Fuego de verano #vozed_cuento

El fuego de verano en la explanada de Puerta del sol, de Madrid. Un cuento de Tristan Lasz #vozed_cuento


 

LA MAÑANA ERA demasiado calurosa. Todo el mundo que me rodeaba pensaba igual que yo. Las losas del suelo irradiaban un bochorno acumulado por las horas que subía por mis piernas desnudas hasta la cúspide de mi cuerpo. Si ponía los ojos entrecerrados, mirando a lo lejos, podía apreciar las ondas de la canícula serpenteando entre la luz.

Puede que citarnos en la Puerta del Sol no hubiera sido lo mejor. Y menos con esa temperatura tan agresiva en mitad de uno de los días de un agosto enfermizo por ola de fuego. La ausencia de sombra alguna conseguía que pensara en mis gafas oscuras derritiéndose sobre mi cara. El reflejo del cuerpo sobre la cristalera de la boca del metro me daba la sensación de haberme convertido en una deformidad vestida con un traje rosa de tirantes. Y dudaba si tendría que haber escogido otro trapo menos llamativo, las mariposas grabadas en la tela se habían convertido en arrugas amarillas. Durante unos minutos pensé en descalzarme las sandalias para que mis pies respiraran un poco sin la presión de las tiras de cuero que anudaban los tobillos con fuerza, pero eso no hubiera sido digno de una señorita como yo, por lo que deseche la idea para evitar que alguien contemplara mis dedos gordos ladeados en exceso. Cerca de mí, uno de los buscavidas disfrazados de personajes de dibujos animados se agachó hasta quedar sentado en el suelo como si un golpe de calor le hubiera provocado un desmayo. Sentí cierta pena por esa persona siendo asada dentro de tantas capas de plástico y con la cabeza enclaustrada en aquella aberración bastarda que pretendía ser Mickey Mouse.

Dios santo, sin esfuerzo me pongo enferma solamente de recordar los lentos y amargos minutos de la espera.

[pullquote]No tenía pareja y ya no era joven, pero eso hoy en día es bastante normal, no soy más que una más lastrada por los cánones de la sociedad actual, donde lo primero es desarrollarse profesionalmente.[/pullquote]

