Paraíso Perdido: Conejos
Cuento incluido en el libro Versos de una hora, de Rodolfo JM
YO NO SÉ de cierto, pero las gentes de este edificio me han advertido sobre los conejos. Sombras blancas y grises, pequeñas, siempre borrosas, que recorren los pasillos y las tuberías descompuestas. Como es de esperar, desechan por completo la posibilidad de que la construcción esté infestada de ratas. Están convencidos de que son conejos.
Es la vecina del uno quien tiene la versión más exagerada. Dice que el edificio entero está construido con conejos. Ensamblados como piezas peludas de un juguete para armar. Dice que sólo un verdadero profesional pudo ser capaz de lograr algo así. Mire nomás los ojitos de este, qué ternura. Y acaricia un ladrillo en la pared.
Para el vecino del dos los conejos provienen del armario. Son del tamaño de lobos y cada noche salen corriendo en cámara lenta hasta la oscuridad de una ventana, donde se pierden como volutas de humo. No es que hagan ruido, pero como cabe esperar, le roban el sueño a mi vecino, que así no puede ir a trabajar y en compensación duerme todo el día.
La familia que vive en el departamento tres habla de conejos pequeñísimos, royendo a todas horas sus muebles y libros. Son miles, peores que cucarachas. Levanta un zapato y ahí encontraras seis conejos; ¿tras la alacena? una colonia peluda; ¿bajo la cama? un mar de pequeñas orejas temblorosas. El padre de familia dice que no se puede vivir así, menos con lo poco que gana, pronto serán ellos o los conejos; la madre de familia dice que los conejos no se pueden comer, son demasiado pequeños y de mal sabor.
Por último, la anciana que vive en el número cuatro y a quien se le aparece una coneja en el espejo cada que se mira en él, dice que en el departamento que yo habito ahora hubo una vez, hace más de cincuenta años, un tipo que vomitaba conejitos. Así es, le salían por la boca, desde la garganta. No recuerda su nombre, pero recuerda que un día se arrojó desde la ventana. Me lo dice como si creyera que voy a suicidarme y que al saber lo que me ha dicho preferiré no hacerlo.
Yo vivo en el número cinco desde hace un par de semanas, y para ser sincero aún no he tenido incidentes con los conejos, ni algún otro tipo de malestar. A no ser estos movimientos de tripas de los últimos días, y esa sensación de pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas.~
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