De revanchas y victorias | blog Mundial Brasil 2014
El bar del hotel de Tlalpan es más bien pequeño, feo y desencantado, eso sí, pretencioso y caro, y ni siquiera tiene una tele de gran tamaño; pero la emoción, esa sí que abundó durante los noventa minutos en que la Selección Nacional se enfrentó a Camerún. Una hora después comenzaría el partido entre Holanda y España, creo que de los encuentros más esperados en esta ronda de grupos.
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Casi como un dèjá vu sudafricano, como una venganza servida en frío, los holandeses se volvieron a enfrentar a aquéllos que les arrebataron la victoria en 2010. España, por su parte, vuelve a ser el favorito para este Mundial –y cómo no serlo, después de toda la racha de victorias que lleva consigo–. Sin embargo, las estadísticas apuntan a que la Copa debería quedarse de este lado del mundo, y todos señalan a Brasil. Esto apenas comienza, así que al esférico le falta mucho por recorrer.
La sorpresa de la tarde fue el marcador final. Cinco a uno, favor Holanda, que ya desde ahora se coloca como equipo favorito del grupo B –claro, junto a España–. Y es que tuvieron que pasar cuatro años para que La naranja mecánica se enfrentara de nuevo al tercer equipo que le arrebató la copa (su primer derrota en final mundialista fue en 1974 frente a Alemania Federal; luego en 1978 contra Argentina; y hace cuatro años con España).
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Como es de esperarse, los partidos del Mundial vienen a destruir la rutina laboral, y bienvenidos sean. A casi todos mis amigos oficinistas o profesores les dieron el día. O al menos en sus trabajos les pareció buena idea aprovechar el partido México–Camerún para ejercitar la convivencia laboral. Así que en una invitación casi forzada, las salas de junta, los auditorios y los comedores se convirtieron en tribunas de fútbol por al menos noventa minutos. Y como además fue viernes –bendito dios–, qué mejor pretexto que el Mundial, el espíritu patriótico y la victoria, para salir temprano del trabajo. Al fin que luego vendría el España-Holanda y después el Chile–Australia.
Yo no trabajo en una oficina –¡bendito dios!–, pero estoy recluida semana y media en un hotel de Tlalpan, en lo que bien podría convertirse en una convención de nerds del lenguaje –eso sí, ni a orgía de la lengua llegamos, no vayan a pensar mal–. Así que mientras finjo prestar atención al debido uso de los acentos y los marcadores discursivos, me escapo de vez en vez al barecito del hotel –obvio, tengo prohibido ingerir alcohol durante la jornada laboral, ni hablar–. Desangelado, como les cuento, ya para la hora del partido más bien se encuentra vacío.
Mi primera escapada fue luego del minuto 30, cuando ya había caído el primer y único tanto de España; pero para el medio tiempo las cosas ya iban a pares. El tiempo complementario fue del absoluto control de los holandeses; y aunque no pude ver completo el partido, al menos no en vivo, pronto me enteré de que el resto de los goles habían ido a parar a la portería de los españoles.
Ya para cuando terminó mi jornada sobre el uso avanzado del español, el bar seguía vacío, pero en la televisión se alcanzaba a ver el desempeño de chilenos y australianos. Yo preferí pasar de largo y dirigirme a casa a descansar.
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