El castillo de If: Cahuamas en la alfombra roja

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

EXISTEN ESCRITORES CUYA obra se decanta por la seriedad y la profundidad de los temas que proponen en sus obras. Otros, cuya principal fortaleza se encuentra en el uso del humor como uno de los principales atractivos de los textos que escriben. Pero existen unos cuantos en los cuales ambas posibilidades se reflejan, desdobladas, en su trabajo creativo. Este es el caso de Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua, 1977).

Autor de obras en donde temas como la memoria-nostalgia por la Guerra Fría se convierte en un leitmotif (Cosmonauta, Tierra Adentro, 2011); o en la ficción a partir del testimonio que implicó crecer en los finales del siglo XX en la frontera mexicana, antes de la violencia desatada por las políticas calderonistas de combate al crimen organizado (Autos usados, Random House Mondadori, 2012); también es creador de un universo jocoso en donde pasa revista y ejerce una crítica hilarante de los mundillos culturales mexicanos de la literatura (Gasolina, Nitro Press, 2012) y del cine.

Es precisamente sobre este último ambiente que desarrolla su novela corta Cremonia (Paraíso Perdido, 2017). Esta historia se desprende del universo construido en Gasolina, la cual narra las peripecias de un escritor joven que se ve envuelto en una aventura hiperbólica al lado de otro escritor cuya afición por la cocaína genera una serie de aventuras disparatadas que es, al mismo tiempo, una crítica a diversos personajes que pueblan lo que Ricardo Chávez Castañeda llama “el continente literario mexicano”. En Ceremonia se plantea que la novela genera interés en un par de productores-actores-empresarios de cine que están dispuestos a llevar a la pantalla grande la historia.

Esos productores (émulos de Gael García Bernal y Diego Luna) establecen una relación con el protagonista-narrador que lleva al planteamiento de situaciones que mantienen al lector entre sonrisas irónicas y carcajadas inevitables. Es cierto que los guiños que hace Sánchez se disfrutan más si se sospecha la identidad de aquellos que son mencionados en las diversas escenas.

El tema principal de la novela aborda la tensión que existe entre el conflicto del autor entre ser fiel a una obra que considera su propuesta literaria real (su poética) y la posibilidad de obtener ganancias económicas y una volátil fama a partir de explotar su faceta más ligera. Así, vemos al protagonista convivir con el actor que lo interpretará, quien busca reflejar de manera fiel la vida del escritor (o la romantizada versión que se ha construido a partir de darle crédito a la ficción de Gasolina).

—Necesito saber cómo es el ambiente en el que vives: cocaína, reguetón, el refrigerador lleno de cervezas, pero nada que comer, sexo insatisfactorio y vacío, darle un trago al día siguiente a una cahuama tibia con una bacha de cigarro dentro.

Ahí estaba yo, escuchándolo, siendo víctima del personaje que había hecho de mí mimos. ¿Qué sabía Salas sobre mi vida, sobre levantarse cada mañana y desayunar sano, hacer un poco de ejercicio e intentar arrancarle algunas palabras a mi hemisferio derecho? Por causa de mi orgullo, no quise sacarlo del error. No hay nada romántico en el hecho de hacer tu propio yogurt, desayunar avena con pasas y té verde y tomarte tu pastilla para la hipertensión.

Y es así como acompañamos al protagonista a través de sus remembranzas de una relación fallida, sus esfuerzos por construir una nueva vida al lado de una chica divorciada, vegetariana y convencida del activismo de las buenas causas. Lo vemos obtener un jugoso contrato con una editorial transnacional que, sin mayor problema, se asume como el monopolio total. Es decir: el éxito y la nulidad de posibilidades alternas. Atestiguamos la manera en cómo ve traicionada su propuesta literaria en la puesta en escena cinematográfica. Y cómo todo esto se justifica con una mezcla de cinismo y actitud nihilista de la vida y del proceso creativo.

Si Gasolina es la crítica del mundo de la literatura (“Una parte del éxito del librito radicaba en que se burlaba de los escritores y de las becas del Estado en un país con más escritores que lectores. Mi libro alimentaba el resentimiento de todos aquellos que no habían ganado una beca en su vida”), Ceremonia se decanta por hacer algo similar con el mundo del cine y sus propias dinámicas. Una industria en donde todos quieren ser autores, afirma, y donde la adaptación de libros es más bien una rareza: el protagonista gana el Ariel (un premio que “ni siquiera es un premio de verdad”) en la categoría de guion adaptado por la sencilla razón de ser los únicos nominados. El autor no deja pasar la oportunidad de lanzar una puya al mundo cinematográfico nacional.

Y me imaginé a mí mismo, durante los próximos años, formado en la cola del cine para ver películas mexicanas: mierda hiperrealista sobre gente pobre, con diálogos inverosímiles, realizada por niñitos ricos egresados del Centro de Capacitación Cinematográfica; historias de campesinos o de migrantes ilegales o pescadores, ¿qué sé yo? O en el peor de los casos, “comedias” de gente fresa y rubia de la Condesa y Polanco. Posiblemente a esta última categoría pertenecía la película que habían hecho Salas y Solís y por la que yo estaba ahí, en el Sanborns de los Azulejos, escuchando la perorata de Nadezhda. En eso habían convertido ellos mi libro, en una mala copia de Tarantino y Robert Rodríguez, sin profundidad… ¿Y la soledad del hombre contemporáneo? ¿Nuestra incapacidad para encontrar el lugar en el mundo? ¿La alienación que nos ha impuesto la sociedad de consumo, la civilización del espectáculo?

A pesar de la sátira que salpica el libro, Espartaco Sánchez no pasa la oportunidad de aludir a la necesidad de pensar (y escribir) el mundo desde otros lugares. Es así que en una elipsis que comienza con el guionista nominado saliendo al exterior del Palacio de Bellas Artes a fumar un cigarrillo se convierte en la oportunidad de hacer un corte de caja con respecto de la ética, la vocación y la necesidad de decidir cuál es el destino que se debe perseguir. Ese destino último simbolizado por el inquietante Hombre del Cartón de Leche.

Será difícil que salgan decepcionados de la lectura de este libro. A algunos les hará sonreír o reír a carcajada batiente; a otros los dejará pensando acerca de la naturaleza de la vocación y la fama. Hay de todo y para todos en esta pequeña historia. Ya tú sabe’.~