Gol circense | blog Mundial Brasil 2014
Para fraseando a Julían Herbert, los que nacimos en los setentas vivimos educados todavía con la esperanza socialista; así que para muchos de nosotros la idea del orden futbolístico, de los recios cuerpos militarizados y de las antiguas glorias comunistas nos siguen llenando el ojo. En casa, aparte de la siempre agónica selección nacional, las simpatías recaían en Alemania y los soviéticos.
Con el muro derrumbado y Putín en el poder, las simpatías rusas suenan a rancio recuerdo. La Unión Soviética es claro que no es Rusia, pese a que la FIFA le dé todos sus puntos a ellos. El equipo que juega a hora no tiene la ambición y menos el funcionamiento de los días idos. Pero sí el fervor patrio. No sabemos si fue impulsado por esa recia avanzada nacionalista encabezada por el inefable Vladimir Putín o porque el entrenador italiano Fabio Capello vio en la liga local lo necesario para enfrentar a los adversarios en la copa mundial. O tal vez apostó a que con desconocidos podrían “dar la sorpresa”.
Los coreanos era otro enigma. Quitando a unos pocos que juegan fuera de su liga, no conocemos nada de ellos. La gente en los restaurantes una vez acabado el platillo fuerte del día (México–Brasil) se retiraba para dejar solos a estos dos equipos. Yo siempre he pensado que los equipos medianos, esos que van sin grandes aspavientos entregan actuaciones llenas de fuerza… o de mortal aburrimiento. Así que me apresuré a mi casa para ver el inicio del partido pese a que cientos de camisetas verdes iban llenando “El ángel” o sufrían en el infernal metro.
Las dos selecciones salieron ordenas, como siguiendo un guión que les exigía ser cautelosos, sin detalles de genialidad o atrevimientos innecesarios. Es decir, un partido amarrado, con una táctica similar, sin intenciones de dejar todo en la cancha. Los rusos, con apenas unos minutos enseñaron rápidamente el cobre. Ni temible maquinaria futbolística ni gran sorpresa europea. Simplemente un equipo bien coordinado sin ningún chispazo. Los coreanos, por el contrario jugaban a lo que saben, atacar y defender con su velocidad.
Un partido en verdad tedioso que vino a bajar la tensión de su predecesor. La gente comenzó a quejarse en las tribunas. Pronto descubrí vecinos del edifico eran coreanos. Sus gritos de éxtasis frustrado lo hacían evidente. A la menor aproximación al arco ruso por parte de uno de los delanteros ellos gritaban algo que podría traducirse (digo yo), por: corre, corre, tira, tira.
El segundo tiempo, luego de la andanada de comerciales sudamericanos (sí, lo veía en línea), se perfiló un poco mejor. Pero esto no cambió hasta el ingreso de Lee Keunho, un delantero que entró concentrado y a decir de los gritos de los vecinos, era el arma letal de los coreanos. En un remate a gol bastante simplón y previsible, el portero Igor Akinfev cometió la pifia del día y dejo ir, luego de unos malabares circenses, el balón que entró a la portería soltando una breve sonrisa.
El grito en la casa de arriba fue de orgasmo contenido. El padre, supongo porque solo los podía ver desde mi ventana dos piso más abajo, comenzó a decir algo que traduje como: ¡a huevo!, ¡a huevo! Mientras el hijo zapateaba como su estuviera en la banda de guerra.
Supongo que en ese momento miles de rusos fueron al generador de memes y pusieron su foto favorita de Putín, mientras escribían: a Siberia. Lo cierto es que el gol vino a mover la posición táctica de ambas escuadras. Capello ya sin saco, pero con una corbata roja y el águila rusa estampada en ella, daba voces y se te tocaba el cuello como presintiendo el filo de una espada cosaca marcada con su nombre.
Los dos equipos dejaron su aburrido planteamiento técnico. El batuta italiano apostó por lanzarse con todo adelante y los coreanos optaron por lo peor, defender su solitario gol yéndose atrás. El resultado era el esperado: al minuto 74, apenas un poco más de diez después del primer tanto vino el empate por medio de la pierna del exsevillano Alexandr Kerzhakov.
El partido entonces se convirtió en un subir y bajar donde por fin apreció en todo su esplendor el extrañado fútbol. Sin embargo, los rusos tuvieron que conformarse con un punto que les supo a derrota. Lo coreanos callaron y entonces sí, comenzaron a cocinar uno de esos deliciosos arroces que llenan con su olor todo el edificio.
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