Ratones de Hamelin al cine | El rincon del celuloide

‘El rincón del celuloide’, #columna sobre cine, con Daniel Arellano en los mandos

 

HACE APENAS UNOS días se estrenó en Netflix, Death Note, la adaptación del ya clásico manga/anime japonés (que si no conoces o no tienes una referencia de ello, entonces has vivido enclaustrado mucho tiempo; yo no puedo decir que sea algo que me fascine o apasione, pero le tengo mucho respeto a la versión animada que me vi en mis días de universidad, lo mismo que a Ghost in the Shell del 95, por poner otro ejemplo que esté en la misma sintonía, o “Akira”, la clásica obra maestra que puso a la animación japonesa en el mapa y de la que hay bastantes rumores desde hace ya tiempo de querer hacer una versión gringa). Antes de que se estrene alguna de estas producciones (hay cientos de proyectos pendientes de las grandes casas productoras gabachas a las que, entre otras cosas, les encanta el dinero (nuestro dinero)), la respuesta del público en la mayoría de los casos está divida, entre los que no esperan absolutamente nada de ellas y los que están indecisos. Es muy raro encontrar a alguien que levante el pulgar ansioso a la espera de los estrenos, muchas veces estas personas no están familiarizadas con la versión original o, de plano, ni las conocen. Sin embargo, al momento de su estreno, es casi unísona la respuesta de la audiencia que llena las salas los primeros días de exhibición para ver sus adaptaciones favoritas, ya sea en el cine o, en el caso de Death Note, en la plataforma digital; nos convertimos en los ratones de Hamelin, dirigidos quién sabe por qué fuerza que nos conduce directo a las butacas del cine a comprar nuestro “Combo Amigos” y ver nuestras obras de la infancia personificadas por actores conocidos. Así, una y otra vez mientras sigan filmando películas de este tipo. ¿Es acaso que no tenemos criterio? ¿Es que acaso no hemos aprendido de errores del pasado? Sin ir más lejos, el título a la peor adaptación de anime lo tiene Dragon Ball, la que es por antonomasia el anime predilecto de muchos.

Pero el problema realmente no es que se hagan o dejan de hacer versiones “live action” de los clásicos japoneses, ni siquiera es problema que se tomen como referencias películas que ya de por sí amamos, como la nueva versión de Jumanji, que aguarda no tan ansiosa al estreno; existen, creo yo, dos tangentes que no dejan que esta bella industria evolucione al grado de poder traernos a la mesa grandes obras que se quedarán para siempre en nuestros corazones: el primero es que los estudios, las grandes casas productoras y los directores, no le tienen el respeto que deberían a las obras en las que se basan y, mucho menos, al público al que pretenden dirigir estas adaptaciones, punto que desmenuzaré más adelante; segundo, el problema radica en cada uno de nosotros, no nos tenemos respeto como espectadores.

Ir a ver una película al cine es igual a ir a comer o a comprar unos zapatos, estamos invirtiendo nuestro dinero en un producto, algo que nos va a satisfacer alguna necesidad, en el caso del cine, es la necesidad de recreación, pocas veces vemos una película porque “nos obligan” o porque lo consideramos necesario para avanzar en la vida. Vamos al cine con la convicción de entretenernos y divertirnos; aunque a diferencia de la comida o los zapatos, si una película no nos gusta o es malísima, no podemos regresarla o cambiarla, se quedará ahí para siempre, y las grandes empresas que la hicieron y la distribuyeron habrán obtenido fácilmente nuestra plata (que muchas veces no es poca). ¿Qué tiene de malo? Pues muchas cosas, el más importante, las productoras están nada interesadas en que sus obras trasciendan a la cultura, eso generalmente es un extra del que siempre sacarán todavía más provecho económico, lo único que les importa es que sean redituables, que el dinero que invirtieron en ellas lo recuperen y saquen al menos un poco más de ganancia, que la casa nunca pierda, sin importar si la película le gustó al público o no. Lo malo de esto es que este pequeño porcentaje de ganancias asegura la creación de más y más bodrios infumables para que otra vez, se queden con nuestro dinero (que, en este mundo capitalista, cada vez es menos lo que tenemos y mucho lo que gastamos).

