Madame Trois Points c’est moi

«En algún momento me quito el antifaz y tras recargarme en un árbol, lloro; no dejo de pensar en la puta del antifaz abriendo sus piernas a los paparazis.»

 

I’m not real. I’m theatre.
—Lady Gaga.

mascaraNO ES INTERESANTE que Madame Trois Points fuera a Ibiza para consumirse: la ansiedad de libertinaje orilla a muchos famosos a viajar a esa central del desenfreno; tampoco es interesante que los paparazis la hayan seguido, seguros de que lograrían descubrir la identidad del intrigante y desconocido Giovanni, siguiendo sus limosinas, espiando desde la barra o mezclándose entre las pistas de baile de cada club nocturno. «Lo que realmente si es interesante», aclara Tamara, «es que los personajes secundarios no hubieran proliferado entre la prensa de espectáculos, que apenas uno se haya asomado», luego me lee el artículo que el Horizon publicaría al día siguiente: The night with Madame Trois Points. Como todos los tabloides, abre con los rumores más masticados: «Madame Trois Points tiene un amante del que no se conoce más que el nombre, Giovanni, a quién describe como el amante perfecto. Hay quién sospecha que Giovanni es un alias, un hombre ajeno al mundo de la farándula, otros creen que es algún famoso celoso de su privacidad o algún magnate que, de ser descubierto, observaría cómo se derrumba su futura carrera política». Mientras ahoga la risa, Tamara no deja de leer el artículo, que parece haber sido escrito por un investigador paranormal. A lo largo del resto de la página fotografías de Madame Trois Points la muestran ya sea en Manhathan o en Ibiza, saliendo de clubes nocturnos, besándose con distintos hombres o subiendo a limosinas con ellos; lo que siempre cambia son los vestidos: aunque nunca falta el antifaz, a veces es combinado con leotardos, gabardinas, trajes de apariencia futurista, carnavalesca o de materiales impensables (cedes, condones, carne fresca), entre demás extravagancias que impiden que pase inadvertida. Lo que Tamara encuentra tan interesante en la entrevista con Martin Smith, es anunciado por cursivas bajo las fotografías: «Martin Smith es un joven que declara haber tenido la supuesta dicha de haber pasado una noche con Madame Trois Points y, en exclusiva a Horizon, relata lo ocurrido». La encontró en la pista de un club nocturno de Brooklyn, llevaba antifaz blanco y un vestido de naipes. Smith se acercó a bailar con ella y Trois Points le pasó los brazos por el cuello; sus movimientos de «felina mimada pero peligrosa», según descripción de Smith, lo indujeron a besarla. Trois Points, excitada, le dijo: «¿sabes qué?, olvídate de los juegos». El asiento trasero de un taxi, faroles yendo y viniendo, el penthouse de Madame Trois Points, dos cuerpos desnudos revolcándose en el sofá, dos cuerpos observando la madrugada desde el balcón. «Estoy seguro de que es ninfómana», declara Smith al tabloide. El entrevistado nada declara sobre Giovanni. ¿Qué ocurre con Trois Points?, ¿qué es ese misterio que la rodea?, pregunta el reportero con saña, como si creyera que detrás del antifaz se esconde alguna amenaza.

