dosis de realidad.~
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