IRÁN-PTR: Perlas de dignidad | Rusia 2018

Por Enrique Ballesteros

Todo el mundo sabe que jamás murmuré la menor oración.
Todo el mundo sabe que jamás traté de disimular mis defectos.
Ignoro si existe una Justicia y una Misericordia.
Si las hay, estoy tranquilo porque siempre fui sincero.
¿Qué vale más?
¿Hacer examen de conciencia sentado en una taberna o
prosternarse en una mezquita con el alma ausente?
Omar Khayyam, matemático, astrónomo, poeta persa  (1048 – 1131)
Irán ha hecho historia, a pesar del infortunio, en el futbol mundial. Sin aspavientos, con humildad, con decoro, con la simpleza del juego. En el discurso mediático, se integró a la globalidad con mesura, abrió las puertas del Azadi para las apasionadas fanáticas que aman el juego, mostró ese rostro de un país tabú que nadie esperaba. En el terreno de juego, sus futbolistas nunca dejaron de ser un colectivo. Todos dependieron de todos. Los que jugaron y lo que no. Tuvieron mucha fortuna, pero también pundonor. Fueron estratégicos, sinónimo de disciplina y buen actuar. Hicieron de la asociación su fortaleza y pusieron en jaque a dos candidatos serios a levantar la copa del Mundo.
Portugal llegó cargado de soberbia y así fue su único gol: soberbio. ¿Cuántos les meterán a los persas? Se preguntaban en Lisboa y se angustiaban en Madrid. Mero trámite. Simple cierre de la fase de grupos. Y allá iba el portentoso con su número 7 a cobrar esas jugadas en solitario que sólo los jugadores trágicos, como Messi, osan fallar ante los regalos del destino. Vaya lecciones que dan los yerros. Al fenómeno se le desencajó la sonrisa y enseñó los colmillos de la frustración. Nunca sumisos, los iraníes mostraron la vulnerabilidad del poderoso cuadro luso y agotado el tiempo en el cronómetro llegó la pena máxima. Karin Ansarifard cobró con ímpetu y decoro para marcar el empate. Con el último minuto agonizante, llegó esa jugada que estuvo a punto de tumbar el mito. Taremi se fue en mano a mano contra Rui Patricio en un contragolpe que puso en paro por un instante los corazones portugueses. Todos volvieron a latir aliviados, menos el de uno de ellos, el de Carlos Queiroz, quien es el único luso que no celebrará el error del iraní, de su entenado. Su muchacho tuvo la gloria en sus pies y falló. Desde luego que hubo sufrimiento y llanto. Rodaron las lágrimas y antes de caer al césped de Mordovia se habían convertido en perlas de dignidad.