«Madame Trois Points no es un misterio tan grande…o al menos no uno tan interesante», comenta Tamara tirando al suelo el adelanto de la revista, luego me observa desde la cama, con curiosidad y malicia me exige: «no tardes tanto arreglándote, ya huelo el whisky», y abandona la habitación. Ya casi son las once; es a la media noche cuando la fiesta inicia en Ibiza. Me desnudo ante el espejo y mientras observo mi cuerpo débil y anoréxico, demacrado por la última gira, deseo ahorcarla y gritarle que no debe olvidar que gracias a Trois Points estamos en Ibiza. Saco del armario, para tranquilizarme, un vestido compuesto de fichas de casino y un antifaz con plumaje plateado. Ya vestida mi reflejo me tranquiliza: la personalidad de Madame Trois Points es mucho más agresiva y despreocupada, a pesar de ser una invención mía y de Tamara, aunque Trois Points no sea más que un personaje de los noticieros, los tabloides y los videos musicales. A Madame Trois Points no le importaría partirle el hocico a Tamara, así como no le importó que hace unos meses Joseph me haya abandonado, reclamando que con lo asfixiante que es mi empleo ya no me acuerde de él, ni que después de ese rompimiento no haya tenido el valor de acostarme con un solo hombre. A Madame Trois Points tampoco le importan las artículos de los tabloides desesperados que esperan descubrir, según ellos en cualquier momento, la identidad de Giovanni, sin terminar de entender (o quizá no desean hacerlo) que no se puede descubrir la identidad de una persona que no existe.

¿Qué es lo mejor de ser una celebridad en Ibiza? A dónde vayas te piden autógrafos, los dueños de clubes nocturnos envían limosinas a tu hotel, las filas no existen, rechazas saludos, ignoras personas. A donde sea que llegues ninguna melodía ha empezado sin tu aparición y si lo hizo, tu llegada marca el clímax; así transcurría nuestra noche al acomodarnos en el balcón de aquel club nocturno; bajo nosotras teníamos la pista, el escenario y la barra. Las personas contoneándose eran fotogramas consecutivos que no llegaban a formar una película, impresiones de gente cambiando tras cada interrupción de la oscuridad; lo único que permanecía fijo eran los escenarios desde donde los diyeis o los bailarines exóticos excitaban al público.

Nuestra mesa está repleta de botellas; según nos explicó el mesero, fueron invitadas por otros clientes y empezó a señalarnos qué mesa invitó cuál: todos eran ejecutivos o conocidos nuestros, o jóvenes disfrutando del desenfreno que gritaban Madame Trois Points. Veo a un hombre sentado solo en un balcón, por encima de nosotros, y le pregunto al mesero qué nos invitó él: «nada». Por supuesto, no era una respuesta aceptable y le pedimos al camarero que invite al hombre a sentarse con nosotras. Observamos cómo va hacia su balcón, le dice unas palabras, y regresa solo. El hombre ni volteó a vernos ni una sola vez. Exijo a Tamara que vaya a imponerse y al ver como aparece en su balcón con las manos en las caderas, aunque no la escucho, sé que le gritaba con coraje y soberbia lastimada. El desconocido la mira sereno, agarra su copa y la sigue. Al sentarse frente a ambas y, todavía sin abandonar el silencio, Tamara le pregunta por qué no nos invitó una botella. La risa del desconocido fue seguida de un: «si lo hubiera hecho, como el resto, ¿habría captado su atención?» Con vanidad, Tamara le interroga si sabe quiénes éramos y responde, aún riendo, «ustedes son Tamara Brown y Angélica Ferri». Nos sorprendemos al escuchar mi nombre real y no el artístico, así que iniciamos el bombardeo de preguntas: «¿deseabas conocernos?, ¿y por qué deseas conocernos?, ¿qué tenemos de especial?, ¿no tendrá algo que ver que Angélica sea una celebridad, verdad?» Aunque su aspecto pulcro y seductor indicaban lo contrario, por un momento pensé que podía ser un acosador: cabello corto, traje con corbata, Rolex en la muñeca; se me hizo que lucía como aquel hombre de negocios que, según los tabloides, era Giovanni. Con una sola respuesta sabe cómo atraparnos: «me parece muy interesante el trabajo que realizan con la imagen de Madame Trois Points, los conciertos, lo agresivas que son las canciones, lo absurdo y llenos de referencias cinematográficas de sus videos». Lo mismo de siempre, pienso, los halagos de los que asisten a las ruedas de prensa o en foros de internet: ni siquiera los de los bares de Manhattan. Tamara confirma mi pensamiento diciéndole que no es el primero, y con seguridad, no será el último que lo dice. El hombre vuelve a reír: se le hace muy interesante. «Sí, más parece que ya están quedándose sin ideas.» Se sirve más de la botella y me mira a mí, mira a Tamara, y señalando mí vestido afirma que sí, es extraño, pero es lo mismo que un vestido de naipes, un vestido de periódicos, un vestido de lo que sea: «la misma idea, diferente material. ¿Un traje rojo de arlequín, de cuerpo completo? Muchísimo más original. Además, más acorde a las canciones como She’s like revenge, sobre esa mujer apática que desea continuar su camino sin importarle nada ni nadie: esa mujer que es Madame Trois Points». «Claro que sí, ¿quién más puede ser?, ¿acaso no has visto los tabloides últimamente?», argumenta Tamara pero no escucho la respuesta del desconocido.

