Hibridaciones sinápticas: Lesley Dill: el lenguaje es un espíritu que nos encarna

Un texto de Iliana Vargas en la columna ‘Hibridaciones sinápticas’


 

The words that reach the air in our lifetime are few compared to the unlipped and untongued words held inside. We can never speak enough to speak all the thoughts of our thinking mind.
Lesley Dill

QUIEN ESCRIBE SE preguntará muchas veces cómo una palabra es capaz de contener tantos significados de naturaleza tan disímil entre sí; cómo la palabra puede asentar una verdad o una mentira, y en muchos, casos, una contradicción. El cuerpo, por ejemplo, es una contradicción constante, un estado de incertidumbre que avanza y retrocede; que nunca es el mismo en su búsqueda de ocupar un lugar en el espacio. La palabra, en cambio, tiene un peso definitivo y certero en tanto que nadie duda de lo que cada una significa; de su contenido y su forma. Sin embargo, cuando la palabra toma otro cuerpo, es capaz de alterar sus cualidades semánticas de acuerdo con la materialidad que asume, y es ahí cuando el juego comienza, cuando el lenguaje se convierte en un animal cuya naturaleza quimérica provoca tantas lecturas como vasos comunicantes seamos capaces de establecer con todo nuestro aparato sensorial.

Pero antes de iniciar cualquier proceso de lectura es importante recordar que no todo lo que se dice tiene un código de comprensión para el resto del mundo. Nunca. He ahí la riqueza de la diversidad lingüística, aludiendo, por supuesto, no sólo a la palabra, si no a cualquier forma de estructura comunicativa: ya sea imagen, ya sea sonido, ya sea sólo un gesto. Nuestra tarea, cada vez que intentamos entablar algún tipo de diálogo, es convertirnos en descifradores, porque solemos olvidar que ni siquiera la palabra obedece a la literalidad del mensaje que conlleva su significado. Ahora bien, la cuestión es saber si en verdad queremos y necesitamos entablar tal o cual diálogo, pues a partir de esa aceptación o negación, inicia el intercambio de códigos que uno es capaz de emitir, recibir, interpretar, asimilar y accionar: nunca olvidemos que como entes físicos que somos, es imposible no reaccionar a las fuerzas que nos rodean, y que la carga del lenguaje es quizá una de los más poderosas a las que nos confrontamos cada día. Ahora mismo, por ejemplo, alguien reaccionaría preguntándose qué tiene que ver la tercera ley de Newton con X tipo de lenguaje, a lo que yo contestaría con otra pregunta: ¿acaso no funcionamos en respuesta a cientos de estímulos lingüísticos desde que nacemos?

Creo que cada uno, a su manera, crece y se convierte en lo que es, con una intención muy clara: verbalizar aquello que no tiene nombre, que inunda el cuerpo, que lo desborda, que lo hace consciente del apetito implícito en el descubrimiento de que la necesidad de decir está en todos lados; no sólo en el ambiente que resulta ajeno, construido, estructurado por otros ̶por lo otro̶ sino desde el fondo de cada individuo. Y los medios y la forma para lograrlo son los que otorgan identidad a esta búsqueda colectiva: decir qué // cómo // por qué // para qué // se convierte en un asunto único, en una estratagema cuya resolución depende de cómo nos entregamos al mundo, o de cómo él se descubre ante nosotros. Pienso, por ejemplo, en Lesley Dill y en Tongues on fire: visions and ecstasy, uno de los trabajos que más me llamó la atención cuando supe de ella, y que me movió a estas reflexiones. Aunque si lo pienso un poco, lo primero que me impulsó a rastrearla fue el texto integrado a una de las serigrafías que realizó en 1997, y el cual, descubrí más adelante, forma parte de un poema de Emily Dickinson: Your thougths dont have words every day… they come a single time like signal esoteric sips… Por alguna razón, leer una y otra vez estas líneas me hizo comprender, por ejemplo, cómo funcionan los ciclos de mi proceso de escritura: a veces todo se satura de abstracción e imagen, de contenidos tan diversos que no sé si servirán para algo; después, poco a poco, todo se va destilando hasta ocupar un espacio en la estructura textual, o quedarse sólo en el espectro de la experiencia vivida. Pero más allá de eso, el conjunto entre imagen y texto equilibrado por Lesley, me dijo otra cosa: acaso el pensamiento no sea capaz de producir palabras cada día, pero el cuerpo es inseparable del lenguaje. Entonces quise saber más; quise saber por qué. Empecé a buscar y descubrí que en su vida ha habido dos detonantes muy particulares para cambiar su perspectiva del mundo y para transformar, a su vez, esta perspectiva en diversas materialidades, formas, colores, sonidos, texturas, dimensiones (las voces de lo que yo llamo instinto natural del decir): la visión mística, a los 14 años, y, a los 40, la lectura de la obra de Emily Dickinson en particular, a la que más adelante se agregaría la influencia, entre otros, de Salvador Espriu y Franz Kafka, de quienes me parece que toma las nociones de fuerza, melancolía y transfiguración; aspectos que uno lee entre líneas cuando observa, por ejemplo, las series de sus vestidos en diversos formatos. Sí, vestidos que se utilizan en performances y en óperas, o que se integran a piezas fotográficas, escultóricas, gráficas, sonoras o audiovisuales: la variabilidad y las características de cada formato ofrecen la posibilidad de expandir, de recrear, de reapropiar, de dar la vuelta al lenguaje y de que el ambiente sea una conjunción de ideas y sensaciones que lleven al trance, como el momento en el que Lesley Dill experimentó, sin saber qué era, un rapto y un acercamiento al éxtasis místico. Pero no sólo ella, y esto es, quizá, lo que propicia un acercamiento más visceral al proyecto: Tongues on fire: visions and ecstasy, tomó las voces de 700 personas que dieron testimonio de todo tipo de experiencias inexplicables, relacionadas con la otredad, ya sea mística, onírica o sobrenatural. He ahí el ancla que cierra este acercamiento a su obra: cuando ella dice que we are animals of language, para mí, se refiere a la naturaleza con que nuestro instinto nos hace perder el miedo a la percepción y a la escucha de aquello que consideramos impropio de esta realidad. Y qué es entonces el acto creativo, si no dejarse llevar por el arrebato, la visión, el ensueño, la epifanía: la revelación del mundo a través de una voz que atraviesa el cuerpo, que surge del trance y que se apodera de la consciencia para darle un nombre a las cosas por primera vez; una voz y una forma al secreto revelado.~