La playa de noche
Aquella primera vez que te marcó. Un cuento de David Caleb Acevedo
CARLOS LO ABOFETEA.
—Si te desmayas, te pierdes esto. ¿No es lo que querías?
Edgardo lo mira desde lejos, como si viera una versión suya tipo nube. Es la primera vez que lo muerden con deseo.
Carlos ha visto esas nubes, como cuando aquel malandro lo asaltó en la playa de noche. «¿Pero usted, qué hacía en el Escambrón a estas horas?», le increpó el oficial aquella vez, como queriendo decir «Cabrón, te lo buscaste», con tal de salir del caso e irse a su casa a dormir. Carlos repitió. «Ese hombre tiene mis cosas. Me asaltó. Es lo único que usted necesita saber». Porque en este país hay que tratar mal a los representantes del orden. Aquella noche, oficial y ladrón se hicieron nubes ante sus ojos. De la rabia.
—Despierta. No te me vayas, Edgardo. ¿Te vas a perder el evento más importante de tu vida?
Carlos regresa a su faena. Muerde su brazo todavía templado. Todavía el segador no ha desatado sus pupilas. Muerde, roe el hueso, hunde colmillos y dientes en carne, venas y músculo. Edgardo entra en estado de shock. Carlos mastica su carne y traga. Todavía no sabe utilizar los fronterizos para cercenar el hueso, que es y será siempre la parte más dura de este ejercicio. Los huesos siempre permanecen, gracias a la hidroxiapatita. Son la enciclopedia del cuerpo. Y el armazón en donde se monta toda esta teoría.
Cuando termina de destrozar la articulación de bola y receptáculo del hombro, antes de terminar de comerse el brazo de su amigo, Carlos llama al 9-1-1.
—Vengan a la playa del Escambrón. Hay un hombre a quien le han arrancado un brazo. Se está desangrando.
Edgardo, en la arena, se empeña en verse en las nubes.~
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