Paisajista
«Me parece que pocas personas lo comprenderían y aun quien me escuchara y conociera tendría problemas para no considerarme un triste esperpento. Los motivos, ahora que lo reflexiono, no me quedan claros.» Paisajista, un cuento de Rafael Tiburcio García /ilustración Oscar Ernesto Solís.
El aliento de toda esta vida sorda llegaba a nosotros desde la profundidad de la tierra
Ryu Murakami
Apan
SIN CHAMARRA Y con zapatos de vestir nos adentramos a las siete de la mañana en los Llanos. Mientras avanzábamos por un camino de lodo entre un paisaje similar a un bosque (aunque no estoy seguro) el cielo se nubló, primero tapando el sol, luego suprimiéndolo por completo; lo único que se podía divisar era una densa cortina café, tan opresiva como amenazante.
El aguacero que cayó no fue sorpresivo y a ambos lados del camino parecían correr ríos. Aunque mi miedo tenía que ver más que nada con las llantas del vehículo que resbalaban en las subidas y bajadas. Algunos puentes de escasos metros de longitud eran los únicos tramos pavimentados.
Yo tomaba de la pierna al conductor cuando pasábamos alguna zona donde el sucio aguacero tapaba toda la visibilidad. Él sólo alzaba la mirada y negaba con la cabeza.
Los indígenas suplican por carreteras que los lleven hacia las cabeceras municipales pero es evidente que, por más compromisos que haga el gobierno, no podrán realizar una inversión de ese tamaño (una inversión invisible además, de la cual no podrían presumir en las ciudades con más electores) para abastecer a comunidades agrícolas improductivas.
Palabras al aire. Promesas de una república adolescente.
Al llegar a algún pueblo, cuando al fin cesó la tormenta, fui testigo de tres hechos interesantes:
1. Una señora sacaba agua de una cisterna junto a un pozo; al principio parecía cristalina, filtrada por las entrañas de la tierra, pero luego se fue enturbiando hasta adquirir la apariencia de la ceniza mojada. La señora pateó los huevos de un perro que la rondaba, luego metió las manos en la cubeta y bebió el líquido de ellas.
2. Un señor gordo discutía con un ebrio que llevaba sus cables (robados, según escuché) para poner un diablito en uno de los pocos postes de luz que había. En el poste una hormiga, que había perdido el rumbo, cargaba el cuerpo de una mosca.
3. Un colibrí estaba posado (sí, inmóvil, algo que no ocurre con frecuencia) en una larga espina de nopal; y al verme batió sus alas hasta desaparecerlas, se alejó de mí y empezó a polinizar a las cactáceas.
Tepeyahualco
El acueducto más grande de Latinoamérica, ante el cual los famosos Arcos de Querétaro parecen obra de niños, llevaba en el periodo colonial agua desde Zempoala hasta Otumba por un aparentemente sencillo sistema de precipitación ideado por el padre Francisco de Tembleque. Ahora descansa a lo lejos, abandonado. Me hubiera gustado que la candidata escuchara cuando le sugerí que entre sus propuestas hablara de legislar un rescate arqueológico, pero no lo hizo. Mejor así. Fue mi momento de ingenuidad. A la gente en la comunidad le hubiera valido madres; antes pedirían lo que han solicitado en todas las ocasiones: dinero para terminar la capilla.
Singuilucan
Ayer estuve en un laberinto de caminos ejidales, algo que sabía que existía, pero que me parecía el pasaje idílico de alguna novela pastoril y no la realidad de un lugar específico. Los intrincamientos empedrados con tezontle y tepetate, bordeados por magueyes moribundos, a los cuales les han arrancado el mixiote o las pencas enteras, rodean los campos agrícolas.
Los pastores de chivos, ovejas y vacas te observan con una mirada que delata, al mismo tiempo, sorpresa y hastío. Los poblados, algunos en las planicies, otros en las lomas y otros en los valles, están diseminados en aparente desorden; de algunos salen camiones llenos de madera de tala ilegal. A lo lejos, los magueyes que separan los terrenos y los plantíos mueren, con su carne blanca expuesta al sol.
¿Qué les dirá la candidata a los indígenas y campesinos que los cortan? ¿Que no lo hagan? ¡Por favor!, de eso han vivido por siglos y ni la extinción del árbol de los dioses los hará comprender que ellos mismos se lo terminaron.
