ARG-FRA: Dios no existe | Rusia 2018
Por Andrés Margolles
Kazán, conocida como la Estambul del Volga por el choque de culturas cristiana y musulmana, nos recibe en el tranquilo barrio de las mezquitas, recuperado para el turismo en el 2005 con motivo de la conmemoración de los mil años de la fundación de la ciudad, que es más antigua que Moscú.
El Kazán Arena, construido pensando en el Mundial, tiene un elíptico techado blanquiverde, que se asemeja a los colores de las mezquitas que hemos visto esparcidas por la ciudad que conquistó Iván el Terrible. De los pies del Kremlin salen los autobuses que se mueven al salto de los hinchas argentinos rumbo a la cancha.
Ya saben que hoy no juegan ni el Kun Agüero ni el Pipita Higuaín. Sampaoli nos ha vuelto a despistar a todos, incluso a él mismo, poniendo a “Kichán” Pavón de titular, y jugando sin delantero de referencia. Al menos la defensa no se toca. En el medio tenemos muchas dudas, se nos antoja que Kanté, Pogba, y Matuidi son muy superiores a Mascherano, Banega, y Enzo Pérez, con la salvedad de que ninguno tiene la visión de juego del Éver.
Dentro del estadio predomina el color rojo del Rubin Kazán. Dicen que le es imposible al Rubin llenar este estadio para 45.000 personas. Hoy la Argentina lo llena, ante la apenas discreta presencia de franceses. El árbitro es iraní. Se cantan los himnos, está todo listo para que empiece el primer partido de los Octavos de Final. Fíjense que todavía no lo hemos nombrado.
El partido comienza de igual a igual, pero pronto comienza a desnivelar los 19 añitos de la perla Kylian Mbappé. Es imparable para el flanco izquierdo argentino. Mascherano llega tarde y el tiro libre lo pone Griezmann en el travesaño. Esto nos empieza a recordar el Argentina-Brasil de Italia ’90. Ahora nos desbordan por todos lados, Mbappé lo pasa por arriba a Rojo, que lo toca entrando al área y es penal para Francia. Para Antoine Griezmann. Delicatessen. Ya vamos perdiendo.
Argentina avanza, Francia ataca. Otra vez Mbappé. Esta vez la amarilla es para Tagliafico. Esta vez Paul Pogba, el amo y señor del mediocampo, la tira a las nubes. Nico Otamendi y Banega es lo único rescatable en la Argentina, junto con el resultado. Fíjense que todavía no lo hemos nombrado.
De repente, empiezo a pensar que esa camiseta albiceleste juega sola. Que se escapa al control de los jugadores. Sino no se explica que Mascherano le gane una pelota dividida a Pogba, que Pavón y Banega se encuentren como si fueran Mbappé y Griezmann, y que el fideo Di María, sí, Di María, aquel que se ha pasado tres mundiales sin acertarle al arco, meta un golazo increíble desde 30 metros. Imposible para Lloris. Increíble para Di María. Las camisetas de todos vuelan por los aires, hay una energía especial que nos lleva en volandas, sin ella no podremos competir en el segundo tiempo.
Y fíjense que no lo nombro tampoco ahora, cuando le queda una pelota en el área, y su remate cruzado lo desvía Gabriel Iván Mercado, y se va adentro, y festeja Argentina, y la sangre de Mercado que es la sangre de todos. Y durante cinco minutos creemos que el fútbol es así de hermoso, que once jugadores llevados por un halo mágico son capaces de imponerse a un equipo de fútbol infinitamente superior.
Pero falta demasiado, y la defensa argentina, ahora con Fazio en lugar de Marcos Rojo, es un espanto. Lucas Hernández, al que nos gusta y nos apena a la vez verlo jugar en el lateral izquierdo de Francia, con 22 añitos y tanta jerarquía, formado en la cantera del Atlético de Madrid e inventado como lateral por el “Cholo” Simeone, mete un centro al área que no despeja nadie, y el otro lateral, Benjamin Pavard, 22 años también, le pega con el empeine y la pone lejísimos de Franco Armani.
Francia es un aluvión. Lucas, otra vez, le gana a toda la banda derecha argentina y mete el centro; la defensa, otra vez, no acierta a sacarla del área. Ahí la agarra Kylian Mbappé que, otra vez, desparrama a cuanto argentino se le pone por el camino, y define con zurda, cruzado, abajo, derrotando una vez más a Armani y a la Argentina.
Sigue el vendaval. El mediocampo francés gana muy fácil, Giroud se une a la fiesta y le deja una autopista a Kylian Mbappé. Lo del pibe del París Saint Germain ya es maravilloso, le sobra tiempo hasta para saludar a la grada, como a Usain Bolt. Define con clase, imposible para Armani. Es el cuarto, ya no da ni para milagro albiceleste.
Por si acaso, no vaya a ser que el halo mágico regrese, Sampaoli vuelve a poner al pibe Meza. Los tiene a Higuaín y a Dybala en el banco, y lo pone a Meza. Lo saca a Pavón. Nos quedamos sin banda derecha. Por suerte, Di María se debate entre el bien y el mal, igual que Mascherano, muriendo con los dientes apretados. Didier Deschamps da por terminado el partido, Griezmann y Mbappé se van entre aplausos propios y extraños. Y fíjense que no lo nombro aunque gambetea y está a punto de hacer un golazo.
Y no lo nombro cuando le pone un centro al Kun Agüero que entra como un depredador al área, mete un cabezazo abajo, y pone el 4 a 3 en el minuto 93 de 94. Todavía hubo tiempo para que Nico Otamendi coleccionara otra cabeza. Todavía hubo tiempo para meter una pelota al área que ningún milagro pudo convertir en gol.
Los franceses festejan con el puñadito de hinchas que los ha venido a acompañar. El equipo argentino se queda en el medio de la cancha, espera que se vayan los franceses. Son conscientes de la responsabilidad de vestir esa camiseta. Los más de 35.000 argentinos que hay en el estadio dudan entre el silbido y el aplauso. Javier Mascherano levanta las manos para aplaudir al público. La Argentina se retira acompañada de una ovación.
Nos habíamos mal acostumbrado. Desde el 2002 Argentina no caía eliminada antes de los Cuartos de Final. Esta vez hicimos todo lo posible para conseguirlo. Nos clasificamos en la última fecha de las Eliminatorias. Hicimos una pésima preparación para el Mundial goleados por España y jugando apenas un amistoso previo con Haití. Nos clasificamos en los últimos minutos para los Octavos de Final. Estuvimos siempre esperando el milagro. Comprobamos, esta tarde, en Kazán, que Dios no existe.
Andrés Margolles. Kazán, 30-06-2018
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