Caja de bateo

«Quizá recordaría a ese hombre lisiado que recorrió el diamante en 1988». Caja de bateo, una historia de Jorge Posada.


 

1.

A LOS OCHO años descubrí que mi padre tenía sentimientos. Eran más de las diez de la noche. Estábamos en un pequeño cuarto. Veíamos un partido de béisbol. Los Atléticos de Oakland vs Los Ángeles. Mi padre permanecía de pie contra el muro. Tenía 39 años y ya era un hombre con el cabello cano. Hacía bromas sobre los jugadores. Cuando comenzó la novena baja, noté que se rascaba el cuello. Se quitó el suéter. Los Dodgers perdían por una carrera. En la loma el cerrador estelar de los Atléticos Dennis Eckersley. Dominó a un par de bateadores. El Mago Septién recordó una anécdota de 1912. Eckersley concede base por bolas a Davis, la carrera del empate en primera. Kirk Gibson entra como bateador emergente. Sufre una lesión en la rodilla izquierda. Cojea. Mi padre no lograba tener los pies quietos. Dos strikes. Es evidente que a Gibson le duele la pierna. Cero bolas, dos strikes, cuatro fauls y seis tiros a primera. La cuenta llega a lo máximo, tres bolas y dos strikes. Davis roba la base. Gibson pide tiempo, sale de la caja de bateo. Mi padre seguía moviendo las manos, las pasa por la nariz y por el cabello. Eckersley lanza una recta al centro del plato. Gibson conecta. La pelota sale rumbo a jardín derecho. La pelota se va, se va y se fue. Lo increíble. Este golpe da la victoria a los Dodgers. 5 a 4. Gibson va a la primera base sin poder trotar, mueve los brazos y las manos. Sus compañeros de equipo salen de la banca, saltan y gritan cerca de home. Gibson al llegar a la tercera choca las palmas de sus entrenadores. Lo abrazan, le golpean la cabeza. Es la locura en el estadio de los Dodgers. Esto es de película. Un hombre lisiado que no puede apoyarse en su pierna izquierda se enfrenta al mejor relevista de la liga y lo vence. Los jugadores de Oakland se retiran. Mi padre gritaba. Levantaba las rodillas como si marchara. Cuando la transmisión terminó mi padre me mandó a dormir. Gibson no jugó otro partido de serie mundial. Los Dodgers se coronaron en cinco juegos.

2.

Ismael Velázquez Juárez escribe: «si hubiera sabido / que los dodgers / ganarían la serie mundial del ’88 / o que en 1986 alguien inventaría la mantequilla de frambuesa / me habría matado un poco después.»

3.

Pedro «El Mago» Septién. 1916 – 2013. Cronista deportivo. 6 514 partidos de béisbol y 56 clásicos de otoño. En los octubres de mi infancia y adolescencia estuvo El Mago. Sus frases («la fatídica séptima entrada», «los extrainnings son el sueño de todos los aficionados») y anécdotas las conservo como si las hubiera contado mi padre. La voz del Mago se convirtió en la voz de mi padre. Esas historias eran las historias que mi padre jamás contaría. Existen algunas versiones sobre el apodo del Mago, yo prefiero la siguiente. Septién transmitía un partido de las Ligas mayores, en realidad lo que hacía era traducir la narración del locutor gringo. Durante la quinta entrada la señal se perdió. Los técnicos de la estación de radio le indicaron a Septién que interrumpiera, que mandara a publicidad. Él siguió y creó un partido que no existía en las ondas satelitales, pero sí en su mente. Un partido mitad real y mitad imaginario. Septién siguió el hilo del encuentro, intuyó las pausas, los pormenores, describió varias jugadas y las comparó con algunas que había visto muchas décadas antes. Cuando la señal norteamericana regresó, el número de carreras, de hits y errores coincidían con lo dicho por El Mago. Esa tarde Septién trazó un diagrama del azar.

4.

El tercer juego de la serie mundial de 2011. Octavo inning. El Mago cuenta la historia de Donnie Moore. Un extraordinario relevista que en 1986 recibe un homerun en la última entrada. Una historia casi idéntica a la de Eckersley, solo que Moore no logra superarla. Se retira del béisbol. Comienza a beber. Termina su matrimonio. Desaparece y se convierte en un vagabundo. Una noche de julio de 1989 llama a su exmujer. Media hora está en su casa. Discuten. Moore le dispara frente a sus tres hijos. Se suicida.

5.