Los tractores desgarraban la tierra, el sonido de los árboles amputados apenas nos llegaba en la lejanía, los caminos se escindían como en un fractal, y lo único que llenaba mi mente era la belleza de aquel hipnótico laberinto.
Agnosia
Desde las once que llegué hasta las dos de la madrugada miro caricaturas en mi computadora. Me aburro y comienzo a mirar fotos. Encuentro una que tomamos en las vacaciones de Semana Santa. Recuerdo el instante que rodea la foto.
Caminar por la costa de la mano de mi novio; allá las personas se asustan menos al ver a gente como nosotros. Observar el mar, los faros, los murales en bajorrelieve de cemento, como si todavía viviéramos en los años cincuenta; con las jetas de miles de políticos heroicos, monumentos y memoriales, barcos, playa. Así sucesivamente: espantoso busto niquelado de Venustiano Carranza » espantoso busto de Miguel Alemán » espantoso busto de Miguel Alemán junior » faro » predecible obelisco masón con placa develada » Fulano y Zutano » Murió por la Patria » fotografía: un niño baila con su perro en el Malecón; el calor de los adoquines deforma su reflejo como el azogue de un espejo antiguo » los barcos fábrica chinos, a sus espaldas, meten mercancía de contrabando mientras sobornan a los inspectores aduanales.
Cierro la computadora y apago la luz. Debo estar listo para irme al distrito electoral en poco tiempo. Doy vueltas en el colchón sin conciliar el sueño. Este calor. El chofer pasará por mí a las cinco. Seguro vendrá de casa de mi novio.
Tepeapulco
Anteayer estuve a punto de llorar. Si me contuve fue porque en el coche viajaba el amante de mi novio, y ni modo de perder la compostura frente a él, ni modo de regalarle el espectáculo de mis lágrimas para que al rato fuera a contárselo y ambos se burlaran de mí entre las sábanas. Lo peor es que él me lanza la misma mirada. Ese golfo. Espera a que el fotógrafo se baje del auto y me roba un beso. A veces me pregunto quién es el amante, quién el novio, quién el cornudo, quién el despechado.
Me contuve porque, de todos modos, qué caso tendría vaciar mis ojos por un motivo como aquél. Pero casi. Sus labios saben un poco agrios, todavía huelen a resaca.
Me parece que pocas personas lo comprenderían y aun quien me escuchara y conociera tendría problemas para no considerarme un triste esperpento. Los motivos, ahora que lo reflexiono, no me quedan claros.
Este hueco se formó el día que me mandaron para acá, cuando mi jefe me dijo: —Te vas de campaña.
Y yo: —No.
Y a la cuarta vez: —Te vas de campaña o te vas de la oficina, decide…
Una sensación de pequeñez ante el mundo me provocó eso que llaman impresión estética, síndrome de Stendhal, delirio, da igual; una súbita comprensión, brutalmente lúcida, del paisaje que me rodeaba:
Los cerros al fondo, negros, verdes, sepias, con un velo de humedad. El cielo blanco azulado, las nubes grisáceas bajo las cimas montañosas. Un valle lleno de campos agrícolas tendido entre mi cuerpo y el horizonte. El viento en mi rostro. El tacto del sol y algunas casas opacas en la lejanía. Y en medio, la Laguna; la vi desde un mirador, desde una loma cubierta de pasto ocre. La extensión de sus aguas más allá de donde llegan los ojos. Esa vegetación que crece por debajo del agua y forma surcos regulares por los que se desplazan las canoas no era más que lirio, parásito de la laguna, pero era hermoso. El cerro Ilhuicatepetl en la lejanía: un volcán muerto, lleno de nopales que florecen en rojo y amarillo.
De pronto entiendo cómo se sintió Altamirano cuando escribió Navidad en las montañas; veo lo mismo que vieron los ojos de José María Velasco, lo veo y lo entiendo, como en una epifanía. Debí llorar.
Ciudad Sahagún
No me apeteció ponerme de inmediato la playera con mi nombre bordado que la candidata me regaló ayer. Los demás se pusieron la suya y se enojaron conmigo.
