TRIBUNA VISITANTE: Santiago, el resacoso
Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez,
Santiago de Chile
4 de marzo de 2013
Estimados viajeros:
Despertaba por ahí de las diez de la noche del primer día de marzo, un viernes, cuando me enteré que en media hora Calandra pasaba a recogernos. Un hidalgo de Red Bull después y ya íbamos cuatro en el taxi rumbo a la previa en alguna calle del barrio de Palermo. Éramos siete mujeres y, tras unas cervezas, nos servimos vasos chicos cargados con una versión genérica de Jägermeister con energética para encender motores. Cuando tienes un vuelo programado a las 7:30 de la mañana no hace falta dormirse el ritmo cardiaco con los diluyentes de las espirituosas. La fiesta era en Puerto Madero y antes de salir comenzó una lluvia de esas que sólo Buenos Aires entiende: un calor del carajo y viento costeño con un infinito de gotitas dispuestas a arruinar el glamour de la ropa de verano. Mandando el arreglo por un tubo, la llegada al puerto se sazonó con una carrera de kilómetros de pasto antes de llegar al lugar en cuestión. Después de este IronMan sin entrenamiento, la única parte del contrato imposible de renegociar era la hora de partida. Había que salir a más tardar a las cinco treinta de la mañana hacia el Aeroparque Jorge Newbery, tomar un vuelo de dos horas y ver a La Güera en Santiago de Chile.
El Departamento de Migraciones y el Infierno tienen el mismo sistema de turnos que tienden a convertirse en un desastre, especialmente cuando se junta la llegada de un vuelo de Sidney con uno de Francia con el aterrizaje de una mosca. Es asqueroso. En un breve destello de pertenencia, el rubio pelo de La Güera (de ahí el mote) se hizo aparente del otro lado del cristal y una hora y minutos después, con el sello de entrada en el pasaporte y esquivando a otros tantos viajeros, nos reencontramos las mexicanas. Con quince minutos de sueño cargados en las bolsas de los ojos y las maletas aventadas en el cuarto del Neruda Express en la zona de Las Condes, el saco estomacal hizo valer su queja con sendas patadas de hambruna resacosa en el estómago de cada una. La solución: el Sports Café (sic) en la esquina con gringosidades nos presentó una vianda compuesta de dieciocho taquitos de camarón y cervezas que decidimos cerrar con un par de Pisco Sours.
En una visita a Perú el pasado diciembre, algún personaje me había implantado subliminalmente la competencia internacional entre piscos. Hasta ese momento, mi incultura me había reducido las opciones territoriales del Pisco Sour únicamente al país peruano. Viviendo en Argentina, poco a poco me di cuenta que Chile, además del trago de limón con pisco, intenta salir a la luz constantemente frente a sus vecinos. Con una población aproximada de 17,067,369 habitantes, menor a la de Perú con alrededor de 29,399,817 personas, tiene mucho más sentido que en mi universo el Pisco Sour chileno no se hubiera hecho aparente. Es cuestión de números.
Haya sido por la altura, el conteo de gotas de Angostura, la gallina que puso el huevo o la licuadora, esos Pisco Sours cerraron el desayuno como hace mucho no me pasaba… ganándole a Perú. En Argentina, las opciones de desayunos resacosos están un tanto lejanas de la costumbre mexicana de llamar desayuno a cualquier platillo carbohidratoso que se pida con un jugo de naranja y una cerveza o Coca-Cola después. Luego del primer encuentro con el pisco chileno era obvio apagar el cerebro un par de horas y con el resto del fin de semana frente a nosotras, el descanso era reglamentario antes de volver a salir a la cancha.
La topografía de Santiago de Chile es muy parecida a Monterrey, en México: una ciudad avanzada con edificios altos que gradualmente cubren el panorama lleno de montañas. En un lugar muy lindo y muy limpio, sus habitantes se atienen a las reglas y, con la reciente incorporación de la Ley Antitabaco Nº 20.660 en los lugares públicos, se añadió un toque de sobriedad al panorama, mas no a la experiencia. Después de recuperar energías y con el contacto de una local y amiga de la Güera, Maca, nos fuimos las cuatro a la zona de Patio Bellavista a cenar. Una serie de mariscos rebosados y horneados, servidos con pan fueron un excelente chaser para las cervezas en michelada, daiquirís, Pisco Sour sabor mango y anexos que cerramos con un similar de carajillo hecho con Amaretto en lugar de Licor del 43. Para los puristas de la bebedera, cambiar la receta del bajativo de sobremesa de mi generación podrá ser extraño; no obstante, viviendo en Sudamérica y tan lejos de ciertas importaciones, uno aprende a arreglárselas con placebos.
La noche siguió en esta zona de Santiago y conforme pasaban las horas y las calles los habitantes parecían más relajados. Tal vez fue mi imaginación. A la mañana siguiente, con el desayuno en el Centro regresó esta sensación de sobriedad generalizada. Para un mexicano será tal vez extraño entender estas durezas en la idiosincrasia, pero para los países cuya historia reciente recuerda dictaduras, presos y asesinatos, la cosa es muy distinta. Ya era domingo y era día de futbol. Camino al Estadio Monumental para ver el partido Colo Colo contra Antofagasta, me entró finalmente la punzada de la resaca absoluta conforme el auto pasó frente al Estadio Nacional. En medio y silencioso, el estadio para 50 000 personas recuerda las estrofas del poema de Víctor Jara: somos cinco mil aquí, en esta pequeña parte de la ciudad. Somos cinco mil, del poema, Estadio Chile, en el que el autor vertió sus últimas letras antes de la tortura.
Hubo más futbol en el segundo tiempo y con un resultado de tres contra tres sumado a una cena italiana, empezó el cierre del viaje. Para el lunes en la mañana, la ciudad de Santiago había vuelto al ritmo de los días hábiles con el regreso a clases. Ya en el aeropuerto, el vuelo retrasado de Aerolíneas Argentinas hizo de las suyas regresándonos a la queja generalizada por los derechos de los viajeros y esas cosas. Un par de horas después, el taxi breve desde el Aeroparque a Palermo nos dejó en casa. Con el destapador en mano y una cerveza fría, era momento de volver a comenzar la semana.
Besos,
La resacosa de Denisse.~
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