Daniel Sada fue mi maestro. Esa etapa de mi vida se podría llamar: Consejos de un discípulo de Guimãraes a un fanático de Nirvana. Entre los miles de datos, lecturas, chistes que Sada contó, cito este: «Cuando estés bloqueado ve a un estadio de béisbol, emborráchate y escribe. Yo, así terminé dos novelas». No sé si Sada ideó de esa forma «Cualquier altibajo» que comienza así: «Antes que nada, debería estar prohibido hacer juegos de ocho, diez o más horas en época de verano, pues son demasiado largos para los espectadores y los mismos peloteros se fastidian a causa del calorón. El béisbol divierte o cansa, según sea el punto de vista.» Otro día me aseguró: «Para que aprendas algo, lee la primera parte de Submundo de Don Dellillo ahí está todo lo que necesitas». Y sí. Ahí hay un partido de béisbol, Dodgers, muchachos graciosos, golpes, policías en el suelo, gradas semivacías, Frank Sinatra, jefes del FBI, espías y guardaespaldas, Guerra Fría, comida chatarra, la narración del batazo que dio la vuelta al mundo, la disyuntiva de celebrar al bateador o adentrarse en la mente del pitcher perdedor, una ciudad que se llena de papeles, un mito que comienza con una persecución y una pelota, una referencia a El Bosco, una huida (huye que solo el que huye escapa), un departamento con lazos en la sala para tender la ropa. Sada murió en 2011. Ahora pienso en las pláticas que no ocurrieron. No hablamos de aquel niño de 8 años llamado Paul Auster que fue una noche de abril a su primer juego de Grandes Ligas y encontró a Willie Mays, le pidió un autógrafo y Mays respondió «Claro chico, ¿tienes un lápiz?». Auster no llevaban lápiz y no consiguió el autógrafo. Lloró durante el camino de regreso a su casa. Luego de esa decepción el niño que fue Paul Auster salía siempre con un lápiz. «Ese fue el inicio de mi escritura» le contaba Auster a sus hijos. Sada no se enteró, lo que tiene muy poca importancia, que mi primer texto publicado era sobre béisbol, Charlie Brown, Eduardo Lizalde y Pablo Neruda. Un ensayo alrededor del «Tango del viudo»: «ya habrás dado la carta, ya habrás llorado de furia, / y habrás insultado el recuerdo de mi madre / llamándola perra podrida y madre de perros». Donde me colocaba en las gradas de un estadio de béisbol, me emborrachaba y repasaba unos versos que a pesar de tantos años aún me conmueven: «Lluevan, cielos / derrúmbense las nieblas sobre el parque. / Viudo en la loma, / como bajo la ducha de esa infancia / que dejábamos ya, soñando en altas diosas / o primas ruborosas e imposibles, / y haciéndose  una horrible, deprimente puñeta / en la mañana, / ¡qué soledad, de veras, Charlie! / -y falla el doble play, para acabarla-.

6.

Estamos en las gradas de sol. Las personas arrojan al campo tiras de periódico. Hace un momento las personas gritaban, nosotros también gritábamos. Dos asientos adelante un anciano tiene una hoja con las anotaciones del partido, en una de los bordes escribe: Campines 2014. Ese hombre me recuerda una afirmación de Luis Alberto Arellano acerca del poeta: «ese viejo de primera fila, justo detrás del umpire, haciendo anotaciones. En teoría debe registar cada jugada y luego confrontarla con los resultados oficiales. Pero estoy seguro que siempre está haciendo versitos y calificando con insultos a los jugadores. Debe tener todo un lenguaje secreto para llamar a todos los zurdos, los diestros, pitchers abridores y cerradores, y un profundo y largo etcétera.» Sí, la poesía hecha por un anciano  que olvida o no le importa cómo se escriben ciertas palabras.

7.

Llego a las 7 de la noche a casa de mis padres. Su departamento está a oscuras. Descansan. Cenamos. Mi padre enciende el televisor. Él se recuesta en el sillón. Hace bromas acerca de los jugadores. De niño admiraba su humor, ahora a los 35 lo envidio. Puede tirar un chiste y permanecer callado los siguientes cuarenta minutos. Llegamos al noveno episodio. Sale el relevista de los Mets. Le pregunto a mi padre qué sería lo que El Mago diría en ese momento. Mi padre duda. Hay emoción cuando responde: «quizá recordaría a ese hombre lisiado que recorrió el diamante en 1988». Pienso que si eso ocurriera, algunos pensarían que es imposible que un comentarista recuerde algo ocurrido durante ese año, durante ese siglo que se parece tanto a un cuaderno escolar con recortes de animales muertos.~