Cuautepec
Con al menos ciento cincuenta años de distancia de nosotros, el paisajismo está completamente desacreditado. La narración pasó al primer plano y la descripción es hoy un recurso anticuado. Los paisajes hastían, los consideran un gusto vulgar que sólo complace a masones y a esas señoras de preferencias prosaicas (diría Manuel Payno) a quienes les gusta que les describan.
Anteayer, mientras esperábamos la camioneta de logística para que nos ayudara a sacar nuestro automóvil que se quedó varado en el lodo, mataba el tiempo con la lectura de Azul casi transparente de Murakami, el otro Murakami, Ryu, el sucio, el que puede poner a una muchachita a chupar la verga de un negro mientras chupa a la vez una tenaza de cangrejo. Y en un capítulo, en medio de un viaje de heroína o mezcalina, el personaje se tomaba su tiempo para describir la lluvia, la noche, los campos de tomates.
Parecía increíble que un sujeto al borde de la autodestrucción no concibiera que su vida tuviera sentido sin ese paisaje: la literatura, la filosofía, la moral misma están ligadas a la relación que las personas tienen con la naturaleza, que está ahí unos instantes y se desvanece. Lo efímero es un valor profundo porque es efímero. Para nosotros no es así. Ya no. Y tampoco tiene que serlo. Es sólo que a veces dan ganas de que haya algo más ahí, que la vista que nos acompaña tenga la semilla de alguna relación con nuestro devenir, que signifique algo.
Al final, con los pies en el agua negra, colocamos un par de piedras frente a las llantas y salimos del lodo. La caravana rodeó aquel camino anegado arando caóticamente algunas parcelas, destruyéndolas, para llegar a tiempo al próximo mitin.
Casa de campaña
Perifoneo: remix de cumbias y seis «propuestas estratégicas» en los altavoces de una flotilla de coches en las principales colonias de las cabeceras municipales.
Fotomontajes digitales (se eliminó con Photoshop el rostro de los funcionarios de gobierno «comisionados» que acompañábamos a la candidata).
Énfasis en el voto joven.
Boletines de prensa en El Necronomista, el periódico de mayor circulación del estado, ubicados, previo convenio, entre las páginas 2 y 4.
Visitas estratégicas a los municipios, lo usual.
Despensas. Parrillas eléctricas. Cobijas. Billetes de 500 pesos. Verbenas populares. Tarjetas para tiendas de autoservicio.
Prensa negra contra el candidato de oposición más fuerte.
Entrega a mi jefe de una fotografía de mi rostro junto a la boleta electoral con el nombre de la candidata tachado.
Y ganamos.
Una campaña detestable para un partido detestable… con recursos públicos, con el empleo en juego, con el partido mostrando todas sus cartas… y ganamos.
El partido se impuso en el distrito «prácticamente perdido» que nos asignaron un mes antes de que terminaran las campañas…
Debería estar satisfecho, sentirme suficiente, tener el ego en alto, tranquilizarme. Debería. Debería.
Tecocomulco
Estuve por última vez en la laguna, pero del lado opuesto. La impresión fue distinta. Esta vez tenía el sol y las montañas detrás y estaba acompañado por todo el equipo de campaña. Esta vez no vi lirios sino tule. Esta vez no había canoas sino patos que caían muertos por los disparos de los cazadores adolescentes. Esta vez fui insensible.
Visitábamos una hacienda pulquera, celebrábamos, yo preferí emborracharme para olvidar todo y fue el chofer, el amante de mi novio, quien me subió a rastras al coche.
De camino a la ciudad, mientras me despedía de aquel mal sueño, recordé que al amanecer, antes de que este paisaje decadente cobrara vida ante mis ojos, las únicas cosas animadas eran las nubes, estáticas e irreales, que más bien parecían la imagen inmóvil de una mar picada; una de ellas gris, grumosa, alargada, era el escollo que contenía a su compañera: un nimbo que, con el sol detrás, brillaba igual que un arcoíris nacarado.
Apenas llegue a la ciudad iré con mi novio. Le diré al chofer que me lleve. Les propondré un trío. Ya quiero ver sus caras. Dejaré que me hagan lo que quieran. Luego yo los penetraré. Después los mandaré al diablo.~
Este cuento pertenece al libro Cuentos de bajo presupuesto (Cecultah, 2014), libro merecedor del Premio Hidalguense de Cuento Ricardo Garibay 2014.
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