Fobia

Un cuento de Jaqueline Pérez Guevara

ODIO A LAS mujeres casadas. No soporto ver a la típica madre con su obesidad mórbida, su cuerpo de botarga y peinado ridículo. No soporto eso. Me purga. Me enferma la mamá con la fila de hijitos y que siempre está en cuidado de sus críos y de su marido. Detesto a la noble mujer que saca a su viejo de las cantinas, que las recorre todas junto a su madre, suegra o amigas y que sacan al querido esposo a rastras como un saco, para después llegar y encerrarse a llorar en el baño con su rímel a prueba de agua. Odia a esa mujer, a esa esposa llorona, lastimosa, que es víctima frecuente y presa fácil de cualquier chantaje. Tengo miedo, tengo fobia a todas ellas y a formar parte de su clan. No soporto sus suéteres de señora y su aridez sexual que se trasluce –sí, se trasluce– hasta por los ojos.

Por eso las odio. A ellas y a sus tenis de plataforma, sus uñas pulcras y de colores neutros. Odio sus rutinas perfectas, sus cremas y ungüentos para fortalecer, adelgazar o rejuvenecer cualquier parte habida y por haber en el cuerpo. Detesto sus múltiples dietas y a la señora que deja su carrera y ahora se dedica a ser una falsa heroína, una botarga de mamá las 24 horas.

Odio a las que no tienen nada que hacer y envían cientos de piolines, de imágenes de procedencia dudosa y barrocas. Aquellas que solo saben hablar de frutas, el nuevo maestro limpio o tomatitos. Detesto a aquellas que viven su vida a través de otras vidas. Y odio también a aquella que usa capris noventeros, pegados al culo –y qué buen culo– que nunca usa y que solo luce frente a las damas de la cruz roja o frente a la sociedad de padres de la escuela. Las odio porque cacarean mal y echan mierda unas de otras pero son iguales, todas, cada una de ellas. Tienen sus ojos con mirada monótona, el tedio en la piel, su llanto escondido cuando su esposo las ofende, sus aretes pequeños y sus remedios para las estrías y celulitis.

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No, ni así van a coger. Ni comprando todos esos van a estar contentas. Ni haciendo brujería, ni con el corsé o la faja de cuerpo completo van a lograr amarrar a su esposo y estar bien con él. Ley de la vida. No hagan caso a los anuncios, damas de alta sociedad, no hagan caso. Dejen de teñirse, de arreglarse la ceja, de llorar en el baño y de estar frustradas por ir en la mamávan a recoger al chiquillo a la escuela. Dejen de decir que ustedes no entienden y que esas son cosas de hombres o esposos. Dejen de vender Mary Kay y de creer en los charlatanes milagrosos.

Por eso no quiero casarme, he visto demasiado con todas ustedes. No quiero ser una botarga a los 40, no quiero peinados ridículos y cuadraditos ni mucho menos leer libros de recetas. Tengo un miedo irracional, una fobia y no quiero ser como ellas. Quiero querer sin perder. Quiero ser como muchas otras, porque así como ellas, nadie debería querer serlo.~