Me quedo pensando en la letra de She’s like revenge: no recuerdo muy bien en qué momento la escribí, cuándo, dónde. ¿Sin importarle nada ni nadie? La electricidad recorre mi cuerpo: no, no, esa era Trois Points, por supuesto. Yo no quería terminar sola. En ese momento pensé que no era lo que yo deseaba.

No sé cuánto tiempo me quedo ida. Tamara y el desconocido me miran extrañados: me recrimino que no es momento para permitirme ser Angélica Ferri, y finjo que nada ha ocurrido, preguntándole al desconocido por qué le gustaba esa canción en especial, ¿se identificaba con ella, acaso? «Estaba en Ibiza, ¿no?, a Ibiza la visitan los más valientes: no cualquiera puede enfrentarse a tanta gente que llega a la isla a andar de fiesta en fiesta, de éxtasis en éxtasis, de cama en cama. Cuando menos imaginas ya estas tirándote de un quinto piso o muriendo por sobredosis en alguna sala de urgencias. Ibiza es una jungla en la que muchos idiotas, por aparentar ser valientes, terminan sus días». Aprovechándome del comentario, le pregunto cómo podríamos saber que él no era uno, y él se pone de pie, jamás sin abandonar la sonrisa, y con un ademán exagerado extrae una pequeña tarjeta con una flor de lis esmeralda de su cartera; antes de que reaccionemos nos ha invitado a una fiesta privada. Ahí puede demostrarnos realmente lo qué es Ibiza.

Mentiría si digo que pensamos, aunque fuera un momento, declinar la invitación, y ahora ya no estoy para mentir. Antes de irnos, paso al tocador y frente al espejo me quito el antifaz. Seguridad ha desalojado el baño. Miro directo a los ojos de Angélica Ferri, mientras recuerdo como, hace unos momentos, me sentí vulnerable; con Tamara no había problema, ya estoy acostumbrada, pero con aquel desconocido… Antes de terminar la idea Tamara entra a apurarme, así que regreso el antifaz a mi rostro.

No hay mayor lujo que las puertas traseras, ya que no están permitidas para cualquiera: esa es otra ventaja de Ibiza. El desconocido trae coche con chofer. Empiezo a notar, Tamara me señalaría más tarde lo mismo, que el desconocido se enfocaba principalmente en hablar conmigo: entre las risas, otras críticas sobre nuestros trabajos, comentarios sobre nuestros videos, y más tragos de alcohol, lo descubría mirándome de reojo con deseo, o tras contestar las preguntas de Tamara, preguntarme cosas a mí. Conoce nuestro trabajo casi mejor que nosotras, y si en lugar de ir a la fiesta sugería que mejor nos fuéramos a un hotel, estoy segura de que nos habríamos entregado a un ménage à trois sin pensarlo dos veces.

