El amor por contar a Ray

La admiración y amor de Manuel Barroso por contar a Bradbury


 

DAR CLASES EN preparatoria, dicen, es de los trabajos más complicados hoy día. Y es cierto. Pero darle clases de literatura a una generación que exige tener todo rápido y sin pensarlo mucho es, se los digo, un martirio. No puedes dejar lecturas muy lentas porque se aburren, ni muy complejas porque, si no lo entienden, lo dejan. Tampoco pueden ser muy largas porque para eso existe Sparknotes o Wikipedia. Y, por último, debe ser lo suficientemente bueno como para que valga la pena dar una clase alrededor del texto en cuestión.

He probado con varias cosas, pero pocas me han funcionado tanto como Fahrenheit 451.

No es sólo que Guy Montag sea un gran personaje, que Mildred sea su pareja y su antítesis a la vez (curiosamente, este matrimonio es muy parecido al de Rick Deckard  e Iris en Do androids dream with electric sheeps?, de Philip K. Dick), que sean los bomberos los especialistas en encender el fuego o que sea el gobierno quien persigue y censura el conocimiento (porque claro, esas atopías sólo ocurren en la ficción).

En realidad, el eje que ha generado más preguntas y clases muchísimo más divertidas e interesantes es el último oficio de Montag. Ese camino que Granger le plantea, el de los «hombres libro», es lo que más despierta interés entre esa generación, sí, que se enorgullece de no haber leído un libro en su vida.

Lo que les genera, de una u otra forma, es la misma inquietud que a mí me generó en preparatoria y que, ahora compruebo, me persigue desde entonces: ¿es tan importante una historia como para ser esa historia?

La pregunta suele ser el punto central de las discusiones en la clase alrededor de Bradbury (después de pasar por los lugares comunes de la dictadura y la voluntad de los sistemas de gobierno). A veces no se llega a mucho (todo hay que decirlo), pero hubo una ocasión digna de resaltarse. Una chica, ante la pregunta planteada arriba, respondió que una historia importaba tanto como para que un hombre la encarnara. «Porque si no se perdería un mundo», dijo. Y esos mundos individuales son los que propician la diversidad, los que permiten que el mundo no sea una singularidad de voluntades, sino una multiplicidad de oportunidades. Y eso, concluimos aquella vez como grupo, es lo que le da sentido a la convivencia humana.

Y es aquí, después de este preámbulo, donde te hablo a ti, Ray. Y te agradezco. Por mí y por aquellos a los que me ha tocado ver que iluminas con un chispazo de humanidad. Son muy pocos los que logran darle algo más allá a una generación que cree que John Green es la panacea de la narrativa (y sí, sí he tenido casos de fans de Bajo la misma estrella que se ponen a buscar, mejor, Las manzanas doradas del sol), así que te lo agradezco.

Y fuera de ellos, de esos adolecentes que creen que estar a punto de graduarse de preparatoria los hace invencibles, te agradezco la pregunta. Ese cuestionamiento que lleva años aquí y que tú ayudaste a plantear. Porque los libros, las historias, esos mundos, nos marcan como humanos, nos construyen. Tú lo sabías, de eso da testimonio tu obra. Y somos muchos quienes lo entendimos por tus palabras y seguimos la idea, como criaturas prehistóricas enamoradas de la sirena de un faro.~