Mejillones y cheburek | blog Mundial Brasil 2014
En uno de los grupos más flojos, el H, es donde encontramos a esa verdadera sorpresa europea: Bélgica. Si bien no es un equipo que juega bonito, que no ofrece nada más allá que un futbol efectivo, es decir ordenado, que sabe subir y bajar, tiene en Dries Mertens, militante del futbol italiano, el tipo que le da esos toques de genialidad que toda selección necesita.
Los rusos, por el contrario, tienen un esquema similar (ordenados, con estrategia conservadora) pero al ser dirigidos por Fabio Capelo se vuelven melindrosos, dejando al rival la iniciativa, esperando en un contragolpe lograr una anotación. Es decir, el calcio en estado puro. El problema de los cosacos es que no tienen ninguna figura que desequilibre, que brinde esos toques de locura que los equipos latinoamericanos brindan al por mayor. Incluso México recuperó a Giovani Dos Santos que parecía haber sido abducido por los entes maligno del fútbol. Tal vez por eso las ligas europeas están plagadas de cracks brasileños, argentinos o uruguayos. Cosa muy buena para el negocio, peor muy mala para el orgullo nacional cada cuatro años.
Para este partido me prometí ir a un restaurante ruso ubicado en la plaza donde descansa el Kiosko Morisco en la Ciudad de México. El Kolobok, pequeño establecimiento sin muchas pretensiones que había nacido de una minúscula inmigración rusa hace algunos años a nuestro país. Anteriormente lo visité un par de veces y servían esas fuertes y energizantes sopas rusas respuesta acertada a los frío mortales de la taiga y la estepa. Las heladas hicieron que nacieran potajes como el borsch, el rassolnik, la sopa campesina solyanka, llenas de fuertes aromas y mucha col y remolacha. Lo cual me hizo pensármelo seriamente. Quería ver el sabor local de ver rusos gritando en cada equivocación de su portero pero recordé que el betabel y yo no nos llevábamos muy bien y alimentarme durante dos tiempos de 45 minutos de Cheburek, esa especie de empanadas eslavas, no me apetecía mucho.
El partido en el histórico Maracaná lo acabé viendo de pie en el lugar donde trabajo con un par de rusos inexpresivos que apenas si movían los ojos cada vez que el delantero Aleksandr Kokorin se acercaba por medio del contragolpe al arco belga. Tal vez eran fanáticos del patinaje y no encontraban belleza en las piernas masculinas.
El encuentro, como me lo suponía, fue francamente aburrido. Los slavos no acaban de volverse siquiera un equipo que uno quiera ver jugar. El Alemania-Ghana fue una épica de intensidad, donde la bien aceitada maquinaria teutona se vio exigida por la chispa y locuacidad de los africanos. Incluso, el Argelia-Corea, con todo y que son selecciones que uno compara con la ensalada que se retira con el tenedor en un plato donde brilla en toda su magnificencia un vacío tres cuartos. Incluso ese partido tuvo más emoción que el desangelado Bélgica-Rusia.
Los belgas olvidaron la magia de Jaquel Breal, cantando “Ne me quitte pas” mientras llora a cuadro o recuerda viejos amores con “La chanson des vieux amants”. Los belgas jugaron a clasificar primero en su grupo. Así como su plato nacional, mejillones al vino blanco con papas fritas, hicieron lo mínimo necesario para vencer a una escuadra rusa que tuvo algunos acercamientos para anotar pero que no acabó por finiquitar ninguno. La respuesta a estos ataques fue resuelto de inmediato con la inclusión de Divock Origi quien llegó y anotó de manera sorpresiva, porque parecía que ambas escuadras preferían quedarse con el empate.
Las papas fritas son algo simple, un tubérculo cortado en julianas frito en aceite muy, muy caliente y sacadas de inmediato antes de que se llene de aceite innecesario. Así acomodadas junto a la olla de en donde descansan los mejillones cocidos al vapor y al vino blanco, son un plato ligero y que se venden casi como hot dogs, en toda Bélgica. Si embargo, ambos sabores que no son saturados y que en algún momento estallan en la boca, brindan una delicia que nos hace recordar a Brujas, aunque nunca hayamos viajado para allá. Supongo que siguiendo esa lógica, la sencillez, Marc Wilmots, pudo clasificar ya a los llamados Diablos rojos (que junto al Manchester y el Toluca se suman a la lista que ostentan ese apodo).
Los rusos hacen agua por todos lados. El grupo H que se antojaba fácil para ambas selecciones europeas se le indigestó a los muchachos de Capelo. Está bien, los ex soviéticos nunca se han caracterizado por su buen fútbol pero cuando menos uno espera que brinden partidos memorables donde se exijan a fondo, pero ni eso. Falta el último contra Argelia, esperemos que como despedida nos dejen con un sabor dulce en la boca.
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