Jolibu

Todos tienen sus 15 minutos de fama. Un cuento de Domingo López /fotografía de José Manuel Romera

LOS TIPOS DE la televisión llegaron corriendo y allí nos tenían a todos, al Chuli, al Madeja, a la Mona, al Basto y a mí, nerviosos, peinándonos unos a otros a manotazos como primates coquetos. Bueno, todos no estábamos, faltaba El Jerele que hacía ya un buen rato que se lo habían llevado occiso perdido a la morgue –cuya sangre tras rubificar la acera había cubierto con serrín Manolete, el camarero del bar de la esquina– y que por lo tanto el pobre, con la garganta abierta, ya no cantiñearía con arte más fandanguitos y era, digamos, el culpable de que fuéramos a salir en directo en un programa truculento de sucesos como los amigotes compungidos de la víctima y como testigos presenciales del violento y mañanero deceso.

En realidad el caso no tenía mucha chicha y al Moreno, el borracho que le había rebanado sin venir a cuento el cuello, ya se lo habían llevado los maderos así que no había mucho hilo de dónde tirar y por eso el reportero del micrófono, antes de empezar a grabar, dijo que nos inventáramos los que nos saliera de los mismísimos huevos. Por supuesto, para chupar toda la cámara posible, el que dijo más fantasiosos disparates fui yo, y como recompensa al final me dejaron mostrar el diccionario que me encontré hace algunos meses en la basura y que siempre llevo conmigo y con el que me cultivo e ilustro diariamente e incluso pude saludar a mi madre por si me veía desde el infierno de su llameante y eterna combustión y a los coleguitas por si me veían desde las tascuchas inmundas o los salones sociales de las cárceles.

Al final nos dieron la calderilla prometida para las litronas y los vimos arrancar el furgón –Antena Total TV, tenía escrito en el capó– y nos volvimos ufanos y del tirón ya famosos al parque para beber y rascarnos al sol y decidir entre todos, por unanimidad y a mano alzada, si este día podía considerarse sin exageración o excesivo error, exceptuando, está claro, el de la comunión o el del primer polvo, el más importante de nuestras tristes vidas.~