Hibridaciones sinápticas: Si está vivo, se mueve

Un texto de Iliana Vargas en la columna ‘Hibridaciones sinápticas’


 

UN ESPACIO CERRADO, cotidiano, armónico o caótico, según sea el espíritu de sus habitantes, de pronto es intervenido por dos cuerpos que inician una danza de murmullos que poco a poco toman fuerza y voltaje hasta convertirse en gritos que se deslizan, se confrontan, se apropian de todo lo que les rodea para crear un ambiente preciso, doloroso. ¿Qué dicen, qué exhalan, en la respiración de cada movimiento, estos dos personajes que transfiguran con su cuerpo el significado de un hábitat familiar para construir un escenario donde confluyen breves historias en torno a la trata de personas?

Es a través de la gestualidad de sus rostros y de la sutileza o la violencia con que ejecutan sus movimientos, con que ellas se comunican sin diálogos y elaboran una narrativa en la que las palabras no intervienen sino hasta el final, para dar respuesta a una pregunta inminente: ¿cómo llegaron ahí, quién las encerró y las mantuvo cautivas tanto tiempo?

No es una casualidad que este proyecto, que forma parte del colectivo Nudo. Red de Proyectos, lleve por nombre Resiliente, así como no es casualidad que ellas, Aisha Serrano y Leslie Díaz (alternando con Ivy Matus), encarnen a dos adolescentes que fueron manipuladas y secuestradas para formar parte de una red de explotación sexual. No es tan sólo una representación abstracta de uno de los problemas sociales más fuertes y violentos que se vive en México y en diversos países del mundo desde hace siglos, cuando era común la compra-venta de humanos como esclavos. Hoy en día se hace de manera ilegal, pero avalada por distintos núcleos de poder, a través de medios básicos en los que interviene la manipulación sentimental o económica para atraer a las víctimas. Resiliente es una mezcla de teatro, narrativa, danza, un guion sonoro realizado por Juan José Rivas, y testimonios de fuentes directas recabados a partir de la convivencia de las integrantes de este proyecto con sobrevivientes de trata de personas que buscan reintegrarse a la sociedad.

Pero, ¿quién está relacionado con el término de resiliencia? ¿Por qué es necesario acercarse a la recreación de una experiencia traumática para ser más conscientes de los procesos a los que se somete un ser humano cuando sufre este tipo de violencia?

¿Por qué tenemos una relación tan precaria con nuestro cuerpo como para no darnos cuenta de todo lo que es capaz de comunicar sin que intervenga el lenguaje al que estamos tan acostumbrados?

He de confesar que acudo contadas veces a una función de danza o de teatro; que prefiero la inmediatez de la lectura o el artificio del cine para dejarme envolver en otros mundos y en otras situaciones. Sin embargo, esta vez descubrí que a veces el cuerpo habla más fuerte, sin complicaciones estructurales o sintácticas, para decir lo que cuesta tanto trabajo articular con la palabra; porque además, darle voz a estos dolores, estas tristezas, estos desasosiegos, significaría reafirmarlos, repetirlos, darles un sentido de permanencia que no merecen. En este caso, lo que sucede con la danza es distinto: hay una secuencia de estampas breves que narran distintos episodios en la vida de ambos personajes, quienes comparten el enclaustramiento y el ambiente opresivo, atenuado o enfatizado con la gestualidad, el trabajo sonoro y la interacción con los espectadores. Aquí es donde hay que tomar en cuenta un factor muy importante: ellas no danzan en un escenario distanciado del público que observa desde sus butacas; ellas se adaptan a las salas o las estancias de departamentos o casas de quien esté interesado en recibirlas. Como decía al principio, intervienen el espacio con elementos básicos como una lámpara de luz roja, una videoproyección, un pliego de papel blanco a manera de pantalla, y un bote de canicas. Con ello y sus atuendos que refieren a un punto medio entre la infancia y la adolescencia, cobra vida esta historia en la que van implícitos fragmentos de algunos de los testimonios que recabaron, en donde somos confrontados, de manera cercana y directa, con la crisis de identidad que sufren estas niñas y mujeres de distintas edades, haciendo evidente que la inocencia se va diluyendo poco a poco para dar lugar al deseo sexual, a la asimilación de un cuerpo-objeto, a la rivalidad y la violencia que se suscita entre ellas, quienes después comprenden que son las únicas personas con las que cuentan para apoyarse y quererse.

Me parece que la cercanía con las sobrevivientes de estas experiencias es lo que ayuda en gran medida a que sus interpretaciones sean honestas, dejando de lado las dramatizaciones efectistas, y provocando una gama de reacciones relacionadas con el asombro, la tristeza, la furia, la incertidumbre y la desesperanza que conllevan una empatía y una catarsis, si acaso no de la propia vivencia, sí de la consciencia de quien observa y es trastocado por este diálogo corporal.

Mucho se ha discutido de la función social del arte, de la manera en que éste tiene que aportar algo a cada comunidad de la que es resultado. Yo diría que muchas veces es más fácil lograr una comunicación entre el artista y el espectador cuando no se impone un código específico de lenguaje; cuando no existe la noción de evangelizar ni llevar un “mensaje” determinado a la sociedad, sino de establecer vínculos entre lo humano de quien crea y quien percibe, generando una impronta que puede quedarse sólo en lo emotivo, o generar una reflexión y necesidad de hablar al respecto y decir, por ejemplo, que esta propuesta de Resiliente no existiría si la trata de personas se hubiera erradicado hace tiempo, o si no encontráramos en el arte una válvula de escape para expresar nuestra inconformidad con las sociedades en las que vivimos o sobrevivimos.~