Dejando atrás la carretera, el chofer agarra un camino de terracería en el que unos conos naranja fosforescente van indicando el camino. Nuestro destino es una mansión en medio del bosque, rodeada de automóviles, en cuyas ventanas se ven siluetas que van y vienen entre el verde y el azul eléctrico; adentro de aquella caverna acogedora, las personas revoloteaban entre botellas vacías, colillas de cigarro, jeringas y condones regados por el suelo. Aunque algunos hombres quisieron acercarse y tocarme, al ver al desconocido, se alejaron. Ni me doy cuenta cuando Tamara desaparece: sólo me importan sus chistes, fumarme sus cigarrillos, dejarle mover mi cadera al ritmo de esa exquisita música electrónica. Recuerdo la época en que Tamara y yo nos disfrazábamos y para alejarnos del empleo y de los novios, nos íbamos a las discotecas de New York, ya fuera a bailar solas o con los primeros hombres que nos invitaran una copa: las luces de colores parpadeando a nuestro alrededor, los cuerpos desahogándose, el mundo oxidado y obsoleto esperando tras la entrada. Claro que nadie podría sacarme: ni aunque llamaran a la policía, al ejército, a los cascos azules; ahí nos abandonábamos al ritmo de las luces borrachas. La asfixia entre el sudor y el cansancio era redención. ¿Qué podían ofrecerme Joseph y el mundo de la farándula, por mucho que ambos me fascinaran, comparado con eso? Cuando deliraba y quería regresar a la realidad, Tamara susurraba: olvida los solos y entiende este riff encerrándote en este cielo, encerrándote en este cielo, encerrándote en este cielo. Dejando que aquel desconocido moviera mi cuerpo, vuelvo a sentir aquella asfixia, sólo que ahora no es con hombres aleatorios sino con un hombre formal interesado en mi trabajo: justo la imagen que siempre había tenido de Giovanni, aquel amante misterioso y ficticio que Tamara y yo inventamos para burlarnos de los medios y que de una manera que jamás logramos conseguir, se nos escapó y fue a dar al mundo de los tabloides, donde era real y aparecía aquí y allá o estaba escondido detrás de este o aquel hombre, y de pronto descubro que quizá Giovanni es todos ellos y a la vez, igual que Madame Trois Points, era un personaje ficticio vuelto realidad. Finalmente he encontrado a Giovanni y finalmente soy sólo Madame Trois Points. Acabo de dejar la trinchera que me protegía de la guerra de mi creación y mi personalidad, y ya nada me importa. Incluso imaginé un próximo titular del Horizon: Mistery solved, Giovanni is finally presented to society.

Ahora que ya me he ido llorando descalza por aquella carretera, creo que quizá Madame Trois Points llegó a un punto en que sus extravagancias se volvieron ajenas a mí y adquirieron vida propia, por eso a nadie le sorprendía que Madame Trois Points apareciera aquí con un hombre, allá con otro y aparte se supiera de un amante desconocido. Si volví a salir de juerga con hombres, no fue con intenciones románticas sino porque quería volver a aquella asfixia maravillosa de los clubes nocturnos de Manhattan por mi cuenta, ahora como Madame Trois Points, y sin Tamara. Si acabábamos en mi penthouse, era porque en algún punto se volvió un juego: conocerlos en el bar, dejarlos conducirte a la pista, responder los besos: hacerles entender que se acostarían con Madame Trois Points. Agarrar su mano, ya en la limosina, y meterla en mi entrepierna o en mi escote. Permitirles aventarme al sofá o a la cama, arrancarme la ropa, lamerme los senos. Eso sí, jamás sin quitarme el antifaz: ellos no quieren a Angelica Ferri, ellos quieren coger a Madame Trois Points. Era sólo un juego, como ya dije. Luego me paraba, caminaba a alguna pared y estiraba los brazos llamándoles: les dejaba besarme el cuello, decirme vulgaridades, jamás sin dejarles penetrarme, escurriéndome a otra pared, a otro sillón, al fregadero. Bailábamos a través del lugar y, finalmente, sin que se dieran cuenta, abría la puerta principal y al tenerlos tan idiotizados cómo siempre acababan, los tiraba desnudos al pasillo, cerraba la puerta con llave y gritaba entre risas, auxilio, déjame en paz, pervertido: ya viene la policía. Y la alegría que me envolvía acabó volviéndose más redentora que las viejas visitas con Tamara a los clubes de Brooklyn. Nunca supe cómo se las arreglaban para salir: no me importaba. Yo sólo me recargaba en la puerta, partiéndome de risa.

