El ataque de las guapis
Una crónica más de Simón Clarinet, descubierta por la admirable labor de investigación de Carlos Dzul.
El amable lector habrá de recordar que las tarántulas de agua (o Guapis, como también se les conoce), desaparecieron de los ríos Perropodrileños hace ya más de treinta años, gracias a la desalmada gula de que fueron pasto. Tenían un sabor exquisito, para su desgracia, y no había un solo paladar en toda la ciudad que no las degustara, por lo menos una vez al día. Para colmo eran de una sumisión despampanante y nunca pero nunca trataban ni siquiera de escapar de sus captores, ni de atacarlos, cuando éstos afilaban el cuchillo para destriparlas. Eran tan mansas que los niños las traían de mascotas, encerradas en peceras; cuando se aburrían de ellas las hacían polvo, simplemente, con sus cándidas manitas.
Cómo no se iban a extinguir.
Quizá recuerde también el amable lector que, haciendo un esfuerzo sin precedentes, la Universidad de Perropodrido logró resucitarlas. Tal cual: consiguieron ¡fabricar! unas trescientas larvas de la susodicha especie, a partir de unas muestras de sangre que tenían guardadas, por si acaso, en un laboratorio. Fue una labor titánica y novelesca, llevada a cabo por decenas de científicos durante años. Una vez constituidas, estas larvas fueron arrojadas a las aguas de los ríos, a la espera de que dieran los ansiados (exquisitos y dóciles) frutos. Pasaron los meses, no obstante, y de las Guapis ni sus luces. El experimento se pensó que había fracasado; se les dio por extinguidas, ahora sí, para siempre jamás…
… hasta hace una semana, cuando SLuSHHH, salieron del agua todas en tropel, miles de ellas (el siete de junio, justamente, ¡el mero día de las Elecciones!) y se dedicaron a rondar por la ciudad, como si nada, porque resultó que ahora también respiraban el aire y caminaban, las muy cínicas, y hasta volaban, algunas. Esto sí que debe recordarlo el amable lector, ya que, además de anfibia, esta nueva versión de las Guapis ha revelado ser hostil en grado sumo. Traen, en la parte posterior, un par de aguijones de los que antes carecían, y por delante, además del triple de ojos (color frambuesa, brillantes), ahora cargan una trompa chupadora repleta de pequeños colmillitos. El contacto con su pelo (ya no son lampiñas) da una comezón supurante y aunque hasta el momento nadie ha querido comérselas, es de suponerse que el sabor (otrora picoso y dulce) debe ser amargo y repelente.
Así pues, el día siete muchos no salieron a votar, por miedo de las Guapis, lo que no es difícil comprender, dado que las más pequeñas casi son del tamaño de un perro crecido. Otros muchos, como yo, sí salimos, a pesar de los pesares, a ejercer nuestro sufragio, porque somos unos necios insufribles.
Total, que al poner un pie en la calle, lo primero que hago, sin querer, es pisar una Guapi (ñaaaa, chilló), ocasionando que varias de ellas, en pandilla, decidieran arremeter contra mí, lanzándoseme desde todas direcciones. Unas por aire, otras por tierra. Con un chuzo que llevaba presto, largo como un palo de escoba, dispúseme a ensartar, por aquí, por allá, cuantas fuera posible: chuc chuc chuc. En ese ratito fácil debo haber matado unas cuarenta. Mi casilla, donde yo tenía que votar, estaba como a tres o cuatro cuadras, pero tardé en recorrerlas una hora, pues en todo momento me salían al paso más y más Guapis queriendo morderme o chuparme o ensartarme el aguijón. Varias, de hecho, alcanzaron su objetivo.
