EL CASTILLO DE IF: De talleres literarios, manuales y vocaciones

Édgar Adrián Mora habla de talleres literarios, manuales y vocaciones

 

¿SE PUEDE ENSEÑAR a escribir? ¿Qué es lo que impulsa a las personas a reunirse a «trabajar» en los textos que se escriben? ¿Sirven los talleres? Esas y muchas preguntas giran alrededor de los talleres de escritura. La mayoría de ellos ofertados como una manera de acercar a los asistentes a la creación literaria; otros con fines diversos: enriquecimiento (intelectual, se entiende, mutuo), generación de vínculos a partir de las coincidencias (y diferencias, cómo no).

Las situaciones relacionadas con estos espacios de creación, porque muchos de ellos lo son, refieren múltiples naturalezas: lugar en donde mueren las aspiraciones de buenos escritores merced la incompetencia o rudeza innecesaria de quien imparte el taller; espacio en donde se fincan amistades que, merced el éxito del grupo, se transforman en «mafias acaparadoras de la vida cultural»; veto de caza de prospectos románticos por parte de los asistentes, incluido el tallerista; pretexto para dedicarse a beber a salud del buen estado de la literatura; posibilidad real de colaboración horizontal en la cual la creación literaria se nutre de la generosidad y el respeto entre pares.

[pullquote]El primer taller literario al cual asistí fue un chiste […] no se leían textos, no se comentaban. Parecía más una homilía que un verdadero taller.[/pullquote]

La última opción parece una ironía, pero no lo es. Pongo a consideración mi propia experiencia: el primer taller literario al cual asistí fue un chiste. No recuerdo el nombre de quien lo impartía pero era una hoguera de vanidades en donde lo único que ocurría era que quien dirigía el taller se la pasaba hablando las casi dos horas asignadas a éste; no se leían textos, no se comentaban. Parecía más una homilía que un verdadero taller. A la tercera sesión hui.

Esa experiencia me dejó con un mal sabor de boca y con la falsa idea de que todos los talleres funcionaban de esa manera. Caí en cuenta de mi equívoco cuando gané una beca y asistí a los encuentros obligatorios con los demás becarios en donde se debían «tallerear» los textos. Quien dirigía ese taller era el escritor David Ojeda, quien permitió el diálogo entre los participantes de tal experiencia. Esto generó que las complicidades se dieran y que la confianza permitiera una opinión abierta con respecto de la escritura del otro. Algo similar ocurrió años después cuando, merced libro_Alberto_Chimal_Como_empezar_a_escribirde otra beca, me tocó ser parte de un taller dirigido por Alberto Chimal, quien se convirtió en un eficiente guía merced su erudito y amplio catálogo de lecturas, amén de su innegable talento como narrador.

Esas experiencias me dejaron claro que un taller literario no debía ser, necesariamente, una mala experiencia. En este año me di cuenta de cómo menudean, afortunadamente, los intentos por convencer a otros de escribir y de compartir lo que escriben. Algunos de esos talleres tienen como protagonistas a los mismos talleristas que fueron mis maestros y guías en aquellas sesiones de Jóvenes Creadores. David Ojeda mantiene con vocación ininterrumpida un taller de jóvenes narradores en San Luis Potosí, el mismo que ha dado frutos importantes tanto a nivel regional como nacional. Alberto Chimal, por su lado, es un tallerista recurrente y solicitado en ámbitos múltiples: cuento, minificción, narrativa en internet; seminarios y talleres que imparte tanto en instituciones gubernamentales como de la iniciativa privada. A últimas fechas, y a partir de las innovaciones tecnológicas en redes sociales, junto con Raquel Castro se dedican a transmitir en vivo, a través de Periscope, diversas charlas con temas literarios.

Chimal, incluso, ha elaborado un material que puede servir de guía para quienes quieren involucrarse con la creación de historias, Cómo empezar a escribir historias, que forma parte de un proyecto del Programa Nacional de Salas de Lectura, del entonces Conaculta, hoy Secretaría de Cultura [México]; el material está disponible para descarga en línea.

libro_Gabriela_Torres_RompecabezasEs también a partir del material impreso que la posibilidad de escribir o de leer en colectivo se forja de manera lenta pero, cuando ocurre, con múltiples posibilidades. Ocurrió así con Rompecabezas. Un taller de cuento pieza por pieza, un interesante material que la escritora Gabriela Torres Cuerva generó a partir de la organización y frutos que dejó su taller Letras Tintas, dirigido a la creación de cuentos. El texto se deja leer como un manual, pero también como un ensayo que desmenuza algunas de las estrategias que los cuentistas utilizaron (o pueden utilizar, depende de la intención de lectura) para la creación de nuevas historias. En un tenor parecido, aunque dirigido más a docentes, se encuentra el Manual para un taller de expresión escrita de Silvia Ruiz Otero, publicado por la Universidad Iberoamericana.

En mi visita de este año a Tijuana, me llamó la atención la tarea que algunos escritores y talleristas están realizando por allá. Es el caso de Joel Flores, gran amigo y coordinador del Seminario de Creación Literaria del Cetys Universidad, que este año tuvo la osadía de publicar los mejores trabajos de su taller en una antología titulada Cuaderno amarillo, que se constituye en un primer escaparate para estos chicos interesados en la creación de historias. Algo similar a lo que realiza Claudia Irene Solórzano Huerta, quien coordina otro taller literario que anuncia la publicación próxima de un material titulado Fragmentario. Antología de narrativa joven, en el que se mostrará el trabajo de chicos de secundaria, preparatoria y universidad de aquellos lares.

libro_Cuaderno_amarillo_vvaaDespués de muchos años, conservo la costumbre de tallerear los textos. Las ventajas que nos da la tecnología actualmente permiten que el contacto no tenga que ser necesariamente presencial. A través del correo electrónico, de los inbox de las redes sociales y de otras herramientas, los textos son leídos por esos otros a quien se considera iguales: infectados de la necesidad de escribir. La experiencia, la mayor parte de las veces, es fructífera. Observaciones puntuales de cuestiones pasadas por alto, de errores garrafales o de propuestas que enriquecen, casi siempre, los textos sobre los que uno trabaja.

Es difícil resistir la tentación de compartir con otros el impulso de la escritura. En la preparatoria donde trabajo, yo mismo he coordinado grupos de estudiantes para animarlos a leerse entre sí y a inventar historias. Resulta una tarea en el cual los frutos se recogen de manera escasa, pero que cuando existen generan una alegría inmensa. Supongo que esa es una de las motivaciones por las cuales la gente que gusta de la literatura sigue ofreciendo talleres y por eso quienes quieren acercarse como creadores continúan asistiendo a estos. Así ha ocurrido a lo largo de mucho tiempo, y tal parece, es algo que no cambiará sustancialmente. Al menos mientras no se hayan contado todas las historias.~