Que hagan películas malas es el equivalente a decir “me importas una mierda como audiencia, lo único que quiero es tu dinero”, y ustedes me podrán decir, “de mí no obtienen nada, yo bajo las películas de Torrent o espero a que se vean bien en su versión pirata, mis diez pesos nunca los tocaron sus creadores”, pero eso es igual de grave, porque, aunque no le des tu dinero, le das tu atención, es algo de lo que hablarás bien o mal, pero lo habrás consumido de una u otra forma. No tenernos respeto como audiencia implica no hacer un análisis constructivo de lo que estamos a punto de consumir, es no preguntarse si vale la pena o no ver una película de la que casi estamos seguros será terrible y nos causará indigestión. Tampoco estamos obligados a hacer este análisis, pero el no hacerlo implicará que somos indiferentes a lo que nos están presentando, que nos importa poco gastar nuestro dinero y que la calidad en una adaptación no es nuestra prioridad. No recordamos que el cine es un producto y como producto, nosotros, los consumidores, tenemos todo el derecho de exigir que este sea de calidad.

Volviendo a los directores y al respeto que le puedan, o no, tener a una obra, hay grandes ejemplos de gente a la que le apasionó la historia presentada en una novela, manga o en otra película misma y le invirtió sangre, sudor y lágrimas para hacer su propia adaptación cuyo resultado fue más que satisfactorio. Hay muy pocas personas que saben que La mosca, el clásico ochentero, está basado en una película de ciencia ficción de los años cincuenta. Pocos han leído el manga japonés de Oldboy pero conocen muy bien la adaptación de Park Chan-wook, todo esto gracias a que los creadores no se fueron por la vía fácil de “calcar” casi al pie de la letra, planos y secuencias de sus originales, aportaron algo más, y se nota en cada segundo de metraje, y así, podemos poner cientos de ejemplos en los que la magia de los originales que tanto amamos, no se perdió en producciones cutres, al contrario, nacerán clásicos de los ya clásicos.

¿Qué hacer entonces? No puedo dar una respuesta casi mágica o decir que hay una panacea que nadie ha visto para corregir este problema, simplemente hago la invitación a que nos demos cuenta como espectadores que nos están llamando idiotas al darnos productos de poca calidad y aun así consumirlos. Yo mismo fui un gran amante de los Power Rangers cuando tenía cinco o seis años, pero no por eso corrí al cine más cercano a verla porque estaba seguro que sería terrible, no me dejé llevar por el “hipe” que la publicidad pudo generarme y hasta el día de hoy sigo sin haber visto un solo minuto de ella, muy probablemente (y a menos que haya una chica implicada), no voy a ir al cine a ver la nueva adaptación de Jumanji porque no se necesita ser un genio para darse cuenta de que será terrible y sí, no lo niego, cada vez que sale una película de super héroes voy al estreno a verla, pero siempre (y no lo digo por justificarme) lo hago con mis reservas, porque intento exigirme como espectador. Intento sopesar el producto para llevarme sólo calidad, algo que hacemos al comprar un celular o el pollo en el mercado. Si el viejito que nos lo vende no nos pesa la carne correctamente o tiene manchas extrañas, reclamamos, ¿por qué no hacerlo también en el cine? Obviamente no iremos a la taquilla a gritar a los pobres adolescentes que están ahí por un salario mínimo, pero podemos manifestarnos de otras formas; siendo inteligentes, mirando hacia otros lados, a las películas que no recibieron tanto dinero y aun así, son maravillosas. Colossal, una película que estuvo en el cine menos de una quincena (al menos aquí en México) y de la que se habló muy poco, es mil veces mejor que cualquiera de los blockbusters recientes que se encuentran ahora mismo en el cine. Acabaré esto tal vez sonando un poco a libro de autoayuda, pero no encuentro otra forma de decirlo: quiérete como espectador, valórate como consumidor, has una reflexión antes de ver una película; no hacerlo significa que seguirás estando en primera fila, ansioso al estreno de la segunda parte de Emojis.~