A pesar de ello, no me fue tan mal. Frente a mí, a unos cuantos metros, vi que había una señora gorda, embrocada sobre la banqueta, con la espalda cundida de Guapis. Un panal completo de aquellos bichos la estaba tiqui tiqui tiqui picoteando. A punto estuve de ir en su ayuda pero me contuve porque me fijé que la señora estaba ya muy cómoda con esa situación. Las alimañas le sorbían la sangre (una camada de cachorros, parecían), pero ella no emitía ninguna queja, incluso bostezaba. Daba la impresión de estarlo disfrutando, así que la dejé.
En la esquina siguiente casi tropiezo contra un muchacho que lloraba. A éste, las Guapis le habían ensartado unos treinta o cuarenta aguijones en las piernas y los brazos y, en fin, por todo el cuerpo, y otras más todavía se ensañaban en chuparle-morderle la nuca. El muchacho, un poquito amanerado, por cierto, manoteaba inútilmente, sin ton ni son, restregándose contra una pared.
Pensé, y sólo eso, en ayudarlo, pero estaba tan bien en su papel de víctima, tan esférico en su martirio, que opté también por dejarlo, así como estaba, por mero prurito estético.
Y cuando al fin arribé a la casilla la encontré hecha un desastre. No podía ser de otra forma; era aquello un rebumbio general de exclamaciones y quejas. La urna con los votos estaba por ahí, tan tranquila, rodando despanzurrada, y la gente corría de un lado para otro, huyendo de las Guapis, que no cesaban de morder brazos, despeinar cabezas, chupetear tobillos. Varias otras yacían de plano en el piso, destripachadas a pisotones. Las tripas de Guapi son de un color amarillo intenso, dicho sea de paso. Y en medio de todo este escándalo, como impulsadas por un hálito centrífugo, las boletas electorales (ay, democracia nuestra) revoloteaban por doquier cual mariposas, papaloteaban flap flap flap, haciendo círculos. Atrapé una, como quien dice al vuelo, y con un lápiz que cargaba en el bolsillo, remarqué mi voto (por “el feo”), tras lo cual hice un puño y lo aventé por ahí, sin fijarme dónde había caído. Una Guapi, enseguida, vino directo a chocar contra mi rostro. El combate fue breve y sangriento. La maté, al final, aunque acabé con la nariz y las mejillas cubiertas de ronchas, y con vísceras de Guapi entre los labios y las manos, que me fui limpiando en el pantalón, mientras corría de regreso a mi habitáculo.
[pullquote]Tenían un sabor exquisito, para su desgracia, y no había un solo paladar en toda la ciudad que no las degustara, por lo menos una vez al día.[/pullquote]
Cuando llegué, lo primero que hice, después de trabar el seguro de la puerta, fue prender el radio.
Bien, lo prendí.
Hace ya tres días de eso. No he vuelto a salir a la calle, ni tengo planes de hacerlo. Contra mi ventana, esporádicamente, se estrella una Guapi. El radio transmite más que nada ruiditos: shhhh, trrrrr, bip bip. Pero de cuando en cuando se discierne, sí, alguna voz entrecortada que anuncia, balbucea, mejor dicho, las noticias.
Las más relevantes, las que he podido escuchar bien, hasta el momento, son:
Que los tres-candidatos-tres que luchaban por la presidencia de Perropodrido (el guapo, el gris, el feo) sucumbieron ante los ataques de las Guapis, ¡han muerto, los aburridos!, por lo tendrá que repetirse toda la bulla de la votación, pero quién sabe cuándo.
Y dos: la noble Universidad Perropodrileña ya trabaja en la fabricación de otro animal, más bruto, para que se encargue de las Guapis. De barrerlas para siempre. “Pulpito Matón, llevará por nombre. Echará fuego por la boca y tendrá tentáculos de varios colores provistos de espinas”, declaró (eso creí entender) un temerario grupo de científicos.~
1. Planta UJAT larvas de Pigua (especie en peligro de extinción) en el río Usumacinta.
2. En medio de impugnaciones e irregularidades, se realizan elecciones en Tabasco.
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