Era el sexto día libre que tenía gracias a las vacaciones obligadas en el trabajo, y estaba igual de nerviosa que cualquier día de entrega en la oficina. Ese miedo que suele colarse en el cuerpo por la incertidumbre es algo tan recurrente de mi vida como avasallador. ¿Y si no venía a la cita? Respiré hondo todo lo que pude, aspirando calor y sintiendo en mi interior, por la zona del pecho, un sol más abrasador que el astro levantado en el cielo sin nubes que tenía encima. La duda consiguió que comenzara a sudar pequeñas gotas de temor. Tenía las axilas empapadas y un escozor me emergía en la piel por haberlas depilado tras la ducha que, se suponía, debía refrescarme al levantarme de la cama y dejar atrás una noche de volteretas mentales. De vez en cuando soltaba una mirada, girando igual que una peonza, buscando su presencia. Pensé que si él no acudía sería la muestra final de que todo estaba acabado. Su llamada fue tan extraña como espontánea pero, por alguna razón, consiguió que los recuerdos resurgieran paulatinamente hasta convertirse en obsesión. Nadie espera que una antigua pareja retome el contacto después de haber transcurrido diez años. En ese momento tenía treinta y cinco, y el haber tenido un par de relaciones más me había hecho cambiar mi manera de ver la vida. Es increíble lo distante que parece el pasado pero lo cercano que puede ser volver a escuchar su voz. No tenía pareja y ya no era joven, pero eso hoy en día es bastante normal, no soy más que una más lastrada por los cánones de la sociedad actual, donde lo primero es desarrollarse profesionalmente. No me arrepiento de nada, las cosas suceden de ciertas maneras porque deben ocurrir así. Él ya no era nada para mí, pero la intención de un reencuentro pasó a ser un intento de escapar de la cotidianeidad y sentirme de nuevo joven, como cuando era una veinteañera con el cóctel hormonal bullendo alocadamente. Me temblaban las manos cuando pensaba en él. ¿Habría cambiado tanto como yo? El reloj de pulsera en mi muñeca izquierda estaba pegado a la carne gracias a la secreción nerviosa. Comprobé que marcaba la misma hora que el reloj en la torre de la Casa de Correos. Llegaba tarde. ¿Vendrá?, pensé. Parecía muy ilusionado cuando acordamos la cita de reencuentro. ¿Y si se ha echado para atrás?, retornaba la duda en mi cabeza. No creo, él no solía ser así. No quería pensar que hubiera urdido todo para dejarme empantanada como venganza porque fui yo la que me rompió la relación. No, él vendrá; repetía una y otra vez para mis adentros. El plan era ir a comer un poco en alguno de los restaurantes de la zona, hablaríamos de nuestras vidas, sacaríamos nuestras mejores sonrisas sin rencor, nos miraríamos a los ojos y cuando llegara la noche puede que bebiéramos un poco para desinhibirnos completamente. Si terminamos en mi casa le podré enseñar las vistas que tengo desde la terraza del ático hacia el parque del Retiro, pensé con simpleza. A él siempre le gustó esa zona, el frescor del verde en un horno de gas contaminante. Sentía los poros de mi piel abiertos por el calor. Si no llegaba inmediatamente creía desmayarme y alguien tendría que socorrerme, una escena gratuita para todos los viandantes. Volví a apreciar mi reflejo en la cristalera de la entrada del metro y me asusté por verme rechoncha, era innegable que había cogido algo de peso desde la última vez que coincidimos. ¿Le gustaré?, me martiricé. No debía pensar esas cosas, tenía que ser como una roca con mis sentimientos, pero la inquietud siempre echa abajo todas las murallas personales. El bolso que colgaba de mi brazo derecho era la señal de acordada que le revelara quién era. Así lo acordamos. Él se acuerda todavía. De plástico azulado como el océano profundo y bandas negras. Siempre lo llevaba a todas partes. Ahora está un poco ajado, pero sigue sirviendo a la perfección. Dentro llevaba lo necesario para el día a día, y también había añadido un par de preservativos, por si acaso. Seguro que si mi madre hubiera tenido conocimiento de ellos pondría el grito en el cielo por descubrir lo que contiene el regalo que me hizo una navidad. Tenía que venir. Me sentía igual que una colegiala estúpida. Él vendrá, seguro que sí. ¿Su cara será diferente? Todos cambiamos de algún modo u otro. ¿Y si no aparece? Me entraban ganas de llorar sólo con pensarlo. Quizás si lloro me refresque la cara y pierda las arrugas adquiridas con el paso de los años, intenté calmarme.

Cuando salió  una marabunta de personas de la boca de metro de manera intempestiva, como un riachuelo de piernas aceleradas, ladeé la cabeza buscando su sombra. Él vendrá, moví los labios secos por el calor. La existencia no puede ser tan cruel tanto tiempo continuado, hacernos daño como nosotros se lo hacemos al resto. Por favor, un poco de piedad, me atosigué. Una voz que me llamó por detrás… Sí, sabía que era él. Lo reconocí al momento. Aún mantenía la calidez agradable. Siempre supe que llegaría. Y allí estaba, sorprendiéndome por la espalda, como la vida. Desde entonces el fuego de verano no me parece tan malo, porque creo que a su lado el frescor llegará por las noches.­­~

 

Tristan Lasz (1980). Diseñador gráfico y escritor. Ha publicado dos libros “Galletas” y “El fuego entre paredes” que se pueden encontrar a través de Amazon. Desarrolla sus gustos sobre los libros en el blog https://papelesylibros.wordpress.com/