TRIBUNA VISITANTE: En tránsito
Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini
Ezeiza, Buenos Aires
19 de agosto de 201
Estimados lectores:
Me es muy grato arrancar una nueva serie de entregas epistolares en la que la gigantesca nada de la Internet me ha permitido volcar mis traslados alrededor del mundo, así como las experiencias desde mi actual ciudad de residencia: Buenos Aires. Estoy una vez más al borde del abordaje, y el destino ahora frente a mí se me parte en dos experiencias que probablemente me provocarán una gran resaca de las buenas: una visita al DF y un viaje a Nueva York. Esta noche me dirijo hacia mi lugar de origen y donde juego de local: la Ciudad de México. Existen pocas estrategias para aterrizar conceptualmente lo que me significa pisar mi país, pues cuando uno está lejos comienza extrañando por el estómago y posteriormente la piel se le une para convertirse en un caos sentimental a resolverse únicamente con los olores y sabores de casa, en una suerte de pomada del tigre para el corazón. Así las cosas, mañana por la madrugada llegaré al Aeropuerto Internacional Benito Juárez y, después de llegar a casa en la Colonia del Valle, iré por unos merecidos tacos para desayunar.
Para quien no haya visitado la Ciudad de México todavía, le dejo unas recomendaciones muy sencillas: dejen los libros en casa, preparen la cámara y, sobre todo, tengan en cuenta que su estómago e hígado también se van de vacaciones. Sin ganas de ofender a ningún literato, la recomendación de dejar los libros en casa viene de que, a menos que se utilicen para matar el tiempo entre aeropuertos, la Ciudad de México no se presta para meter la nariz entre líneas, hay mucho que ver en las calles. Y si no me creen, vayan con un libro, dudo que lo puedan leer. En fin, volviendo al tema de la vacación del estómago e hígado, resulta fundamental planear estratégicamente el consumo de alimentos y bebida dependiendo de la zona y cantidad de días que se pretende estar.
Por ejemplo, tengo la seguridad absoluta de que el primer taco que volveré a comer será un taco mixto de carnitas de los Güeros de la esquina de Rodríguez Saro y Moras, en la Del Valle. La amplísima seguridad de mi comentario descansa en que los últimos tacos que he comido últimamente en Buenos Aires son los de pastor de la Fábrica del Taco en Gorriti y Thames, en Palermo. Aunque muy buenos y en un local es de unos mexicanos del norte donde la propuesta atiende los básicos de una taquería (una mala instalación en el baño con muy buena comida y meseros apurados) la realidad es que el pastor no son carnitas y si las carnitas no van a la montaña, la montaña va a las carnitas.
En los demás días que estaré en la Ciudad de México seguramente pasarán frente a mí lo que considero el mejor lugar de comida rápida: las tostadas del Mercado de Coyoacán, así como la comida del mar necesaria dado que mis reservas de salsa habanero en la memoria gustativa ya están en niveles alarmantes. En el rubro de la bebida, volver a la zona de confort me ilumina el pensamiento pues he aprendido que conseguir un carajillo, al menos en esta parte del mundo, es tan difícil e imposible como comprar plutonio. La versión más cercana hasta el momento se prepara con licor de amaretto que al pedirse en vaso old-fashion con hielo y un café corto genera la suficiente curiosidad para tomarse de una manera un poco más incómoda que las ya establecidas ‘tachas del domingo’ que uno puede conseguir en cualquier restaurante del Distrito Federal. El carajillo en México se ha introducido tanto en la sobremesa que a veces dudo si no ha desbancado al rompope en las mesas de los niños en las fiestas familiares, hasta me dan ganas de investigarlo… o implementarlo.
Así pues, me despido rápidamente saludándolos de nuevo y lista para partir hacia la primera porción de este viaje de dos partes. Mi siguiente contacto hacia ustedes estará seguramente plagado de tecleos contentos y, hasta entonces, les mando un abrazo de mariachi loco.
Besos,
Denisse.~
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