La fábula del zorro y el águila | blog Mundial Brasil 2014
El águila tenía un zorro que, según instrucciones de un lobo, debía hacer lo que se le mandara porque era el más débil, aunque con gusto se hubiera librado del águila.
Un día, en una húmeda noche de junio, la última del mes, el águila quiso jugar un partido de futbol con el zorro. «A ver, pelo con patas, tírame unos pases para que me divierta un poco o te degüello con mis garras».
Respondióle el zorro: «Juguemos unos 45 minutos y hagamos una pausa, que no quisiera te cansaras demasiado en esta noche estival.» Los pases fueron y vinieron y el águila enredábase con sus alas, que abría sin ton ni son, mientras que el zorro tiraba y devolvía pases al compás de su cola y hocico sin apenas despeinarse.
«Mira que casi me matas, ¡no te muevas tanto que no consigo un gol!», reclamóle el águila. «¿Por qué eres tan atascada?», respondióle el zorro.
Transcurrida la pausa, y creyendo el zorro apaciguadas las ansias del águila, esta le dijo: «A ver, pelo con patas, volvamos a la cancha, que quiero seguir probando mis jugadas, o te degüello con mis garras».
El segundo tiempo comenzó y advirtióle el zorro al águila: «Quizá sea mejor que cambies tu plan de vuelo: los goles en mi portería están bajo el resguardo del talismán Reis». El águila aceptó y habilitó en su pico un Schürrle; corrieron los minutos y zorro y águila siguieron el ritmo de un balón que negábase a entrar en portería alguna.
El águila seguía teniendo en mente el gol y apretó un poco más sus vuelos. «Esto no se acaba hasta que consiga un gol», dijo al zorro, y voló y voló en círculos, mientras que el zorro jugaba alegremente y se ganaba la simpatía de los animales del bosque, quienes para entonces ya hacían corros alrededor de la cancha. «Caramba, qué cansancio», quejábase el águila.
«¿Por qué eres tan atascada?», respondióle el zorro. Terminaron noventa minutos de juego y el águila, ya un poco cansada, acaso como el zorro, le dijo: «A ver, pelo con patas, vamos a seguir jugando o te degüello con mis garras».
El zorro le contestó: «Juguemos pues sólo treinta minutos, que seguramente caerá ahora sí el gol».
Dijo el águila: «Pero si yo hago un gol tú has de seguir jugando hasta el pitazo final, que quiero termines igual de agotado que yo».
«Por supuesto», asintió el zorro y mostróle al águila uno que otro hueco para que por fin se hiciera un gol, el cual cayó precisamente con Schürrle al par de minutos de empezar aquel tiempo extra. Todo parecía haber terminado, el águila aplaudíase por la noche y su gol, y el zorro veía crecer el apoyo de la tribuna. «Querido zorro, dime, ¿para qué sigues corriendo si este juego está ya decidido?».
«He de seguir hasta el final», contestó astuto, «uno nunca sabe para quién juega».
Dijo el águila: «Juega uno para ganar, y hete aquí un gol más». Vióse el segundo gol de esa noche, autoría de un tal Özil, a quien después nadie recordaría, y los espectadores aplaudían al zorro que a manera de despedida y agradecimiento, y con coraje, marcó un gol en la portería del águila: llamóle Abdelmoumene Djabou.
El águila celebró su victoria en todo lo alto y el zorro aprovechó el júbilo para marchar a casa. En el bosque quedó constancia del juego: el águila no había ganado, el zorro lo había perdido. Por años se recordó al zorro de aquella noche. Loas se hicieron en su honor, ¡al mejor perdedor! En el estadio aún retumba el eco de su despedida: cientos coreando al unísono su nombre. Del águila se cuenta que siguió su paso y topóse con un gallo azul, un viejo conocido; del zorro, del zorro aún se habla por doquier.~
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