Recuerdo a Tamara, en flashazos, apareciendo para besarme; el ir y venir de copas, saltar en la pista, empujar personas, derramar bebidas. Madame Trois Points revoloteando entre el desenfreno sin preocuparse por la música, los premios, los videos, los tabloides, las parejas, los fanáticos, la familia, nada. Madame Trois Points en estado puro. Su cálida lengua sobre mi cuello; por primera vez en muchísimo tiempo, las ganas de quitarme el disfraz y seguir su voluntad: por eso dejé a su mano meterse debajo del vestido, buscar mi ropa interior. Por supuesto, no esperaba oírlo susurrar: «adoro tus movimientos de felina mimada y peligrosa, estaremos toda la noche retorciéndonos en la cama. Eres una ninfómana». Metiendo las manos, me separo de él, «¿por qué dices eso?, ¿de dónde lo sacaste?» «Del Horizon», responde.

Le exijo identificarse: «soy quién tú desees que sea. Soy un amante perdido, dice, soy Giovanni. Soy quién te ha seguido por la isla y te conozco más que tú misma, Angélica».

Volteo a mí alrededor, me pregunto cuántos lo sabrán, dónde estará Tamara, si habrá alguna cámara oculta; me pregunto desde cuándo los paparazis tienden trampas a las celebridades, desde cuándo Ibiza se vende a los tabloides. Abriendo puertas, descubriendo parejas cogiendo, personas inyectándose, desmayadas, busco con terror a Tamara. Me pregunto si en vez de que Ibiza se vendiera a los tabloides, no era mi culpa al permitir que Madame Trois Points saliera de sus manos y se volviera una puta que abre las piernas a los paparazis. Las luces borrachas empiezan a marearme: me recargo en un muro para gritar a mis anchas, tirándome del cabello. Nadie se dirigía a mí, nadie me ayudaba. Aunque abandonara a Tamara, tenía que irme. No podía quedarme un minuto más para que terminaran de humillarme. Le pedí al chofer que me regresara a la ciudad y, sin dejar de fumar, me preguntó que si quién era yo para ordenarle.

Hasta que corro entre el bosque, buscando entre la oscuridad los conos naranjas del camino, me doy cuenta que no traigo zapatillas. En algún momento me quito el antifaz y tras recargarme en un árbol, lloro; no dejo de pensar en la puta del antifaz abriendo sus piernas a los paparazis. Alcanzo la carretera cuando empieza a amanecer. Quiero a mi madre, que se encuentra del otro lado del océano. Quiero a Tamara, que está cogiendo en algún cuarto de la mansión. Vuelvo a ser la niña miedosa del colegio, escondida en los baños, rogando no recibir más golpes. Asfixiada, camino por la carretera con el antifaz en la mano, sintiéndome no ya como una celebridad de veinticuatro años, ex pareja depresiva que mereciera admiración, sino como una mocosa que llora esperando que sus padres aparezcan para consolarla y que le digan que todo estará bien.

Volteo a la carretera y la luz de los faroles me ciega: un anciano, en una camioneta oxidada, se orilla. «Muchacha, ¿a dónde va?» Continúo caminando, sin responder, hasta que se sigue de paso: el idiota no me ha reconocido.

Miro el antifaz en mi mano, por supuesto, qué tonta, ¿cómo alguien me reconocería sino lo traía puesto? Lo coloco en su lugar. De seguro, ahora sí, alguien va a tratarme con el respeto que merezco, después de todo Madame Trois Points soy yo, y no se tiene a diario el lujo de auxiliar a una celebridad abandonada en la carretera.~