Lo que se queda al pasar | blog Mundial Brasil 2014
Atrás quedó la molestia de Per Mertesacker cuando un reportero de la televisión alemana, en entrevista, cuestionó el pobre desempeñó del equipo alemán contra Argelia, ¿así llegaban a los cuartos de final? «¿Qué quiere usted de mí, qué quiere? ¿Cree que esto es un carnaval?», contestó el defensa. Lo que resultó un carnaval —¿renano?— fue el último partido: no por lo que pasó en la cancha, sino fuera de ella: Alemania quedó campeón.
La lluvia y sus chubascos no prometían el mejor clima para ver un partido al aire libre; la final del Mundial 2014, sí. Los alemanes, ya se ve, no llegaron libres de crítica; el entrenador Löw, sobre todo, estaba bajo la lupa. Las expectativas eran moderadas; el entusiasmo, sin embargo, estaba a tope. La pantalla gigante del parque Rheinaue, a unos metros del Rin, veía acumular entusiastas a sus pies a pesar del barro y la llovizna. Jóvenes de toda clase inundaron aquel prado. Los charcos estaban casi en su punto, lo mejor estaba por llegar.
Antes del medio tiempo la lluvia hizo de las suyas. Si bien había escampado minutos antes del pitazo inicial, antes de la pausa aquello fue un abrir y cerrar de paraguas, pues la rechifla fue instantánea, «aquí viene uno a mojarse: es parte del juego». La empapada, hasta eso, fue bienvenida y llevada con estoicismo; una ronda de cervezas y a cuidar gargantas, que aún no caía el gol. Aquel par de tiros argentinos, uno con “gol” incluido, condimentaron el nerviosismo de aquella tribuna al margen de un río. ¿Bastarían cuarenta y cinco minutos más?
El medio tiempo sirvió también para reparar los desperfectos técnicos que ocasionó la lluvia: algunas luces se habían apagado y, lo peor, la pantalla dejó de funcionar unos minutos antes del descanso. Errores en la final, sea pues, hasta un Kroos. Los apellidos, por cierto, se habían coreado puntualmente al inicio del partido; como si de pasar lista se tratara, el animador en turno nombró a cada uno de los jugadores por su número y nombre, y la multitud gritó el apellido: la misma multitud que sabe quiénes son los que se la están jugando: un equipo, un gran equipo. Lo mismo ocurre en los cambios, aún sean forzados como el de Schürrle por Kramer en el minuto treinta y uno.
Empieza el segundo tiempo y todo vuelve a la normalidad de aquella noche, que es todo menos normal. La lluvia amaina, las plantas eléctricas funcionan a la perfección y los charcos se multiplican. El Rin corre, ve pasar las llegadas alemanas y los tiros de Messi. El tiempo extra parece inevitable. El público grita un apellido más: Götze, quien sustituye a Klose en el ochenta y ocho. Vámonos a tiempo extra.
El nerviosismo crece a la par del río. La primera mitad del tiempo extra da nada para nadie, «¿Desde cuándo es bueno ese Romero!», exclama un muchacho enredado en su bandera tricolor. El gol se niega. Las entradas argentinas se miran más rudas, con saña; la contracara quizá del cansancio albiceleste. «No pasa nada. Argentina está fundido», leo en mi teléfono, es J. quien desde México ve el partido y que, apostador contumaz, desde el inicio del Mundial ha dado como campeón a Alemania en sus pronósticos. Se viene la parte final del alargue, pareciera que los argentinos esperan ya sólo llegar a los penales, ¿y Alemania?
Las cervezas han dejado de correr desde los ciento y algo minutos de juego; un par de alemanes, faltando ocho minutos, correrían algo más, mucho más. Los dos cambios del estratega Löw, Schürrle y Götze, hicieron la jugada esperada, anhelada, soñada. Certera. Cuando se creía que ya no llegaba a más, que Mascherano habría, como con Holanda, de poner el orden con una barrida, Schürrle, en una apretada fuga, se deshace del balón desde la banda para poner un centro al niño Götze, quien lo recibe de pecho en la esquina del área chica, a metros de “Chiquito” Romero, y de zurda remata: Tor! El cantico fue finalmente escuchado por esos once dioses paganos: «¡Vamos, Alemania, tira un gol, tira un gol, tira un gol!» Helo ahí, la locura. La tierra retumba y se hunde entre gritos y vivas, el Rin se desvía.
Momentos antes del pitazo final hay una pausa para la algarabía: Messi, pobre Messi, tiene una última oportunidad. Todos lo saben, incluidos los cientos que miran en silencio y recogimiento aquel altar de luces y sonido. La frialdad parece tener lugar más bien en la cabeza de la Pulga, su tiro es helado y saluda a las gradas. No pasa más: Alemania es campeón.
El defensa Mertesacker sustituyó a Özil en el último minuto de juego. No vaya a ser la de malas, habría pensado Löw, quien quería asegurarse ante cualquier sorpresa de último segundo. Aquello estaba por convertirse, ahora sí, y también para Mertesacker, en un carnaval. Triunfo histórico en el Maracaná: por primera vez un equipo europeo se corona en tierras americanas. Un equipo, sí, ese que al inicio de cada artido su alineación es coreada por cientos y miles en estas tierras germanas. Un equipo que todo razonó y sintió, pasional y contenido; un equipo con voluntad.
Al final, dicho sea, hay un grito peculiar, uno que al propio Nietzche sorprendería: «Superdeutschland!» No, no es un “Überdeutschland” (ni mucho menos un rupestre “Deutschland über alles”), es un “super”, es la excelencia, el grado sumo de este equipo alemán. ¿Qué más se puede pedir? ¿Qué más puede pasar?
Las calles se llenan de banderas y el eco de los cláxones. Empieza la jornada extra de los cuerpos del orden. La gente sale de aquel parque en dirección centro de la ciudad, donde se han cerrado al tráfico las avenidas principales. Pero los coches van también en esa dirección: la consigna es llegar y ser parte de las filas. Berlín, escucho, es el epicentro de aquella locura; si en el 2006, con todo y un tercer lugar, vio ríos de gente saludando a la selección protagonista de un “cuento de verano”, este 2014 será la mar. Hace 24 años fue Fráncfort quien recibió a los campeones: hoy lo será Berlín, ya se verá. La vuelta al trabajo será puntual, no hay duda, el horario se cumplirá; la noche de este domingo, si bien la más larga para millones, cumplió cabalmente su cometido. El fin se obtuvo, alles in Ordnung.
Leave a Comment