EL CASTILLO DE IF: La guerra de todos los días

Un texto de Édgar Adrián Mora.

 

EL PASADO MARTES 9 de mayo se difundió una información en la cual el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), con sede en Londres, documentaba que México se encontraba en un nivel de violencia, a nivel global, sólo superado por Siria, un país cuya guerra civil ocupa los titulares de muchos medios a nivel mundial. Se habla de alrededor de 23 mil personas muertas sólo en 2016 relacionadas con la denominada “guerra contra el narco”, la fallida estrategia comenzada por el expresidente Felipe Calderón hace ya una década.

El gobierno actual no ha podido, o no ha querido, implementar métodos distintos a los de su predecesor, antes bien impulsa una iniciativa de ley de “seguridad interior” en la cual otorga atribuciones extraordinarias a las Fuerzas Armadas. Una especie de golpe de Estado quirúrgico a partir del cual el gobierno actual se desentiende de facto, junto con sus instituciones policíacas y de impartición de justicia, de las tareas de otorgar seguridad y realizar investigaciones apegadas a derecho para combatir al crimen organizado cuyos tentáculos han escalado más allá del mero tráfico de drogas.

Hablar hoy de crimen organizado en México implica concebir una red compleja de delitos y complicidades. Cultivo, procesamiento y tráfico de drogas; extorsión a pequeños y medianos negocios; cobro de cuotas corporativas a las grandes marcas que distribuyen sus productos a los rincones más alejados de la geografía nacional y cuyo control recae en los grupos delincuenciales; tráfico de influencias a partir de la nómina de gobernadores, presidentes municipales, funcionarios federales, policías, jueces y demás servidores públicos; lavado de dinero a gran escala a partir de empresas fantasma cuyos principales clientes suelen ser en muchas ocasiones los gobiernos locales; tráfico de personas hacia los Estados Unidos; explotación y esclavitud laboral; secuestro y tráfico de mujeres destinadas a la prostitución; despojo y acaparamiento de tierras de cultivo y de desarrollo inmobiliario; venta de protección e impunidad a criminales comunes, sobre todo en las zonas urbanas; sicariato a pedido; y todos los que se derivan de la combinación de estos.

En estos días pude ver una cinta que no me había atraído en primera instancia. Narco cultura es un documental del realizador israelí Shaul Schwarz que salió a la luz en el año 2013. En éste podemos ver las historias paralelas de Richi Soto, un perito de investigación que se dedica a recopilar y sistematizar evidencias de asesinatos ocurridos en Ciudad Juárez; y de Édgar Quintero, compositor y vocalista de la banda BuKnas de Culiacán que reside en California en los Estados Unidos, y quien se dedica a interpretar narco-corridos dentro de la vertiente que se denomina “Movimiento Alterado”. Vemos en ese montaje paralelo muchas explicaciones con respecto de lo que el México actual es.

En la cinta se confrontan los mundos del simulacro, el mundo de los migrantes mexicanos residentes en los Estados Unidos que glorifican a los narcotraficantes mexicanos como los nuevos antihéroes, modelos de comportamiento que “se chingan” en serie al gobierno mexicano representado por las policías corruptas, al gobierno norteamericano al introducir una cantidad tremenda de sustancias prohibidas y al propio destino, al convertirse en personalidades intocables a partir de algo que se repite de manera insistente a lo largo de la cinta: violencia, poder, impunidad y dinero. El Movimiento Alterado creó una narrativa de la lucha contra el narco en la cual los poderes opresores tradicionales (el gobierno, la policía, la economía, los patrones) son puestos de rodillas por gente del pueblo armada de valor y ametralladoras. Una especie de venganza transferida. La pasión de los escuchas de estos corridos resulta estremecedor si atendemos las letras de los mismos: “Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca/ volando cabezas al que se atraviesa,/ somos sanguinarios locos bien ondeados,/ nos gusta matar…// Soy el número uno de clave M1,/ respaldado por El Mayo y por El Chapo…/ seguiré creciendo y más gente cayendo,/ por algo soy el ondeado respetado/ Manuel Torres Félix, mi nombre,/ y saludos para Culiacán”. Ahí está la épica de aquel que triunfa y debe hacer alarde de ese triunfo. Sabe que su suerte está echada pero no le preocupa. Para morir nacimos, dice la sentencia.

Del otro lado vemos un lado humanizado de los representantes de la ley, de una parte ínfima de ésta. Un oficial que debe acudir a levantar cadáveres con el rostro cubierto, viviendo todo el tiempo con el estrés a flor de piel, atestiguando la muerte de sus compañeros. Recibe las peticiones continuas de su madre para que renuncie, consigue una novia en El Paso, Texas (un puente separa dos ciudades en donde su índice de homicidios es en extremo contrastante: en 2011 se contabilizaron más de 3 mil asesinatos relacionados con el crimen en Ciudad Juárez, al otro lado del puente sólo 6), se pregunta si algo cambiará para bien en algún momento. Mientras escuchamos su voz en off acudimos a escenas dantescas: un cadáver seccionado en 16 partes y distribuido a lo largo de toda la ciudad; un padre que le explica a sus dos hijas, seis y ocho años, que lo que hace la policía es recoger muertos, ha decidido no ocultarles la tragedia, decirles la verdad; una madre a quien le asesinan a su hijo adolescente e interpela a gritos desesperados al presidente Calderón a quien culpa directamente por la muerte de su vástago; el padre de un policía que comenta cómo el crimen le ha matado a dos hijos policías, pero que él nunca les pidió, ni les pediría, que renunciaran a su trabajo; una marcha gigantesca de hombres y mujeres pidiendo justicia y escucha.

El régimen actual ha silenciado en muchos sentidos la cobertura mediática, pero la violencia está ahí. Se ha normalizado a grados terribles. Ya no nos sorprenden las fosas con cientos de cadáveres, los millones de dólares saqueados al erario público, la complicidad de los gobiernos con las actividades más abyectas que se puedan imaginar, el consumo creciente de drogas entre la generación de adolescentes que les ha tocado crecer en este caos, la cercanía de actividades criminales de alto espectro en ciudades que se consideraban refugios de seguridad, el secuestro y asesinato sistemático de mujeres, la figura del narco como parte de los símbolos resignificados de la justicia obtenida por propia mano y arrebatada a los otrora poderosos. El selfmade man en México, por excelencia y por evidencia, es el narcotraficante.

El gobierno actual, putrefacto e inepto, no hace sino negar lo evidente. La Secretaría de Relaciones Exteriores ha salido a desmentir el diagnóstico del IISS. Pero la sensación que se vive en la calle,
lejos de las camionetas, helicópteros blindados y ejércitos de guaruras de los funcionarios, es de inseguridad latente. Si algo define al mexicano promedio en el momento actual es esa sensación de inseguridad que le atormenta en magnitudes diferenciadas: desde perder el poco patrimonio que se tenga, ser víctimas de extorsión, ser despojado del teléfono celular y la quincena en el transporte, hasta ser secuestrado, desaparecido, violado, torturado y, tristemente, olvidado en poco tiempo. No hay forma optimista de terminar un texto, o cualquier reflexión, sobre este tema.~